Queda por ver si la fuerza popular que se volcó a las urnas para evitar un gobierno del PP y Vox es capaz de conectar con otras movilizaciones por más y mejor democracia
Gerardo Pisarello 27/07/2023 en CTXT
Las elecciones del 23 de julio pueden leerse desde muchas claves. Hay una decisiva: la extraordinaria movilización popular, ciudadana, que tuvo lugar. No solo en busca de un futuro mejor, sino en clave antifascista y contra el uso sistemático de la mentira como arma política.
Contra todo pronóstico, amplios sectores de la población que parecían destinados a abstenerse tras las elecciones autonómicas y municipales decidieron utilizar el voto como un instrumento de defensa propia. Lo hicieron contra el descarado y violento programa de choque, neofranquista, exhibido por el Partido Popular y Vox allí donde llegaron a acuerdos de gobierno postelectorales. Y lo hicieron también contra las falsedades y mentiras utilizadas por sus líderes, Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, en debates televisados que llegaron a miles de hogares.
El efecto narcotizante producido por una legión de empresas que bombardeaba las redes y los grandes medios con encuestas que daban a las derechas un triunfo irrefrenable se acabó desvaneciendo. El despliegue de pancartas intimidatorias como las de los mafiosos de Desokupa, el agresivo discurso contra los avances feministas, la censura de libros y obras de teatro, los ataques a la lengua catalana, la disolución de consejerías de Igualdad o Medio Ambiente, las escandalosas mentiras sobre pensiones y otras políticas sociales, acabaron por activar a sectores sociales que, tras el adelanto electoral, oscilaban entre el desánimo y el desconcierto.
El resultado fue una imprevista movilización antifascista y contra el uso de la mentira que culminó en una participación de más del 70%
El resultado fue una imprevista movilización antifascista y contra el uso trumpista de la mentira que culminó en una participación de más del 70% el 23 de julio. Esta movilización tuvo en las mujeres y en las clases populares un componente fundamental. Se expresó de manera especialmente nítida en territorios como Euskadi o Catalunya. Pero también en otros como Extremadura, donde la revuelta ciudadana contra las mentiras del PP y Vox fue histórica.
Los instrumentos políticos de los que se sirvió esta rebelión fueron diversos. Mayoritariamente, el PSOE. Pero también opciones de izquierdas articuladas estatalmente, como Sumar, o territorializadas, como EH Bildu, en Euskadi; ERC, en Catalunya; o el BNG, en Galicia. El daño infligido a las derechas españolistas que tras las elecciones del 28 de mayo se sentían imparables, empujadas por los vientos reaccionarios que soplaban en Europa, fue considerable.
Un freno a la ola reaccionaria europea
Vox perdió nada menos que 19 escaños, lo que bien podría ser el inicio de una curva descendente similar a la experimentada en Francia por el ultra Éric Zemmour. La noche electoral, como dejó escrito la periodista Cristina Fallarás, Abascal compareció ante los suyos “como un hombre en blanco y negro, antiguo”, que había “perdido toda la ferocidad que llevaba cuatro años mostrando”, y que en cierto sentido era ya “un poco nadie”.
Esa misma noche, Feijóo constató en la sede de Génova del PP el alcance de su pírrica victoria en votos. Los intentos de fingir normalidad se estrellaron con el escepticismo de sus propios seguidores. Cuando Feijóo intentó arengarlos, estos respondieron coreando el nombre de quien ya se avizora como su verdugo: Isabel Díaz Ayuso.
Nada de esto indica, obviamente, que las derechas radicalizadas o los poderes fácticos que la apuntalan vayan a esfumarse por esta derrota. Pero han quedado tocados y desnortados. Su plan A, consistente en un intento desesperado de buscar pactos propios para gobernar, se desmoronó rápidamente con la negativa fulminante del Partido Nacionalista Vasco. Desde entonces, su plan B ha pasado por instar a Pedro Sánchez, al que demonizó con mentiras y falsedades escandalosas, a un pacto entre las dos grandes fuerzas con “sentido de Estado”. No es descartable que el PSOE pueda valerse de esta alternativa en el futuro para “poder dormir por las noches”. De momento, sin embargo, la fórmula no pasa de ser un intento patético del PP para esconder un fracaso que ninguno de los suyos pronosticaba.
El voto útil al PSOE y el papel de las izquierdas
Por el lado progresista, el PSOE se ha mostrado sin duda como la herramienta más sólida y rocosa que las clases populares han encontrado para frenar la ola reaccionaria. La audacia y la astucia de Sánchez han contribuido a ello. Primero, por la manera de arrostrar el adelanto electoral. Segundo, por su habilidad para hacer suyos muchos avances que su partido intentó frenar y que solo se abrieron camino gracias a la presión de Unidas Podemos, de sus confluencias, de ERC y de Bildu.
Hay que destacar el notable papel en campaña del expresidente Zapatero, cuya valentía ha contrastado con la actitud mezquina de Felipe González
También hay que destacar el notable papel en campaña del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, cuya valentía ha contrastado con la actitud mezquina de un Felipe González que desde el minuto uno conspiró contra Sánchez y se mostró dispuesto a facilitar un gobierno encabezado por Feijóo.
En el costado izquierdo, quien de manera más clara ha expresado una solidez similar, aunque circunscrita al mundo vasco-navarro, ha sido EH Bildu. Las razones de esta solidez, que le permitieron aumentar a seis los diputados que tendrá en el Congreso, son diversas. Por un lado, su innegable capilaridad territorial, construida a través de años de presencia en cooperativas, sindicatos, centros culturales y otros espacios de socialización. Por otra parte, la manera inteligente, principista y pragmática a la vez, de actuar como una izquierda soberanista, republicana, pero dispuesta a influir sin complejos en el Estado con un programa de reformismo fuerte. Finalmente, porque ha podido operar en un ecosistema mediático singular, como el vasco, que le ha permitido crecer y que seguramente la ha protegido mejor de los feroces ataques a los que se ven sometidas las fuerzas de izquierdas de ámbito estatal.
Ni la CUP ni Adelante Andalucía, con un programa abiertamente anticapitalista, consiguieron, por razones diversas, representación institucional. ERC, a pesar de haber sufrido una sangría importante de votos, mantendrá seis escaños y el BNG uno, lo que significa una contribución no desdeñable al bloque republicano, antimonárquico.
En el caso de Sumar, que se estrenaba como marca, los resultados vinieron condicionados por diferentes factores. El más evidente, el hecho de tener que configurar de prisa y a contrarreloj una candidatura entre partidos que habían concurrido separados en anteriores contiendas anteriores. Esto supuso tensiones, renuncias y generosidad por parte de los diferentes actores involucrados. Al final, sin embargo, se consiguió lo que parecía imposible: aglutinar en un único espacio confederal a quince fuerzas políticas progresistas y plurinacionales que yendo por separado hubieran tenido posibilidades nulas de frenar a la ola reaccionaria.
La engañosa comparación con los resultados de 2019
Este esfuerzo unitario, sumado a la prepotencia y a la arrogancia de las derechas, acabaron arrojando unos resultados más que aceptables, sobre todo en ciertos territorios, como Catalunya, donde los Comunes experimentaron pérdidas hacia el Partido Socialista de Catalunya, pero también un significativo incremento de votos provenientes de ERC y de la CUP.
Comparar los resultados de Sumar u otras fuerzas de izquierda con los de 2019 es engañoso, porque desde 2020 se asiste a un ciclo reaccionario en casi toda Europa
Comparar los resultados de Sumar u otras fuerzas de izquierda con los de 2019 es engañoso. Sobre todo, porque desde 2020 se asiste a un ciclo reaccionario y conservador que ha arrinconado a izquierdas moderadas y radicales en casi toda Europa, desde Grecia a Italia y Alemania.
Este flujo regresivo, sumado a la práctica suspensión de la movilización y de la conflictividad social durante los años de pandemia, tuvo un impacto claro en las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo. En ellas, las izquierdas independentistas como Bildu, ERC o la CUP resistieron, aunque con suerte desigual. Los resultados de Unidas Podemos y sus confluencias, en cambio, fueron en general malos, con la excepción de alguna gran ciudad como Barcelona, donde a pesar de la brutal ofensiva mediática y judicial de la derecha, se perdió por un margen muy estrecho.
En ese contexto, la convocatoria inmediata de nuevos comicios hacía temer lo peor. Sin embargo, tras el desconcierto inicial, la campaña fue de menos a más. Poco a poco se consiguió poner en valor, positivamente, la manera en que los ministerios de Irene Montero, Ione Belarra, Joan Subirats o Alberto Garzón obligaron al PSOE a ir más allá de lo que pretendían sus sectores más conservadores y social-liberales.
Yolanda Díaz, por su parte, fue ganando peso propio como líder del espacio. La necesidad de preservar su imagen de vicepresidenta y de gestora eficaz no le impidió desarrollar un perfil más incisivo, sobre todo en la última semana de campaña. Combinando solvencia y coraje, plantó cara a las mentiras de Abascal y Feijóo, fue audaz en sus propuestas para Catalunya y acabó encabezando con solidez un proyecto nítidamente plurinacional, feminista, marcado por un programa reformista fuerte en materia laboral y ecosocial.
¿Un nuevo gobierno progresista con apoyos plurinacionales?
Al final, Sumar, con sus quince fuerzas políticas, ha quedado a nada de superar a Vox en número de votos y se ha convertido en una fuerza decisiva para forzar un nuevo gobierno de coalición capaz de concitar el apoyo de Bildu, ERC, BNG, el PNV e incluso Junts per Catalunya.
En coherencia con su trayectoria, Bildu fue la primera fuerza en anunciar su soporte de manera clara y sin reticencias
En coherencia con su trayectoria, Bildu fue la primera fuerza en anunciar su soporte de manera clara y sin reticencias: “El mensaje del pueblo vasco –declaró su coordinador general, Arnaldo Otegi– ha sido nítido y masivo: no quiere gobiernos de PP y Vox, y nosotros tenemos el compromiso de frenar las derechas (…) Ni ponemos precios en público, ni líneas rojas. Es hora de poco ruido y mucho trabajo para lograr alternativas progresistas”. Posteriormente, tanto ERC como el BNG mostraron una predisposición similar, y el PNV cerró rápidamente cualquier posibilidad de pactar con Feijóo.
Esto supone para Pedro Sánchez unos apoyos iniciales que supondrían 172 votos, más que los que podría obtener el bloque del PP y de Vox. En ese contexto, la clave estará en Junts per Catalunya, el partido del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont que, a pesar de haber sufrido una caída importante en votos, podría facilitar la investidura de Sánchez con su abstención.
Nada indica que este acuerdo sea sencillo, pero desde luego es factible si hay voluntad política. De entrada, Junts puso dos exigencias sobre la mesa: un referéndum de autodeterminación y una amnistía para los encausados por el conflicto político en Catalunya.
El PSOE ha rechazado abiertamente la propuesta de referéndum. Pero difícilmente podría cerrar la puerta a lo propuesto por Yolanda Díaz: que los acuerdos políticos que se alcancen con Catalunya puedan negociarse en una mesa bilateral de diálogo y ser sometidos a votación entre la ciudadanía catalana.
La admisión de la segunda cuestión también tiene recorrido. Para el PSOE, una amnistía general es una alternativa que no suscita el suficiente consenso en el mundo jurídico. Pero eso no impediría en ningún caso que se puedan negociar reformas legales, penales, concretas, que pongan freno a la abusiva represión judicial de activistas y dirigentes independentistas, permitiendo que las cuestiones políticas se solventen en espacios políticos y no en los tribunales.
Bien visto, hay una agenda antirrepresiva y democratizadora de los poderes del Estado, no llevada a término en la legislatura anterior, que podría y debería implementarse en una nueva legislatura.
Esta agenda debería incluir medidas como la derogación de la ley mordaza, la reforma de los delitos contra los sentimientos religiosos o contra la Corona, la reforma de la Ley Orgánica del Consejo General del Poder Judicial, una democratización de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado o una legislación en materia de medios que garantice su desconcentración y su pluralismo real.
Esta agenda democratizadora, republicana, podría contar no solo con el apoyo de las fuerzas de izquierdas, sino también del PNV o de Junts
Esta agenda democratizadora, republicana, podría contar no solo con el apoyo de las fuerzas de izquierdas, sino también del PNV o de Junts. Y sería fundamental para desactivar el uso patrimonialista de las instituciones en el que la ultraderecha y los sectores más reaccionarios del PP se mantienen atrincherados.
Más complicado sería seguramente contar con el apoyo del PNV o de Junts per Catalunya en una agenda social y económicamente avanzada. Esta agenda será muy importante si la Unión Europea decide retomar el Pacto Fiscal con la imposición de medidas austeritarias. Y si bien es difícil ver al PNV, a Junts y a ciertos sectores del PSOE dispuestos a hacerles frente, reforzando el papel de lo público e imponiendo límites claros a las grandes fortunas o los capitales rentistas, cabría no adelantarse.
La correlación de fuerzas no es un dato inmutable e inmodificable. Lo que el PNV, Junts o los sectores más conservadores y neoliberales del PSOE estarían dispuestos o no a hacer, no depende solo de lo que ocurra en las instituciones. Depende también de las dinámicas de calle que puedan generarse e incluso estimularse.
Durante la pandemia, la movilización social necesaria para la conquista de nuevos derechos estuvo en buena medida suspendida. El número de huelgas y de grandes manifestaciones fue escaso, con la excepción quizás de las movilizaciones feministas. No obstante, es posible que este tiempo de frialdad en las calles esté tocando a su fin.
La evolución de la guerra y del clima belicista, la agudización de la emergencia climática, las presiones privatizadoras de las grandes oligarquías rentistas o de la propia UE, pueden amenazar gravemente las condiciones materiales de vida de la población. Si esto ocurre, la conflictividad social aumentará. Y si es así, el reto de un gobierno progresista será mostrar su predisposición para enfrentarse a estas políticas regresivas, protegiendo a los colectivos más vulnerables por razones de clase, de género o de origen étnico, y asegurando que su derecho de manifestación y de legítima protesta sean respetados.
Queda por ver, pues, si la extraordinaria movilización popular que se volcó a las urnas para evitar un gobierno del PP y de Vox es capaz de convertirse en movilización popular, ciudadana, más allá de las elecciones, y con fuerza suficiente para conectar con otras movilizaciones por más y mejor democracia política, económica y cultural. Que ocurra o que no será fundamental para saber si el freno a la ola reaccionaria es algo solo temporal o si puede desatar una ola democrática en sentido contrario, capaz de actualizar la consigna clásica de que otra Europa y otro mundo son posibles y más urgentes que nunca.