Gerardo Pisarello: «Si no se mantiene este Gobierno podemos ir a salidas ‘primoriveristas»

Entrevista de Aitor Riveiro para el Diario.es 22 de junio de 2020

«La crisis que está padeciendo la institución monárquica es irrefrenable», asegura en esta entrevista telemática con eldiario.es.

«Solo está sobreviviendo gracias a la falta de transparencia y a la falta de información que hay sobre ella», asegura.

Gerardo Pisarello (Tucumán, Argentina, 1970) es el secretario primero de la Mesa del Congreso y uno de los perfiles más destacados de los comunes a nivel estatal. Desde su puesto en el órgano de gobierno de la Cámara Baja, es uno de los diseñadores de la estrategia para intentar abrir una comisión de investigación sobre los negocios de Juan Carlos de Borbón con Arabia Saudí. PP, PSOE y Vox, amparados en un informe contrario de los letrados, la han rechazado. Pero este doctor en Derecho y profesor titular de Constitucional en la Universidad de Barcelona sostiene que el veto es «jurídicamente aberrante» y que no hace ningún favor a la institución monárquica.

Pisarello defiende la labor del Gobierno de coalición en estos seis primeros meses y subraya la necesidad de sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado y asegurar la continuidad del Ejecutivo ante «una derecha muy radicalizada que se ha negado a aceptar el veredicto de las urnas y que ha tenido una posición protogolpista desde el primer momento». El diputado defiende que el Gobierno de PSOE y Unidas Podemos-En Comú Podem-Galicia en Común es imprescindible ahora mismo: «Si no se mantiene, podemos ir a salidas primoriveristas«, asegura.

El Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos se acerca a sus primeros seis meses de vida. ¿Qué balance hace de estos primeros meses de mandato?

En una situación de mucha excepcionalidad y teniendo en cuenta que no había un Gobierno de estas características desde la Segunda República, creo que se ha hecho un esfuerzo muy grande por mantener una una mayoría parlamentaria con apoyo de fuerzas progresistas y plurinacionales que nos ha permitido que frente a una emergencia sanitaria tremenda, que se sobreponía a una emergencia social y económica preexistente, se haya minimizado los daños y se haya priorizado intentar que las familias más vulnerables no se vean tan afectadas por la situación.

Creo que la respuesta del Gobierno ha sido una respuesta similar a la que han dado otros países como Portugal e Italia, y en general otras fuerzas progresistas en el resto del mundo, en un contexto muy difícil. Veníamos de décadas de políticas neoliberales muy duras, de una arquitectura internacional que sigue siendo profundamente neoliberal y con una especificidad, digamos, muy española, que es la presencia de una derecha muy radicalizada que se ha negado a aceptar el veredicto de las urnas y que ha tenido una posición protogolpista desde el primer momento.

El Gobierno aprobó nada más llegar la subida al SMI, comenzó el desmontaje de la reforma laboral, se ha aprobado el ingreso mínimo vital. ¿Pensaban que podían avanzar tan rápido en estas cuestiones?

Se han conseguido muchas cosas importantes. Algunas, también ayudadas por el contexto que marcaba que marcaba la pandemia. Después de años de gobiernos del PP marcados por la corrupción, por la práctica descarada de un capitalismo de amiguetes, de pronto se comienza a hablar en España de la necesidad de recuperar la memoria histórica democrática y se pone sobre la mesa la necesidad de una reforma fiscal progresiva. Y, sobre todo, me parece muy importante que es un Gobierno que entiende que con otros gobiernos del sur de Europa, sobre todo con Italia y Portugal, tiene que plantear un cambio de rumbo profundo en la Unión Europea y ejercer toda la presión para que no se salga de esta crisis con unas políticas como las que se le aplicaron a Grecia después de la crisis del 2008.

Tampoco hubiera sido posible sin los apoyos de otras fuerzas, independentistas de izquierdas, fuerzas nacionalistas que han acompañado muchas de esas medidas y que sorprendentemente han sido posibles en un momento en que la propia movilización ciudadana estaba suspendida como consecuencia de la pandemia, lo que podría haber hecho más difícil que se consigan esos cambios.

Ahora el gran reto va a ser poder afianzarlos, que no sean un simple paréntesis durante estos meses de pandemia, que no exista la tentación de pensar que estaba justificado parar desahucios, que estaba justificado impedir despidos abusivos, que estaba justificado crear un escudo social solamente porque estábamos en la pandemia y en la medida en que eso pueda relajarse, pues aparezcan voces que quieran revertirlos.

Más allá de la gestión del coronavirus, que la crisis sanitaria, social y económica que ha provocado, este Gobierno ya tenía entre sus retos previos y ahora muy probablemente acrecentado, aprobar unos Presupuestos Generales del Estado. Hablaba ahora del apoyo de las fuerzas como ERC, como el PNV o Compromís que han ido apoyando al Gobierno. ¿Cree que hay una mayoría estable en el Congreso puede garantizar que se aprueben esos presupuestos?

No diría que se trata de una mayoría estable. Diría que se trata de una mayoría, la de la moción de censura, que debe permanentemente reafirmarse a través del diálogo. Donde hay una diversidad de posiciones, discrepantes en algunos temas. Pero creo que hay una conciencia generalizada de que si esta coalición, en un sentido amplio, no sólo la de gobierno, sino la coalición progresista y plurinacional que permitió echar al Partido Popular no se mantiene, lo que vamos a tener es un retroceso de extrema derecha enormemente peligroso. Con todas las limitaciones que pueda haber, si no se mantiene este gobierno, podemos ir a salidas ‘primoriveristas’, autoritarias, nacionalistas.

¿Es suficiente pegamento el miedo a la derecha? Dos votaciones de prórroga del estado de alarma estuvieron a punto de perderse. El Gobierno optó por negociar por un lado con Bildu y por otro lado con Ciudadanos para amarrar sus apoyos.

No me parece suficiente y por eso insisto en que debe ser revalidada de manera permanente. Una situación de crisis, de emergencia sanitaria, social y económica, no puede ser una excusa para la recentralización, porque las comunidades autónomas y la ciudades necesitan fondos, necesitan recursos y competencias propias también, para poder enfrentar una crisis de estas características.

Un programa de reconstrucción social y económica a la altura del escenario que se va a abrir con una inminente caída de la economía requiere también que haya una parte de la derecha que sea capaz de no moverse al son de la música que marque Vox y los sectores más extremistas. Eso explica, a pesar de las enormes diferencias que uno pueda tener, si ve que en Ciudadanos en lugar de Marcos de Quinto está [Luis] Garicano y defiende el ingreso mínimo vital, pues es lógico que se intente, al menos en esa cuestión del escudo social, llegar a un acuerdo con Ciudadanos. De la misma manera, si Bildu plantea que hay algo que no tenemos que olvidar y es que cuando se relaje la emergencia sanitaria va a ser más necesario que nunca evitar que crezca la precariedad, proteger a la gente trabajadora y, por lo tanto, que el tema de la derogación de la reforma laboral no pase a un segundo plano, pues es importante también que ese acuerdo se busque.

La clave está en que esa geometría variable con esa mayoría progresista y plurinacional y, si fuera posible, con algún sector de la derecha que sea capaz de desengancharse de las políticas golpistas que impulsa Vox y, por momentos, el propio PP, se produzcan sobre una base programática. Si hay acuerdo en que de esta crisis tenemos que salir blindando derechos sociales, blindando servicios públicos, blindando todo lo que tiene que ver con la economía del cuidado, invirtiendo más en ciencia y reorientando la economía en un sentido reindustrializador, verde, con innovación digital, creo que hay que buscar todos los acuerdos.

¿Incluso con Ciudadanos? Su grupo político y Ciudadanos mantienen una actitud opuesta, especialmente en Cataluña.

La incompatibilidad programática con Ciudadanos hasta el momento ha sido absoluta. Pero ya digo, si en Ciudadanos desaparecen [Juan Carlos] Girauta, Marcos de Quinto, Albert Rivera y aparecen algunas voces sensatas, yo creo que la obligación del Gobierno, a partir de unos criterios programáticos muy claros, es sentarse a negociar. Y si eso no funciona, pues reforzar lo que a mi juicio es la coalición de gobernabilidad natural a un Gobierno de izquierdas de estas características, que es el apoyo de estas fuerzas progresistas y plurinacionales, desde el PNV y Bildu hasta ERC, Más País, Compromís, etcétera.

¿Cree que ese giro, ese intento de recuperar una imagen de moderación por parte de Ciudadanos, es real o estético?

Cuando Ciudadanos se suma al trío de Colón y deciden, con el PP, adoptar las mismas políticas que Vox, eso los ha ido conduciendo a la irrelevancia. Yo no sé si hay vuelta atrás de esa irrelevancia o no, pero me consta que hay un sector de la derecha, y de determinados sectores económicos que apoyan a la derecha, que lo que está buscando no es una salida autoritaria, violenta, protogolpista como la que defiende Vox, sino una salida diferente y quiere forzar a esa derecha a abrirse al pacto.

Esa derecha, esos sectores moderados que piden pacto, seguramente no quieren que se produzca la derogación de la reforma laboral y nosotros en eso tenemos que ser absolutamente inflexibles. Pero si nos podemos poner de acuerdo, como ocurrió con la votación del ingreso mínimo vital, aunque en nuestra opinión tendría que llegar más lejos, y hay sectores de esa derecha moderada que entienden que sin ese escudo social mínimo la actividad económica se va a derrumbar, me parece que eso hay que intentarlo. Sin falsas ilusiones, sabiendo lo que es la derecha peninsular y lo que ha sido en estos últimos tiempos.

Dice que parte del empresariado, de las élites económicas, quieren una derecha más moderada. La CEOE y los principales empresarios del país han salido en la última semana a marcar sus prioridades y su agenda de salida de la de la crisis. Han hablado precisamente de mantener la reforma laboral, de no subir impuestos a las rentas altas. ¿Temen que esa presión que hace la CEOE surta efecto en el Gobierno o en los partidos que tienen que apoyar los Presupuestos?mantener la reforma laboral, de no subir impuestos a las rentas altas

Corremos un riesgo de que el miedo a la caída de la economía acabe, digamos, despertando los peores fantasmas austeritarios de la vieja normalidad y de la nueva normalidad. Ese riesgo está. No solamente en España, sino en Europa. Que se pretenda salir de esta crisis simplemente con el endeudamiento masivo de las familias y las empresas, sin que se hagan grandes cambios ni en la estructura fiscal ni tampoco en la protección laboral, que ya estaba muy deteriorada en estos últimos años.

Nuestra misión como Gobierno va a ser insistir en todo momento para que esos elementos no se pierdan, porque estoy convencido que si fuéramos demasiado moderados y poco audaces a la hora de defender la necesidad de blindar los servicios públicos y los derechos sociales, de tener una fiscalidad más progresiva, no resolveríamos el escenario de caída económica que podemos tener y estaríamos preparando el camino para una salida más conservadora. Ahora, creo que tenemos también la obligación de convencer a una parte de los actores económicos de que eso es así. Si esos sectores van a responder o no, está por verse.

Yo diría que al comienzo de esta pandemia alguien como Antonio Garamendi [presidente de la CEOE] desempeñó el papel de ser la derecha moderada que no eran ni Ciudadanos, ni Vox, ni el PP. Y aceptó, por ejemplo, que se pudiera llegar a acuerdos para mantener los ERTE, que fueron fundamentales durante esta pandemia. En la fase que se abre ahora es importante que ese tipo de clima pueda mantenerse. Comenzamos esta pandemia recordando que había artículos de la Constitución como el 128, que permiten que la riqueza, cualquiera sea su titularidad, está subordinada al interés general. Hay que seguir hablando de eso. Recordando que hay artículos como el 31, que hablan de progresividad fiscal. Y confiando que va a haber una parte de los sectores económicos, sobre todo los que no están vinculados a la economía rentista, de la economía más productiva, con lo que yo creo que es posible llegar a acuerdos.

Hablaba antes de la mayoría de la moción de censura de 2018. Aquel Gobierno se fue al traste después de que JxC y Esquerra Republicana apoyaran una enmienda a la totalidad a los Presupuestos, que decayeron por lo que se convocaran elecciones y entró Vox en el Congreso. ¿Temen que ERC vuelva a tumbar los Presupuestos y, con ello, al Gobierno?

El problema que tenemos ahora es que hay una herida abierta en Cataluña muy grande, una herida política muy grande, que dificulta la gobernabilidad en el conjunto de España. Para que esa herida pueda comenzar a restañarse, es muy importante salir de la excepcionalidad judicial en la que se vive en los últimos años, con personas independentistas presas de manera absolutamente desproporcionada y sin razón de ser.

Y que en Cataluña también pueda haber un gobierno de tipo progresista. Nosotros apostamos porque se produzca ese cambio de ciclo político, que haya un gobierno que entienda que frente a una crisis como la que estamos viviendo es necesario dar respuestas programáticas que sean avanzadas también desde el punto de vista social. Muchas veces hemos compartido ese tipo de preocupaciones con ERC. Pero lo que ERC tiene que hacer es dejar de mirar en el espejo retrovisor a Junts per Catalunya y atreverse a hacer una política realista, republicana y con un contenido social claro. Sin abandonar ninguno de sus otros principios en otros temas.

Hablaba antes del papel de la Unión Europea en la salida de la crisis. Usted forma parte del grupo de trabajo sobre la Unión Europea en la comisión parlamentaria de reconstrucción. Después de un mes de trabajos, ¿qué balance hace de la comisión?

Se han producido algunos debates interesantes, muy fructíferos. Sobre todo cuando han asistido a la comisión expertos y miembros de la sociedad civil, que han hecho aportaciones interesantes sobre algunos de los temas que comentábamos ahora, sobre la necesidad de reformas estructurales que permitan una reindustrialización verde y digital de la economía, la necesidad de proteger a las zonas rurales despobladas, la necesidad de que Europa también asuma una fiscalidad progresiva, por ejemplo, sobre los grandes plataformas digitales y sobre las grandes fortunas. Es decir, que la unión monetaria venga acompañada de una vez por una unidad fiscal.

Al comienzo de la pandemia vimos una respuesta en Europa marcada por los egoísmos nacionales, la poca predisposición para ayuda sanitaria entre países con Alemania negándole ayuda a Italia en material sanitario. Lo que me preocupa es que ahora que en Europa se comienzan a vislumbrar algunas salidas en clave de solidaridad europea, puedan llegar tarde y sean insuficientes. El viernes de la semana pasada Christine Lagarde anunció una línea de liquidez de 1,3 billones de euros a tres años para las entidades bancarias de los países a un -1% de interés. Y esto se parece mucho a la salida del 2008, con ayudas a la banca privada para endeudar de manera masiva a la ciudadanía, a las pequeñas y medianas empresas. Esto es lo que hay que evitar por todas las vías.

Es importante precisamente por la envergadura de la crisis que podemos enfrentar, sobre todo en este año 2020, que Europa hable menos y actúe más a la hora de priorizar las transferencias directas y no los créditos a los países que más los necesitan. Y a la hora de entender que si la salida de esta crisis vuelve a ser una salida autoritaria, eso dejaría herido de muerte al proyecto europeo. Hay que aprovechar esta pandemia para hacer los cambios que no se hicieron antes, para reformar la arquitectura institucional y financiera de la UE, para cambiar los estatutos del BCE, para establecer un pacto que no sea simplemente el Pacto de Estabilidad, que ahora está en suspenso, sino un pacto para la inversión en Europa, para la cohesión social en Europa. Me parece que si se llega demasiado tarde a esos cambios, el proyecto europeo puede quedar muy herido.

Acaba de salir una información de última hora. ERC va a votar ‘no’ al decreto de nueva normalidad y critica precisamente que el Gobierno haya buscado el apoyo de Ciudadanos. Le vuelvo a plantear el tema de los apoyos en los Presupuestos.el Gobierno haya buscado el apoyo de Ciudadanos

La historia de Ciudadanos justifica naturalmente todas las desconfianzas que se pueda tener en ellos. Pero si Ciudadanos es capaz de moverse hacia un programa que sea audaz en lo social y que acepte la necesidad de que exista un diálogo en Catalunya y abandone las políticas que han existido en los últimos tiempos, yo creo que hay que hay que escuchar esas propuestas. Ahora, si Ciudadanos no lo hace, me parece que efectivamente ese acuerdo no es posible.

Yo lo que veo últimamente es que en algunos temas Ciudadanos se está moviendo y el Gobierno en ningún momento ha abandonado la idea de que el diálogo en Catalunya tiene que producirse. Que la salida política con Catalunya tiene que producirse.

Dice que la UE tiene que ser valiente en las ayudas a los países que más han sufrido la crisis sanitaria, luego económica y social. Está en duda si esa ayuda va a estar condicionada o no a futuros recortes públicos. Si ocurre, ¿debería aceptar España esa ayuda? ¿Y qué harían Unidas Podemos y En Comú Podem?

Repito que sería un tremendo error que se pretenda actuar en esta crisis con los países de Europa del Sur de la misma manera que se actuó con Grecia para que luego venga el Jean-Claude Juncker de turno a pedir disculpas. No creo que Europa pueda sobrevivir a una respuesta de estas características.

Para mí es una buena noticia que en este contexto, por ejemplo, haya aparecido la idea de las transferencias directas. Europa ha aceptado que no todo se resuelve endeudando a los países receptores de ayuda, sino que tiene que haber transferencias directas por parte de las instituciones europeas. Se ha aceptado en parte eso que ahora se llama el ‘momento hamiltoniano’, que el endeudamiento no lo asuman los Estados, sino que lo pueda asumir Europa como tal. Lo que me preocupa es que sea en la cantidad suficiente y que lleguen a tiempo. Porque el cierre de las empresas, los posibles despidos, se van a producir este año y no estamos en condiciones de postergar mucho esa decisión.

Y, desde luego, dejar claro desde ahora mismo que la única condicionalidad que puede ser aceptable en un momento como el que estamos es la de proteger los servicios sociales, de blindar derechos sociales básicos, la apuesta por proyectos no especulativos, sino con innovación productiva, con valor agregado, etcétera. Pero una condicionalidad que implique recortes y que implique políticas de austeridad sería algo absolutamente suicida a lo que habría que oponerse con rotundidad.

La semana pasada, la Mesa del Congreso rechazó la comisión de investigación que había solicitado desde el grupo confederal sobre los negocios de Juan Carlos de Borbón tras su abdicación. Han pedido una reconsideración, ¿en qué basan el recurso? ¿Creen que hay margen en la Mesa para que se reconsidere la comisión de investigación?

El rechazo por parte de la Mesa de la petición de comisión de investigación no tenía ningún fundamento jurídico sólido. Nosotros pedíamos que el Congreso pudiera investigar las relaciones comerciales y diplomáticas entre Arabia Saudita y España y las irregularidades que aparentemente han marcado este tipo de relación. Y consideramos que en ese marco era posible que el rey emérito pudiera comparecer en esa comisión simplemente para informar de lo que él sabe. No lo estábamos planteando ningún tipo de control directo sobre la figura del rey emérito, ni exigirle ninguna responsabilidad política, sino que fuera transparente y que informara de todo lo que sabía sobre ese tipo de situaciones.Frente a eso no hay ningún tipo de argumento jurídico. Y la Mesa responde diciendo que el rey es inviolable a perpetuidad y que esa inviolabilidad tiene efectos jurídicos permanentes en el tiempo. Esto es un disparate absoluto desde el punto de vista jurídico.

Es algo que dicen los letrados.que dicen los letrados

Pero lo asume el acuerdo de la Mesa. Los letrados suelen ser muy profesionales y muy serios en la mayoría de temas que se tratan en la Mesa. Pero es como si existiera un mandato implícito de que cuando se toca el tema de la Monarquía, de actuar como escudo para impedir que eso pueda ocurrir. Es el único tema en la Mesa donde sorprende la actitud de los servicios jurídicos de la casa y la reacción de las fuerzas políticas mayoritarias para dificultar enormemente que se pueda preguntar, que se puedan poner luces y taquígrafos y que se pueda conocer la verdad.

En un contexto como el que estamos me parece que debilita enormemente a la Monarquía, sobre todo porque los ilícitos que están en disputa son ilícitos vinculados a delitos graves de corrupción. Y en un momento en que la situación económica es enormemente precaria para muchísima gente, donde hay muchísima gente que no se puede permitir no pagar impuestos, que no se puede permitir ocultar negocios oscuros, no se entiende bajo ningún punto de vista que esas denuncias sobre corrupción que están saliendo en la prensa internacional, que están dando lugar a la apertura de procesos judiciales en otros países, ni siquiera se pueda discutir en sede parlamentaria.

¿Cree que los letrados ha actuado de forma independiente en este caso?

No creo que sea una cuestión de independencia. Los letrados son muy rigurosos, pero me parece que con el tema de la Monarquía se activa una especie de inercia en virtud de la cual es una institución prácticamente intocable y sobreprotegida, tanto desde el punto de vista penal, como desde el judicial, como desde el punto de vista parlamentario. El tipo de sobreprotección que tiene la Monarquía borbónica en España no existe para la Jefatura de Estado de ninguna república europea ni tampoco de otras monarquías parlamentarias.

Desde el punto de vista penal hay una sobreprotección de la monarquía parlamentaria que ha acabado con tuiteros, con artistas, con cantantes, en prisión. En un caso donde lo que estaba en juego simplemente era la libertad de expresión. Pensemos que desde el punto de vista judicial, la ley de aforamiento ante el Tribunal Supremo con la que cuenta Juan Carlos primero es otra vergüenza que tenía como único objetivo evitar que un nuevo juez Castro, que fue el que investigó a Undargarín, pudiera investigar al rey emérito. Pero un rey emérito que ya no es rey y que por lo tanto no tiene inviolabilidad, no tiene por qué ser aforado. Esa ley, que la pactaron entre Rajoy y Rubalcaba, ni siquiera fue votada por el propio grupo socialista, que se abstuvo.

Y finalmente, desde el punto de vista parlamentario es una cosa muy llamativa, porque en el Congreso se pueden plantear preguntas y se pueden crear comisiones de investigación sobre todos los temas imaginables, menos sobre algo que pueda incidir incluso ya sobre un exrey. Aquí ha habido comisiones de investigación sobre Gürtel, sobre el funcionamiento del Banco de España, ha habido comisiones de investigación en la que se han sentado ministros y exministros. Sin embargo, es imposible que pueda sentarse un miembro de la Casa Real o, lo que es todavía peor, un exrey.

Recordaba ahora que Juan Carlos de Borbón está aforado ante el Tribunal Supremo. Precisamente, la Fiscalía del Tribunal Supremo ha abierto una una incipiente investigación judicial pidiendo alguna documentación a Suiza, etcétera. ¿No cree que una comisión parlamentaria podría interferir en las actuaciones en esa vía judicial?la Fiscalía del Tribunal Supremo ha abierto una una incipiente investigación

Al contrario. Ha habido muchas situaciones en las que se produjeron comisiones de investigación mientras existían abiertos procesos judiciales. El objetivo de una comisión de investigación parlamentaria básicamente es recabar información y garantizar un mínimo de transparencia. Pensamos que Juan Carlos de Borbón podría aportar a una comisión parlamentaria información que podría ser relevante también desde el punto de vista judicial. No hay ningún problema con eso y la propia Fiscalía, al investigar en este caso, ya está admitiendo que el Rey no es inviolable por la vía judicial. Pero por la vía parlamentaria podría aportar información que refuerce los casos judiciales que están abiertos.

A mí me parece que las comisiones de investigación parlamentaria activan también pánicos históricos en las élites. En el año 1923, aproximadamente, Indalecio Prieto, socialista, impulsó una comisión parlamentaria sobre el llamado Expediente Picasso donde, como consecuencia de un desastre militar, se establecía que el máximo responsable podía ser el rey Alfonso XIII, el abuelo de Juan Carlos I. Esa comisión parlamentaria fue bloqueada permanentemente por las fuerzas conservadoras y fue una de las razones de la caída de la Monarquía. La primera Restauración Borbónica acaba con la con la caída del rey producida como consecuencia de la comisión parlamentaria. Y por eso me parece que también hay una una reticencia enorme a que aquel Congreso no pueda investigar este tipo de situaciones.

La consecuencia de eso es inaceptable desde el punto de vista social, que la Monarquía acaba convirtiéndose, a los ojos de la opinión pública, en un freno constante a la democracia, a la transparencia y a la información. Y si eso es así, se podrá impedir que haya una comisión de investigación parlamentaria, pero no se podrá impedir que crezca la condena social. En un caso como éste cada vez hay un porcentaje más alto de la población que entiende que esos delitos de blanqueo de capitales, esos delitos de cuentas no declaradas, esos delitos de fraude que se atribuyen a Juan Carlos I no solamente son reales, sino que incluso pueden salpicar al propio Felipe VI, que ha reconocido que tenía información sobre muchos de esos casos.

Precisamente este fin de semana hemos conocido que la luna de miel de los actuales reyes fue costeada por Juan Carlos de Borbón y que la mitad la pagó un empresario amigo de la familia. ¿Qué les parece?la pagó un empresario amigo de la familia

Es una constatación de que el vínculo entre la Monarquía borbónica y la corrupción es un vínculo bastante estructural, que viene de hace muchísimo tiempo y que no pudo salir a la luz antes porque no se abrieron los casos judiciales que se están abriendo en otros países de Europa. Finalmente se está comenzando a levantar esa esa ley del silencio.

Hay una operación en marcha que querría resolver esto a través del exilio de Juan Carlos de Borbón en República Dominicana e intentando desligar su papel del de Felipe VI. Pero esto es cada vez más complicado porque las revelaciones sobre esta boda demuestran que Felipe VI tenía información sobre muchas de estas cuestiones que estaban ocurriendo. Y la Casa Real emite el primer comunicado sobre estas comisiones y estas cuentas en paraísos fiscales una vez que comienzan las investigaciones internacionales. La pregunta es por qué la Casa Real nunca dio explicaciones antes.

Lo que está ocurriendo ahora muestra ese vínculo de la Monarquía borbónica con la corrupción de la que forma parte una trama de empresas y de actores políticos que también se benefician y que, a nuestro juicio, debe ser investigado porque son posibles casos de corrupción que se producen en las instituciones más altas del Estado, mientras la mayoría de la población padece situaciones de precariedad, mientras las pequeñas y medianas empresas tienen que cerrar mientras siguen pagando impuestos. Esa falta de ejemplaridad resulta intolerable.

Se dice que en una monarquía parlamentaria, que yo creo que la española no lo es, el rey no tiene ‘potestas’ pero tiene ‘auctoritas’. Y la ‘auctoritas’ se pierde como consecuencia de la opacidad respecto de malas prácticas. Me parece que toda la institución entra en una crisis irrefrenable.

A cuenta de esta crisis en la que dice que ha entrado la monarquía española escribía usted hasta hace poco un artículo titulado «Delenda est Monarchia (razones de una consigna)». ¿Cree realmente que pueda haber o que hay en marcha un proceso en el corto o el medio plazo hacia una república?«Delenda est Monarchia (razones de una consigna)»

Sería ingenuo, siendo yo profundamente republicano, decir que veo una salida republicana a la vuelta de la esquina. Pero creo que la crisis que está padeciendo la institución monárquica es irrefrenable que tiene que ver con una crisis histórica de la dinastía borbónica en España. Los Borbones a menudo entraron a la jefatura del Estado como los deseados, como ocurrió con Fernando VII o Isabel II, y luego, precisamente por actuar como una institución conseguidora de negocios, comisionista, etcétera, acabaron en el exilio o repudiados como felones por la mayoría de la población.

En un contexto de crisis tan tremendo en la que, como digo, la precariedad social es tan grande, lo que hasta hace un tiempo parecía una monarquía campechana y una monarquía moderada de pronto aparece como una institución con fuertes vínculos con una corrupción que se niega. Solo está sobreviviendo gracias a la falta de transparencia y a la falta de información que hay sobre ella.

Cuando se produjo esa crisis de la monarquía en el siglo pasado, en la primera Restauración Borbónica, las derechas intentaron una salida dictatorial. Primo de Rivera dio un golpe de Estado utilizando al Rey para apuntalar esa salida autoritaria. ¿Eso podría pasar ahora? Forma parte del imaginario de la extrema derecha, pero creo que otra vez esto hace un flaco favor a la Monarquía porque la conecta con sus orígenes franquistas. Me parece que nos encontramos frente a una situación de bloqueo muy complicada, donde la Monarquía es un tapón para la democratización. En España no va a haber reforma constitucional profunda mientras tengamos la institución monárquica.

Esto no quiere decir que haya una salida republicana a la vuelta de la esquina. Lo que sí veo es que las encuestas que se están haciendo las críticas más duras crecen sobre todo en aquellas zonas de España que tradicionalmente tuvieron esa cultura y esa tradición republicana. A Coruña, partes importantes de Aragón, del País Vasco o de Catalunya. Alcoy, Alicante. Una parte importante de Andalucía y algunos sitios de Castilla. Hay una tradición republicana que puede no estar activada, pero que en un momento de crisis tan profunda podría activarse y expresarse de la manera menos pensable. No nos olvidemos que la II República llegó a través de unas elecciones municipales en las que no estaba en juego el debate sobre monarquía.

El PSOE se ha posicionado históricamente en contra de investigar parlamentariamente al rey. Siempre se acogen a los informes de los letrados, que de momento dicen que esa investigación no tendría cabida en el ordenamiento jurídico español. ¿Se puede generar un conflicto dentro del Gobierno de coalición?

En este tema hay autonomía de posiciones. Por eso hace un momento recordaba el papel de Indalecio Prieto. El PSOE tiene buena parte de sus bases que son republicanas. Estoy seguro que desaprueban lo que está ocurriendo con la Casa Real y que al menos quieren que allí se introduzca transparencia. No me parece que el PSOE esté en este momento en contra de la vía judicial. De hecho, vuelvo a recordar, a pesar de que Rubalcaba y Rajoy pactaron la ley de aforamiento del emérito ante el Tribunal Supremo, el Grupo Socialista en el Congreso se abstuvo en esa votación y la propia Meritxell Batet, que hoy es presidenta del Congreso de los Diputados, fue crítica por la forma en que se había tomado esa decisión.

Yo creo que hoy el PSOE está de acuerdo que eso se investigue en sede judicial, pero me parece que ahora hace falta que dé otro paso, que es asumir que una comisión de investigación en el Congreso no tendría como objetivo controlar necesariamente al Rey, pero sí aportar información y transparencia, que es lo que estamos defendiendo. Si no se entiende eso, me parece que sería como reconocer una sumisión del principio democrático frente al principio monárquico, que eso significa reconocer que tenemos una democracia de bajísima calidad.

Otro posible asunto que puede provocar fricción en la Mesa del Congreso con el PSOE es la comisión de investigación por las revelaciones de Felipe González en el terrorismo de Estado en los años 80, en la fundación y del GAL, qué nivel de conocimiento tenía, etcétera. Ustedes dijeron al principio que no veían nada nuevo en esos esos papeles de la CIA desclasificados hace ya unos años, pero al final han decidido apoyarla. ¿Por qué han cambiado de criterio?

Lo primero que vimos fue que la supuesta noticia, que no era tal, sobre la desclasificación de los papeles de la CIA venía de La Razón. Nos parecía sospechoso. Pero evidentemente en ningún momento estuvo en duda nuestra posición sobre la necesidad de investigar estos hechos.

Muchas de las cuestiones vinculadas a los GAL no han sido suficientemente investigadas. De 65 asesinatos que se cometieron, solo 24 fueron juzgados. Las víctimas no han sido debidamente reparadas. Sólo por eso ya estaría justificada una comisión de estas características. En segundo lugar porque los GAL son sinónimo de muchas cosas. Me parece que son sinónimos de terrorismo de Estado, son sinónimo de cloacas y son sinónimos de abusos policiales. De cloacas que no solamente existieron desde el momento en que Felipe González, con el visto bueno de Fraga, decide impulsar los GAL, sino que ya existían durante el Franquismo y se mantuvieron durante la Transición. Y son algunas cloacas que incluso existen hoy y que se están utilizando contra el propio Gobierno de coalición, como estamos viendo en muchos movimientos que se están produciendo incluso dentro del ámbito de la seguridad del Estado o del Ministerio del Interior, o como vimos con el caso de Pérez de los Cobos.

Si hubo un elemento de operativo por parte de La Razón o de oportunismo electoral, teniendo en cuenta que hay elecciones en el País Vasco, no es óbice para que sobre estas cuestiones haya que investigar y también, naturalmente, para saber cuál ha sido el papel de Felipe González en todo esto.

¿Cree que el objetivo de esa publicación, que dicen que no entendía muy bien por qué La Razón publicaba esa noticia, era generar una fricción o una ruptura con el PSOE? ¿Han influido las crítica de Pilar Zabala, hermana de una de las víctimas del GAL, en plena precampaña?

No, fueron dos cosas. Advertir de que la información no era nueva. Y ver luego que se pedía una comisión de investigación sobre los GAL cuando sabemos que el tema fundamental de las cloacas sería discutir a fondo una ley de secretos que también viene desde la época del Franquismo. Que esa comisión se presentara ahora, en un momento de elecciones en el País Vasco, y no se hubiera presentado antes, cuando esta noticia, por ejemplo, en 2018 salió publicada en El Salto y otro tipo de medios. Era lógico que no pudiéramos evitar ver que había un elemento de operación política por parte de la derecha que se estaba intentando utilizar también aprovechando las elecciones vascas.

Pero ya digo, no hubo ninguna duda sobre la cuestión de fondo, porque el posicionamiento de Unidas Podemos y de todas las confluencias respecto del terrorismo de Estado, respecto de las cloacas, respecto de la implicación incluso de Felipe González, que ha sido tan denunciada en tantos medios y con tantos documentos diferentes, era un posicionamiento indudable. Escuchar a Pili Zabala fue un argumento más. Yo, en mi caso personal, que soy hijo de víctima del terrorismo de Estado, de la dictadura argentina, obviamente no me podría imaginar en ninguna situación impidiendo que se investigue sobre este tipo de cuestiones.

Hablábamos al principio sobre Catalunya. Quim Torra anunció unas elecciones que todavía no tienen fecha, pero que serán a lo largo de este 2020. ¿Con qué objetivo concurrirán los comunes a esas elecciones? ¿Cree que realmente se podría ir a una ruptura de los bloques que existen ahora mismo en el Parlament de Catalunya.

Sería un elemento que podría efectivamente ayudar a, como digo, restañar la enorme herida que existe en este momento en Catalunya y que no existe creo en los mismos términos en el País Vasco.

Con un programa claramente catalanista, claramente republicano, con un contenido social importante, muy contundente contra contra la corrupción y contra lo que fue el papel tanto de Convergència i Unió en su momento o como en algunos casos de sus herederos, podemos construir una coalición con una vocación federal y confederal.

Nosotros ya hace tiempo que hemos dicho que nos parece que el Gobierno de Catalunya actual es un Gobierno que está agotado. Somos una fuerza que siempre apostamos por las salidas políticas, que hemos criticado la judicialización de la política, que hemos criticado la situación de los presos independentistas, que hemos defendido la necesidad de tender puentes y la necesidad de implicarnos también en muchos cambios que se están produciendo en el conjunto del Estado.

Ada Colau ha cumplido el primer año de su segundo mandato en el Ayuntamiento de Barcelona. Ella lidera el espacio político de Catalunya en Comú y Barcelona en Comú. ¿Qué pasará en 2023? ¿Este debería ser el último mandato de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona? ¿Se está preparando, buscando o planteando cómo se puede producir ese relevo?

El plan fundamental es reforzar el municipalismo y el papel central que tienen las ciudades como laboratorios de democracia. En el momento en que las últimas elecciones municipales en las que perdió el Gobierno de Madrid, de Coruña, muchos gobiernos municipales progresistas y avanzados, comenzó una especie de retroceso conservador en el que todavía nos estamos moviendo.

A lo largo de la historia de Cataluña y de la historia de España, los grandes cambios democráticos se produjeron cuando avanzó el municipalismo. Y los grandes retrocesos conservadores se produjeron cuando avanzó el caciquismo o cuando avanzó el centralismo que ahogaba al municipalismo. Somos una fuerza municipalista y esa es ahora nuestra principal preocupación, porque no vamos a tener suficiente con tener gobiernos progresistas en el ámbito estatal si el municipalismo no se reactiva desde abajo.

Me consta que es la prioridad de la alcaldesa, que siempre lo ha sido. Nosotros venimos de esos movimientos sociales locales, creo que está en el ADN de los ‘comunes’ y por lo tanto vamos a hacer todo lo posible para mantener vivo ese momento.

¿Y el papel de Ada Colau cuál cree que debería ser en este proceso cuando termine su mandato?

Eso es muy difícil decirlo. Ella es una dirigente carismática que ha demostrado capacidad, en condiciones muy complicadas, de gobernar una gran ciudad como Barcelona. Tiene un gran reconocimiento en Europa y en el mundo. Es una dirigente feminista y a mí personalmente me gustaría que en los ciclos políticos que se vayan abriendo tengamos más mujeres feministas en la primera línea. Eso sería bueno para Barcelona, para Catalunya, para España, para el mundo.

Ada Colau me parece que es un nombre importante dentro de eso. Igual que estamos viendo a Yolanda Díaz, a Irene Montero y a tantísimas mujeres del espacio progresista en primera línea, haciendo un gran papel.

«¿Autoritarismo neoliberal o radicalización democrática?»

Bajo el título «¿Autoritarismo neoliberal o radicalización democrática?» participé en el segundo episodio del ciclo de entrevistas organizado por el Instituto Democracia y el Circuito Cultural JJ.

“Mi impresión es que sin los gobiernos progresistas populares esto hubiera sido un auténtico desastre. Uno tiene las pruebas porque hay gobiernos neoliberales y neofascistas que están actuando con un total desprecio por la vida humana. Sobre todo, por la vida humana de las clases populares, de la gente de mayor situación de vulnerabilidad a la que han enviado a la muerte de manera directa. Si uno observa la cifra de gente muerta en Brasil o en Estados Unidos, y además estudia eso desde una perspectiva de clase, verá que lo que ha habido es un elitismo despiadado y una absoluta indiferencia por la vida de la gente más humilde, por parte de esos gobiernos.”

🎥 Comparto la entrevista que me realizaron Andrea Vallejos y Ulises Bosia.

Delenda est Monarchia (raons d’una consigna)

Publicat a :Sobiranies

En castellano: Aquí

En un cèlebre article publicat a El Sol poc abans de la proclamació de la II República, Ortega y Gasset es queixava iradament que Alfons XIII de Borbó pretengués “tornar a la normalitat” després d’haver participat activament d’un règim corrupte i en decadència. Segons l’opinió d’Ortega, la situació de degradació era de tal magnitud que només hi havia una única alternativa, sintetitzada en una consigna dràstica que parafrasejava els generals romans que van haver d’enfrontar-se amb Cartago: Delenda est Monarchia (la Monarquia ha de ser destruïda).

Més enllà de les intencions d’Ortega, aquesta severa formulació venia a mostrar que la Monarquia espanyola, sobretot sota els Borbons, era qualsevol cosa menys una forma innòcua d’organitzar l’Estat. A diferència d’Anglaterra o França, Espanya no va passar per una revolució que segués d’arrel la trama de poder a la qual la Corona servia d’argamassa. Per aquest motiu, la Monarquia, tant en la seva faceta absolutista com en la seva faceta liberal oligàrquica, ha aparegut històricament com un fre per a la delimitació i distribució del poder polític, econòmic, social i cultural. Aquesta constatació s’inscriu en una llarga tradició republicana, peninsular i extrapeninsular, que encara avui resulta central per pensar qualsevol programa de reconstrucció en un sentit social i democràtic.

La Monarquia imperial i absolutista com a obstacle a la democratització

Entre els analistes que millor van captar el paper antimodernizador de la Monarquia imperial destaca el nom del propi Karl Marx. En els seus incisius articles sobre Espanya publicats a la New York Daily Tribune el 1854, sostenia que l’absolutisme podia presentar-se en alguns grans Estats europeus “com un focus civilitzador” i “d’unitat social”. A Espanya, en canvi, apareixia llastat pel pes d’una economia rendista que vivia dels recursos provinents de l’Imperi d’ultramar i alimentava una oligarquia i una Església autoritàries i corrompudes.

Per a Marx, això va fer que l’absolutisme monàrquic trobés a Espanya una ferotge resistència entre una diversitat de regions i municipis “que per la seva pròpia naturalesa repel·lien la centralització”. Per aquest motiu, a semblança de Turquia, la monarquia absoluta espanyola apareixia com una mena de despotisme oriental, com “un conglomerat de repúbliques mal regides amb un sobirà nominal al capdavant”.

En aquesta lectura de la història, hi havia dues grans víctimes d’aquell primerenc absolutisme hispà . D’una banda, els comuners castellans reprimits el 1521 per aixecar-se contra els impostos abusius i la prepotència de Carlos I d’Habsburg. De l’altra, els pobles indígenes d’Amèrica sotmesos a sang i foc per Hernán Cortés aquell mateix any, després de la conquesta de Tenochtitlán.

No resulta estrany, doncs, que d’ençà d’aleshores nombroses lluites per les llibertats, tant a la península com a les colònies, adquirissin un component antimonàrquic o obertament republicà. De vegades, aquell republicanisme va adoptar fórmules més o menys unitàries i centralistes, però en les seves versions més avançades va ser sempre municipalista, federal, confederal, independentista, iberista i fins i tot iberoamericanista.

Aquell republicanisme federal i confederal va començar a manifestar-se a les Corts de Cadis de 1812. Els diputats americans d’ultramar, que havien donat suport a les lluites peninsulars contra Napoleó, van ser els primers de reclamar per a ells les transformacions en marxa. Un d’aquells diputats, Dionisio Inca Yupanqui, va arribar a assumir la defensa de la igualtat d’espanyols i indis americans en un discurs memorable el desembre del 1810. En el seu al·legat va presentar un extens memorial de greuges sobre el tracte que la Monarquia aplicava als territoris d’ultramar i introduïa un recordatori que faria història: “un poble que n’oprimeix un altre no pot ser lliure”.

El vincle entre el republicanisme peninsular i l’americà es va consolidar arran de l’anomenada revolució liberal, protorepublicana, de 1820-1823. El pronunciament de l’asturià Rafael de Riego, de fet, va ser dut a terme per l’exèrcit que Ferran VII de Borbó havia concentrat a Sevilla per combatre el moviment alliberador de les colònies. Això va fer que Joaquín Maurín escrigués en la seva genial obra Revolución y Contrarrevolución en España, de 1935, que en aquella conjuntura democratitzadora “coincidien els interessos materials i espirituals d’Espanya i els d’Amèrica […] Indirectament, Riego lluitava per la llibertat d’Hispanoamèrica, de la mateixa manera que Bolívar i San Martín lluitaven per la llibertat d’Espanya”.

Aquest tipus de lectures, salvant les distàncies temporals, les podem trobar en el mateix Francesc Pi i Margall, que arribaria a ser, a més de president de la I República, un dels més destacats teòrics del republicanisme federal sinalagmàtic, és a dir, el de lliure adhesió. Ja en Les nacionalitats, de 1887, Pi i Margall havia deixat escrit que “Castella va ser, entre les nacions d’Espanya, la primera que va perdre les seves llibertats; les va perdre a Villalar, sota el primer rei de la casa d’Àustria “. I així, “esclava, va servir d’instrument per destruir la dels altres pobles: acabar amb les d’Aragó i les de Catalunya sota el primer dels Borbons”. Aquesta convicció duia Pi i Margall a una altra conclusió: les resistències a les polítiques centralitzadores i uniformistes dels Borbons dutes a terme per diferents pobles hispans i fins i tot pels territoris d’ultramar havia de ser vista com una defensa de les llibertats de tots ells. Aquesta era la seva opinió sobre la resistència que a Catalunya es va enfrontar a les tropes de Felip V el 1714. Però també sobre les revoltes republicanes, antiborbòniques, dels patriotes cubans de la segona meitat del segle XIX, amb les quals va simpatitzar obertament.

La il·lusió d’una Monarquia liberal oligàrquica, moderada i progressista.

Aquesta vinculació entre la dinastia borbònica i l’endarreriment polític, econòmic i cultural, travessa el pensament republicà dels segles XIX i XX i arriba fins als nostres dies. I no només s’aplica a la Monarquia absoluta. També arriba als diferents assaigs de Monarquia liberal, constitucional i “moderada”, amb els quals les elits oligàrquiques intentarien reeditar els seus privilegis.

Després de la mort de Ferran VII – “Rei traïdor i canalla” – els Borbons van seguir sent la principal opció de les elits per mantenir un domini amb elements políticament liberals. No obstant això, aquests intents van acabar experimentant formes més o menys intenses de corrupció oligàrquica i autoritària. Això explica la revolució de 1854, que va obligar Cristina de Borbó a marxar a l’exili. O la de 1868, que va fer el mateix amb la seva filla, Isabel II, i va portar Joan Prim a assajar fallidament una mena de “monarquia republicana” sota una dinastia no borbònica, la dels Savoia. O la pròpia revolta municipalista, republicana, de 1931, que forçaria Alfons XIII de Borbó a reconèixer que no tenia “l’amor de poble” i a salpar cap a Marsella en un vaixell de l’Armada.

Totes aquestes revoltes van venir acompanyades d’iniciatives republicanes que implicaven el rebuig explícit de la Monarquia i una refundació del contracte social sobre bases democràtiques, descentralitzadores i proclius a la reforma social i econòmica. El mateix Marx recorda com, després de la revolució de 1854, un grup de republicans va fer circular a Madrid un projecte de Constitució d’una República Federal Ibèrica, que incloïa Portugal, que abolia les colònies, l’esclavitud i els exèrcits permanents i que renunciava a tota guerra de conquesta. De la mateixa època és la proposta del cartagener i gadità Fernando Garrido, autor de La República democràtica federal i universal, un brevíssim opuscle dedicat a “les classes productores” que posava de manifest el règim oligàrquic i rendista sobre el qual s’assentava la Monarquia.

Ja durant la Revolució Gloriosa de 1868, es van recuperar escrits gairebé clandestins de dècades anteriors com les Bases d’una Constitució Política o principis fonamentals d’un sistema republicà, escrita cap a 1830 pel barceloní Ramon Xaudaró. Així mateix, les revoltes antiborbòniques de l’últim terç de segle XIX es van traduir en grans pactes republicà federals en ciutats com Valladolid, Eibar, Còrdova, Santiago de Compostel·la, La Corunya o Tortosa (on tindria un paper central el federalisme intransigent de Valentí Almirall). Fins i tot la proclamació de la II República va venir precedida d’assajos federals i confederals que denunciaven el caciquisme rendista de la Monarquia liberal oligàrquica. Des de la proposta de federació ibèrica plantejada pel pensador i poeta portuguès Antero de Quental en la seva conferència sobre les “Causes de la Decadència dels Pobles Peninsulars“, de 1871, fins als projectes de Constitució andalusa d’Antequera, de Constitució de l’Estat gallec, de l’Estat català o de la pròpia República federal espanyola, tots de 1883.

En gairebé tots aquests documents, com recorda Àngel Duarte, el republicanisme no era només una forma de superació de la Monarquia. Significava, també, municipalisme i federalisme, sovint de baix a dalt. Significava democràcia, és a dir, un moviment continu de distribució de poder que, si no s’aprofundeix, recau en noves formes d’oligarquia. I implicava, també, sobirania i protagonisme popular -del quart estat, del proletariat, del poble, de les dones, de les nacions i pobles peninsulars o dels pobles d’ultramar-, entès com a palanca per a la reforma social, econòmica i cultural tant en l’àmbit privat com en l’àmbit públic, tant en l’esfera industrial com en el món agrari.

La Segona Restauració Borbònica com a fre al principi democràtic

Tots aquests antecedents expliquen per què fins i tot un pensador furiosament elitista com Ortega, que veia en la participació popular en els afers públics una deformació “morbosa”, va poder considerar la Monarquia com l’expressió d’un règim decadent i irreformable. Ja el 1890, el mateix Cánovas del Castillo havia deixat clar que la Restauració Borbònica tenia com a objectiu central impedir que el sufragi incidís en la distribució de la riquesa. Per això, afirmava, com més universal fos el sufragi, més necessari serien el frau i la “permanent falsificació” en el sistema polític.

Aquesta subordinació del principi representatiu al sistema monàrquic va fer que la capacitat de reforma i de regeneració del sistema fos nul·la. Això explica que els nombrosos debats sobre la reforma de la Constitució de 1876 no conduïssin a la formalització de cap projecte d’esmena. El grau de putrefacció va arribar a tal punt que poc després que Ortega cridés a la fi de la Monarquia, aquesta es va acabar desplomant com a conseqüència d’una manifestació tan obliqua del sufragi universal com són unes eleccions municipals.

Després de la derrota del feixisme i el nazisme, alguns països com Itàlia van celebrar referèndums sobre la forma d’Estat que van consolidar la República i van introduir en la Constitució clàusules d’intangibilitat que impedien el retorn de la Monarquia. A l’Espanya franquista, en canvi, la dictadura en va tenir prou de recórrer a una Segona Restauració Borbònica per escapar a les limitades pressions democratitzadores generades durant la Guerra Freda.

Així, i malgrat la pressió exercida pel moviment antifranquista, la Constitució de 1978 no va ser la Constitució d’un Estat democràtic sinó la Constitució d’una nova Monarquia restaurada: la borbònica. La democràcia hi apareixia com un instrument per assegurar la Restauració d’una Monarquia estretament lligada a l’Exèrcit i l’Església, en el marc d’un sistema oligàrquic de nou tipus. Aquesta concepció oligàrquica establia des de la pròpia Constitució un triple cadenat antidemocràtic. Impedia als pobles peninsulars exercir el dret a l’autodeterminació, bloquejava la possibilitat d’avançar cap a una institucionalitat genuïnament federal i impedia al poder constituent popular de decidir sobre la pròpia permanència de la Monarquia.

L’operació de l’23-F va permetre a la Corona dotar-se d’una nova legitimitat que la distanciés dels seus orígens franquistes. Però només per lligar-la al nou règim oligàrquic, de democràcia limitada, que naixia vinculat a l’entrada a l’OTAN, al bloqueig creixent de l’Estat de les autonomies, i a la protecció de la gran propietat de la mà de les constriccions neoliberals imposades des d’Europa sobretot a partir del Tractat de Maastricht.

Aquest sistema polític construït sobre la base de la subordinació del principi representatiu-electiu al principi monàrquic-hereditari només podia operar mitjançant la corrupció. I això va ser el que va passar a partir dels anys següents. La Monarquia va regnar sense governar explícitament, com demanava Thiers, però en canvi es va convertir en “aconseguidora” de favors econòmics i en comissionista en les principals operacions internacionals dutes a terme per les empreses del Règim.

És més, quan a finals de segle passat José María Aznar va decidir emprendre sense embuts la seu triple projecte de privatitzacions, recentralització i impuls del Regne d’Espanya al món, la Monarquia es va convertir en garant simbòlica de tota l’operació. Els negocis publicoprivats del Rei van servir per establir relacions privilegiades amb dictadures de l’Orient Mitjà, així com per reviure relacions neocolonials a Amèrica Llatina, aquest cop sota l’ègida dels Estats Units.

Mentre Espanya es va beneficiar a mitges d’aquest nou “capitalisme popular”, les actuacions de la Corona van quedar blindades davant de l’escrutini públic. D’una banda, a través de la concepció sens dubte desmesurada de la inviolabilitat règia consagrada en l’article 56.3 de la Constitució. De l’altra, a través de la protecció penal reforçada del rei i la seva família prevista per l’article 491.2 de l’anomenat “Codi penal de la democràcia” de 1995. No obstant això, després del crac financer del 2008, la il·lusió d’una Espanya de propietaris en el marc d’una nova Monarquia liberal, moderada i “planera”, va començar a esquerdar-se. La reforma furtiva de l’article 135 de la Constitució realitzada per tal de prioritzar el pagament del deute sobre altres objectius constitucionals va col·locar el bipartidisme imperfecte a l’ull de l’huracà, i va acabar arrossegant-hi la mateixa Casa Reial.

A l’abril de 2012, després d’un polèmic viatge a Botswana a caçar elefants, Joan Carles de Borbó es va veure obligat a demanar disculpes en públic. Per evitar que el llavors Rei tingués un final similar al del seu avi, Alfons XIII, la Casa Reial va impulsar l’abdicació de Joan Carles en el seu fill Felip VI. Aquesta operació es va produir amb total menyspreu de les Corts Generals, que ni tan sols hi van intervenir, amb la qual cosa va quedar demostrada la subordinació del principi democràtic al principi monàrquic-hereditari.

Després de la proclamació del nou Rei, prestigiosos mitjans dinàstics es van apressar a considerar tancada la crisi de la institució. Res del que passaria en els anys següents, però, justificaria aquest optimisme. En molt poc temps, el nou Monarca es veuria confrontat amb dos fets que deixarien el seu regnat seriosament qüestionat. D’una banda, el seu discurs del 3 d’octubre de 2017, en què va decidir justificar la indecent repressió de la mobilització ciutadana produïda dos dies abans a Catalunya. De l’altra, la nota de la Casa Reial, emesa al març de 2020, admetent que el nou monarca coneixia alguns negocis il·lícits del seu pare i estava disposat a renunciar a la seva herència.

Construir les bases de noves alternatives republicanes

Es fa difícil de predir el futur de la Monarquia en un escenari de pandèmia intermitent com el que sembla que s’ha obert. No obstant això, hi ha bones raons per pensar, com Ortega el 1930, que no serà senzill per a la dinastia borbònica situar-se en una “nova normalitat” després de la seva implicació en la degradació política i econòmica del règim sorgit de la seva restauració.

L’intent de les dretes radicalitzades d’apropiar-se la Monarquia no ha aconseguit aturar la seva pèrdua de credibilitat. Per contra, l’ha reconnectat, per moments perillosament, amb els seus propis orígens franquistes. Això podria situar-nos en un escenari de regressió autoritària, nacionalista, similar al que a inicis de segle passat va donar lloc a la Dictadura protofascista de Primo de Rivera o fins i tot pitjor. Però també podria reforçar noves coalicions republicanes, plurinacionals, construïdes al voltant d’un programa audaç de reformes socialitzants, democràtiques, feministes i ecologistes. Com en el passat, aquest republicanisme peninsular hauria de tenir una forta base local, cooperativista i municipalista, i federar-se al mateix temps amb altres moviments democratitzadors que, tant a Europa com a Amèrica Llatina i en altres llocs del món, estan plantant cara a la Santa Aliança reaccionària avui apuntalada per l’Administració Trump des dels Estats Units.

Aquest programa republicà-democràtic hauria de prioritzar objectius que la pandèmia ha tornat globals: la garantia de l’accés igualitari a l’aigua potable, a aliments sans, a atenció sanitària, a un habitatge digne, a una renda bàsica, a una connexió digital de qualitat i a tot allò essencial per tenir una existència digna i sostenible en comú. Tot això és fonamental. No obstant això, a la península ibèrica, per consideracions històriques molt concretes, s’hauria d’assumir sense renunciar a la superació del principal escull de qualsevol proposta de regeneració efectiva. ‘Delenda est Monarchia!’

Un cafè d’Idees amb Gemma Nierga

La Gemma Nierga m’ha convidat novament al seu espai «Un cafè d’idees» del Matí a Ràdio 4. Aquesta vegada l’entrevista ha hagut de ser telefònica.En una setmana que acaba, de molta activitat parlamentària, amb les dretes reaccionàries tensant la societat com mai en els darrers anys, sovintegen poques oportunitats per analitzar i reflexionar «amb una mirada llarga» la situació de l’actual crisi sanitària, econòmica i social. S’agraeix poder comentar l’actualitat política i fer-ho amb una de les grans professionals del periodisme del nostre país.

Repúblicas de abril

Cuando lo que se tiene enfrente es una pandemia que amenaza y enferma, es importante apelar a la alegría que solo proporcionan las empresas colectivas en defensa de lo que nos es común

Publicado en CTXT 30/4/2020

Abril es para el sur de Europa un mes republicano. En abril se proclamó, en decenas de ciudades y pueblos, la II República española. En abril fue liberada Roma del fascismo, abriendo paso al referéndum que poco después reduciría la monarquía a un fantasma del pasado. Y en abril, también, se desató la Revolución de los claveles portuguesa, mostrando que el oprobioso régimen levantado por Salazar era todo menos eterno.

Estas primaveras republicanas condensan un sinfín de imágenes de mundos alternativos –cooperativos, libertarios, de justicia social y de amistad cívica– que poco antes de ellas parecían imposibles. Algunas de estas visiones se hicieron realidad y otras se frustraron. Pero todavía hoy, desde los balcones, siguen enviando señales clave para pensar con ánimo transformador estos tiempos de pandemia.

El republicanismo de abril no nació de la casualidad ni obedeció a un diseño previo elaborado en un momento de calma histórica. Fue hijo del dolor, de injusticias flagrantes y de contextos internacionales convulsos. Se construyó con esos materiales, en condiciones de gran fragilidad. Y a pesar de eso, intentó levantar la mirada y plantear nuevos horizontes de futuro.

El joven republicanismo de abril se implicó a fondo en llevar equipamientos sanitarios, viviendas, escuelas, bibliotecas, a zonas urbanas y rurales que nunca habían tenido acceso a ellos. Mejoró la regulación de los contratos de trabajo y amplió la participación política. También se dotó de constituciones que preveían herramientas de control público, democrático, de la economía, necesarias para hacer frente a las emergencias sociales de entonces y también a las de hoy.

Por eso el republicanismo suscitó odios y concitó adhesiones que pasaron de generación en generación. Demócratas progresistas, revolucionarios, e incluso conservadores, vieron razonable que la Constitución española de 1931, la italiana de 1948 o la portuguesa de 1976, contemplaran la posibilidad de socializar la propiedad por causa de utilidad social, de intervenir industrias y empresas, de aplicar políticas fiscales progresivas, de nacionalizar servicios públicos y, en general, de subordinar la riqueza al interés general. Muchas de estas medidas no consiguieron materializarse, o lo hicieron de forma tardía e insuficiente. Pero la sola perspectiva de democratización económica que abrían las jóvenes repúblicas soliviantó contra ellas a rentistas y plutócratas de todo tipo.

A pesar de eso, los adversarios del republicanismo de abril no consiguieron borrar la huella de aquellos compromisos con la democracia política y económica. Tras décadas de dictaduras y de neoliberalismo rampante, las constituciones republicanas italiana y portuguesa siguen apareciendo como un escudo social para los más vulnerables y como un cortafuegos para las políticas de austeridad y privatizadoras más agresivas. Incluso la monárquica y menguante Constitución española de 1978 contiene en su texto incrustaciones republicanas, sociales, que los movimientos vecinales, obreros y antifranquistas consiguieron salvar del naufragio.

Los anhelos republicanos de aquellos meses de abril deberían inspirar una mejor protección de la vida y la salud común hoy. Consagrando los cuidados sanitarios y los servicios farmacéuticos, no como simples mercancías objeto de especulación, sino como bienes públicos accesibles a todas las personas. O recuperando lo mejor de la agenda social república: el impulso de la reforma agraria y urbana, la garantía del derecho material a la existencia, la imposición de límites a la acumulación de riqueza, o el impulso de la educación, la ciencia y el pensamiento crítico.

Hoy más que ayer, este mensaje debería proyectarse a otras escalas. A la propia Europa, que no puede permitirse volver a fallar a las poblaciones del sur para congraciarse con las grandes oligarquías financieras, como ya hiciera con Grecia. Y también a Naciones Unidas, que debería ser reformada y fortalecida en clave republicana, y no debilitada como pretende Trump, con un objetivo preciso: garantizar la protección de la salud, la soberanía alimentaria, la transición energética y el respeto por la biodiversidad, en el conjunto del planeta y no solo en un país o continente privilegiados. 

Si algo dejaron claro los movimientos republicanos de abril es que la peor de las pandemias es la pandemia del miedo, de la desconfianza civil y de la inhibición egoísta ante los asuntos públicos. Y que la única forma de superarlas es a través de la unión fraternal entre quienes se resisten a depender de un poderoso para vivir con dignidad. Precisamente por eso, aquellos movimientos democráticos de abril se trenzaron en lugares de encuentro: en comunidades campesinas, en barrios, en fábricas, en plazas. Y por eso, también, alumbraron grandes momentos de fraternidad y de sororidad.

El 14 de abril, las calles de Eibar, de Barcelona, de Madrid, de Valencia, se llenaron de mujeres de todas las edades que defendían causas hasta entonces impensables: el derecho al divorcio, a condiciones de trabajo dignas, a votar, a ocupar cargos públicos que les estaban vedados.

Igualmente impresionante fue el papel de las mujeres en la resistencia antifascista italiana. Las hubo de toda clase: obreras, campesinas, intelectuales. Todas partisanas, armadas y desarmadas, no creyentes e incluso católicas, como Tina Anselmi. Y lo mismo ocurrió en Portugal, donde a partir del gesto de Celeste Martins Caseiro –la camarera que entregó un clavel a un soldado– fueron centenares las que se plantaron delante de los fusiles y los tanques, mientras otras tantas ocupaban fábricas y tierras improductivas en diferentes zonas del país.

Cuando lo que se tiene enfrente es una pandemia que amenaza y enferma, es importante apelar a la alegría que solo proporcionan las empresas colectivas en defensa de lo que nos es común. Los aplausos desde los balcones a médicas, enfermeros, trabajadoras de la limpieza, cajeras de supermercados, expresan ese entusiasmo. Pero también la música y los cantos con los que se ha evocado al republicanismo de abril: desde el Grândola Vila Morena en todas sus versiones –la clásica de Zeca Alfonso o la punk de Reincidentes– hasta el Bella Ciao partisano, cantado en centenares de ciudades al son de palmas, acordeones, guitarras y violines.

Esta fuerza afectiva generada en el encierro está marcada por experiencias angustiantes. Pero también por otras que anuncian formas más sanas de producir, de consumir, de relacionarnos. A lo largo de estos meses, hemos vislumbrado lo que significaría salir del “progresismo fósil” y tener ciudades más respirables, ríos menos contaminados y bosques más biodiversos. También hemos constatado cómo, incluso en la peor de las emergencias, somos capaces de valiosos gestos altruistas: de cooperar para coser mascarillas, para distribuir alimentos a personas mayores, para ofrecer conciertos telemáticos gratuitos, para repartirnos los cuidados, para impulsar proyectos de ciencia abierta, compartida, o para construir respiradores en fábricas donde hasta hace dos días se montaban coches de lujo.   

Hay quien querría, en un contexto como el actual, reducir la condición humana al egoísmo desenfrenado, solo domesticable por vías autoritarias. Sin embargo, en miles de ciudades y pueblos de todo el mundo están teniendo lugar experiencias colaborativas, de ayuda mutua, que no pueden menospreciarse. Entre otras razones, porque prefiguran, de manera acaso imperfecta, lo que el poeta y activista ecosocialista Jorge Riechmann describe bellamente como una “república de la que formen parte plantas y animales (…) una república con bóvedas de tiempo y de silencio, acogedora con la mano, con el ala, con la garra, con la naranja y la menta; una república perfumada con la agilidad del trabajo y con el sudor de los amantes”.

Que esta visión, como la que nos ha legado el republicanismo de abril, forme parte del futuro, depende en gran medida de nosotros. De nuestra capacidad para salir de esta crisis con más consciencia de nuestra vulnerabilidad e interdependencia. Pero también con la voluntad decidida de hacer de este mundo un sitio más amable, menos cruel, para todos y cada uno de los que en él habitamos. 

“La gran cuestión es quién paga esto: si la gente trabajadora o los que más tienen”.

Declaraciones en el programa Siempre es Hoy de Cítrica Radio con Daniel Tognetti @TognettiDaniel y Raúl Dellatorre @DellatorreRaul

Republicanismo desde los balcones

Publicado en Público 14/4/20

Al menos desde el siglo XIX, todos los procesos de democratización que España ha experimentado como Estado monárquico y colonial han tenido, de una u otra manera, una impronta republicana. Este impulso siempre tuvo en la batalla contra el privilegio y las desigualdades uno de sus principales desvelos. Y siempre se topó con parecidos obstáculos: contextos internacionales adversos, una reacción pugnaz de las elites políticas y económicas de la época y las propias desavenencias y titubeos de las fuerzas republicanas.

Hoy, miles de personas evocarán desde sus balcones, y en medio de una dolorosa pandemia, la mañana del 14 de abril que trajo la República en ciudades como Éibar, Valencia o Barcelona. Al hacerlo, el republicanismo de la calle y el de las instituciones recuperará muchas tareas pendientes y se impondrá otras nuevas. Deberá hacerlo con memoria, pero también con imaginación, coraje, y con sentido de la inédita emergencia social que tiene por delante.

El republicanismo y la defensa del buen gobierno

La historia del republicanismo peninsular es la historia de una larga lucha por la regeneración y la democratización política y social. Nació para defender libertades básicas y bienes comunes frente a los regímenes caciquistas y corruptos surgidos al amparo de la Monarquía borbónica.

Las primeras figuras del panteón republicano, de hecho, están vinculadas a esa batalla contra el mal gobierno. Aquí brillan, todavía hoy, desde el asturiano Rafael de Riego –no en vano la marcha de sus tropas se convertiría en himno no oficial de la II República– a la granadina Mariana Pineda, ambos mártires en la lucha contra el régimen «felón y canalla» de Fernando VII de Borbón.

Lo mismo puede decirse de los miles de republicanos y republicanas anónimas que se enfrentaron a la Monarquía y a las oligarquías de su tiempo para expandir esas libertades. Personalidades como la obrera textil catalana, Teresa Claramunt, anarquista e impulsora de la primera Sociedad Feminista española. O la abogada Clara Campoamor, pertinaz defensora en las Cortes constituyentes de 1931 del derecho al divorcio, a la no discriminación  por razón de sexo y al sufragio femenino.

La lucha republicana por las condiciones materiales de la libertad

El republicanismo democrático, en realidad, siempre entendió que la defensa de la libertad exigía la garantía igualitaria, a todas las personas, de las condiciones materiales de existencia.

Por eso, no solo se preocupó por ampliar el derecho de voto o la libertad de cultos, sino de garantizar, además, los elementos básicos del derecho a la existencia: el acceso a educación, sanidad y vivienda adecuadas, la garantía de un ingreso básico y de condiciones de trabajo decentes.

Hoy sorprende –pero no debería olvidarse–, que en su momento más avanzado el movimiento republicano hizo Ministro de Industria a un trabajador del vidrio, cooperativista, que había aprendido a leer a los veintidós años, como Joan Peiró. O que llevó al Ministerio de Sanidad y Asuntos Sociales a la primera ministra mujer en España, la anarquista Federica Montseny.

Muchas de estas batallas por la ampliación de derechos, todavía vigentes, se vieron frustradas o quedaron inconclusas. Pero hicieron evidente que la defensa de lo público, de lo común, no era posible sin la imposición de límites a la acumulación indiscriminada de riquezas.

Por eso, el republicanismo más igualitario del siglo XIX tuvo claro que la democracia económica exigía justicia fiscal y distribución equitativa de bienes, y que los usos especulativos o abiertamente abusivos de la gran propiedad privada no podían tolerarse.

El artículo 128 de la Constitución de 1978, que con razón se cita en estos tiempos de pandemia para exigir un mayor control público sobre clínicas y laboratorios privados, para evitar la especulación en materia de alquileres, alimentos, o residencias de personas mayores, tiene su antecedente en el artículo 44 de la Constitución republicana de 1931. Aquel artículo no solo establecía que «la riqueza del país, sea quien fuere su dueño, está subordinada a los intereses de la economía». También permitía –al igual que las Constituciones republicanas de México y de Weimar– socializar la propiedad e incluso realizar expropiaciones forzosas mediante adecuada indemnización, «a menos que disponga otra cosa una ley aprobada por los votos de la mayoría absoluta de las Cortes».

La resistencia oligárquica al republicanismo democrático

Uno de los dramas del republicanismo fue tener que aplicar estos programas de reconstrucción en tiempos de crisis internacionales, así como en medio de una pugnaz resistencia de las oligarquías políticas y económicas de turno, comenzando por el bloque de los grandes rentistas (el gran «partido» agrario, en el siglo XIX, el poderoso «partido» inmobiliario-financiero, desde el siglo XX hasta ahora).

La I República llegó tras la derrota de la Comuna de París y en medio de la Gran Depresión de 1873. La II tuvo que batallar en medio del crack del año 30. Los movimientos republicanos que se enfrentaron el franquismo llegaron a gobernar ciudades importantes en los años 80. Pero tuvieron que hacerlo en el marco de la crisis del petróleo desatada unos años antes. Y lo mismo ocurrió con los movimientos municipalistas republicanos, nacidos del 15-M, que tuvieron que gestionar sobre la herencia dejada por otra crisis capitalistas mundial, la de 2008.

La mejor de la tradición republicana entendió que solo había una manera de vencer estos obstáculos y de ampliar la democracia política y económica: analizar con rigor la realidad y fortalecer la organización y participación popular, social, para conseguir que los cambios llegaran lo más lejos posible.

El municipalismo como principio republicano

Esa convicción de eficacia democrática llevó al republicanismo peninsular a asumir de manera extendida el municipalismo. El ámbito local, justamente, aparecía como el más idóneo para impulsar, sobre todo en tiempos de crisis, experiencias cooperativas, de autoorganización, que luego podían proyectarse a otras escalas más amplias.

La vida municipal republicana dio personalidades admirables e inspiradoras. Como la de Fermín Salvochea, alcalde del «Cantón de Cádiz» en 1873 y lector voraz de Tom Paine y de Piotr Kropotkin. O como la de maestra Natividad Yarza Planas, nacida en Valladolid y elegida primera alcaldesa por sufragio universal en una candidatura de Esquerra Republicana de Catalunya en 1934. O como la del fino pensador galleguista, Ànxel Casal, editor de la Revista ‘Nos’ y alcalde de Santiago de Compostela hasta su asesinato por las fuerzas golpistas en 1936.

Ciertamente, en España hubo siempre un republicanismo unitarista o uniformista. Pero la mejor tradición republicana hispana fue la que de manera más clara entendió que la batalla por la democracia política y social era inescindible de la lucha por la democracia territorial y por el  reconocimiento de la pluralidad nacional y regional interna.

Un republicanismo plural, federal y confederal

La defensa de un republicanismo anticentralista, federal o confederal, comenzó a circular en la segunda mitad del siglo XIX de la mano de figuras como Joan Bautista Guardiola –»España no forma una sola nación, sino un haz de Naciones»– o como el Francesc Pi i Margall, autor de obras de una gran influencia en su tiempo como La reacción y la revolución, de 1854, o Las Nacionalidades, de 1882.

En realidad, basta con echar un vistazo a la historia de los siglos XIX y  XX, y a la breve del siglo XXI, para advertir que la tradición republicana democrática ibérica está atravesada por diversos republicanismos nacionales y regionales, con elementos singulares y comunes, todos ellos partidarios de fórmulas de articulación federales y confederales.

Esto puede advertirse en el republicanismo castellano, inspirado en la experiencia comunera de 1521 y con tener defensores tan relevantes como Anselmo Carretero, vinculado al PSOE. También es riquísima la historia del republicanismo andaluz, con expresiones notables como la Constitución de Antequera de 1883 o el pensamiento de Blas Infante. O la del republicanismo democrático vasco de la segunda mitad del siglo XIX, federal y fuerista, lleno de obreras y obreros que cantaban la Internacional junto al Guernikako Arbola. O la del republicanismo gallego, encarnado en artistas y pensadores universalistas y pacifistas, como Castelao. Y lo mismo podría decirse del poco conocido republicanismo mallorquí de un Francesc de Sales Aguiló, o de las diferentes tradiciones del republicanismo catalán como las que encarnaron Francesc Macià, Andreu Nin, Neus Català, Joan Lluhí i Vallescà o Lluís Companys (quien en 1934 llamaba a resistir conjuntamente a la extrema derecha y al fascismo desde «el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República federal libre y magnífica»)

Conocer, poner a dialogar y hacer crecer esta mirada municipalista, plurinacional, partidaria de articulaciones institucionales federales y confederales, es uno de los grandes retos del republicanismo de nuestro tiempo. Un republicanismo que debe estar atento para que la necesaria colaboración y coordinación que exige la actual emergencia socio-sanitaria no impida federar y compartir decisiones y no se resuelva en una recentralización que lesione el pluralismo y el principio democrático de autogobierno.

Un republicanismo no colonial, antirracista y antibelicista

De la misma manera, el republicanismo debería tomar nota de la necesidad de estrechar los lazos fraternales con los pueblos que también luchan por una mayor democracia política y económica.

Ya a comienzos del siglo XIX, el republicanismo peninsular estableció un estrecho vínculo de exilios y cooperación que se desplegó más allá de la península, sobre todo en los territorios del antiguo imperio. A partir de las revoluciones norteamericana y francesa y de la temprana revolución que en 1804 dio lugar a la República negra de Haití, el avance del republicanismo y de su impronta democratizadora en España y en Iberoamérica se retroalimentaron. Un Riego, un Pi Maragall, no solo luchaban por democratizar su tierra. También batallaban, indirectamente, por una nueva América. Del mismo modo que Bolívar, San Martín, y sus tropas de indígenas, criollos y mestizos, favorecían la irrupción de una nueva España, que rompiera con su herencia monárquica e imperial.

Desde entonces, este iberoamericanismo no colonial, fraternal, ha estado presente en algunas tradiciones republicanas peninsulares. El poeta republicano portugués Antero de Quental, por ejemplo, sostuvo en 1871 que la causa de la decadencia de los pueblos peninsulares eran la monarquía, la confrarreforma católica y la expansión ultramarina. Y como alternativa a ello, propuso un republicanismo ibérico municipalista, federal y anticolonial.

Estas ideas se han mantenido vivas, de un modo otro, con las diferentes corrientes de solidaridad que en América recibieron a exiliados del franquismo y de la dictadura de Salazar, o que más tarde, recibieron a perseguidas o víctimas de las dictaduras latinoamericanas de finales del siglo XX. Son las mismas redes republicanas que hoy siguen denunciando los desmanes belicistas de Donald Trump o los vínculos de Jair Bolsonaro, Iván Duque o Sebastián Piñera con las derechas neocoloniales españolas.

En realidad, el internacionalismo, el antirracismo y el anticolonialismo deberán ser principios irrenunciables del republicanismo democrático en este tiempo de pandemias. Para denunciar, una y otra vez, la falsedad y los privilegios mezquinos que esconden los discursos nacionalistas racistas, xenófobos y belicistas (el artículo 6 de la Constitución republicana de 1931 renunciaba a la guerra como instrumento de política exterior). Y también para mostrar que solo la cooperación internacional y el intercambio de saberes, información y recursos, pueden evitar la desaparición de la humanidad a causa de nuevos virus, de una emergencia climática irreversible o del uso de armas de destrucción cada vez más letales.

Recordar para construir un republicanismo del siglo XXI

Nada de esto puede darse por descontado. Hoy como ayer, el republicanismo democrático sigue teniendo al frente poderosos adversarios. Defender lo público, lo común; acabar con las prebendas fiscales de las grandes fortunas; garantizar ingresos básicos a todas las personas; avanzar en justicia social y ambiental; asumir sin retórica las exigencias del movimiento feminista; reforzar el municipalismo y el pluralismo nacional. Todo eso exige remover privilegios arraigados que no se ceden de la noche al día. Ni siquiera en tiempos de pandemia.

La falta de aliados internacionales, la respuesta mezquina de las élites europeas, siguen siendo obstáculos formidables. Y también la cerril oposición interna, que incluye a las empresas del IBEX, a los grandes rentistas y a derechas cerriles, capaces de contemporizar, aun hoy, con el pasado absolutista e imperial, o con la dictadura franquista.

Esta es la trama –en la que la Monarquía borbónica sigue siendo una pieza central– que las fuerzas republicanas deben deshacer. Con sentido de la responsabilidad y renunciando a un sectarismo que pondría las cosas fáciles a los nuevos heraldos del odio y del privilegio. Pero también con audacia, con valentía, con sentido autocrítico, conscientes de que no hacer lo suficiente, o llegar demasiado tarde, sería el camino directo a la propia tumba.

Que este 14 de abril sirva para aprender de los errores. Que sirva también para levantar, aunque sea en los balcones, los anhelos plurales del republicanismo democrático, del pasado y del futuro. Y que sirva –¡cómo no! – para recordar a los más jóvenes, como pedía Max Aub, que aquellas republicanas y republicanos que nos precedieron en su lucha «rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados en escapar», eran lo mejor del género humano.

El mundo que resultará de todo esto

Nueve retos para un tiempo de pandemias

Publicado en CTXT 9/04/2020

Los últimos datos de países como China, Italia o España, parecen anunciar una cierta estabilización de los índices de contagio de Covid-19. Mientras no haya una vacuna, estas tendencias no pueden considerarse irreversibles. Pero permiten vislumbrar una fase caracterizada por una mayor flexibilización de los confinamientos domiciliarios y una mayor reactivación de la actividad económica.

Este panorama está generando un debate inédito, propiciado por las redes sociales, sobre el mundo que resultará de las decisiones que se adopten hoy. Si será más igualitario o irremediablemente desigual. Si más libre o más autoritario. Si más o menos cooperativo. El objetivo de estas líneas es plantear nueve desafíos –nueve: el signo de la persistencia, la empatía y el sentido humanitario– que este nuevo tiempo de pandemias impone.

1) Reconstruir la economía para cuidar la vida

Si algo está poniendo de manifiesto el Covid-19 es la necesidad de una profunda revisión de las políticas de precarización, de recortes sociales y de crecimiento insostenible practicadas en las últimas décadas. Esto supone reconstruir la economía para preservar la salud y asegurar una vida digna. Y distinguir, para ello, las actividades económicas esenciales que deberían ser potenciadas, de aquellas que deberían reorganizarse o simplemente refrenarse.

Una de las primeras consecuencias de esta reflexión es la necesidad de priorizar las actividades productivas sostenibles sobre las depredadoras y especulativas. En poco tiempo, en efecto, se ha tomado conciencia del enorme error que ha supuesto el desmantelamiento y deslocalización de sectores industriales enteros y la importancia de su utilización para construir hospitales, para fabricar respiradores o para producir material de desinfección e incluso equipamientos de protección cuya escasez está dando lugar a fraudes y a subastas especulativas en el mercado internacional.

Nada de esto supone una evocación nostálgica de las chimeneas humeantes y contaminantes. Pero sí aceptar las ventajas que ofrece la digitalización –intercambio de prototipos en tiempo real, impresión 3D– para devolver a la industria un papel central en el despliegue de sectores clave para una mejora de la salud pública, desde la agroecología a la rehabilitación urbana.

La vida en el confinamiento, en efecto, está permitiendo comprobar lo que significaría vivir con menos contaminación y un aire más respirable. No es descartable que esta experiencia ayude a que la batalla contra la recesión provocada por la pandemia no se traduzca en un regreso al productivismo ciego y desbocado de los últimos años, sino en la construcción de una economía diferente: reindustrializada, pero orientada a sectores con alto impacto ecológico, como la reforestación, la fabricación de transporte público no contaminante o el despliegue de infraestructuras para energías renovables.

Mucho de esto tiene que ver con el despliegue de actividades y servicios vinculados a lo que el feminismo y el ecologismo denominan una economía que cuide la vida. De pronto, el confinamiento forzoso ha llevado a mucha gente –sobre todo hombres– a constatar la importancia del asistir y alimentar niños pequeños, personas mayores y familiares enfermos. Y lo mismo ha ocurrido con ciertos trabajos básicos –a menudo realizados personas pobres o migrantes en severas condiciones de precariedad- que suelen quedar fuera de las grandes reflexiones económicas: desde la recogida de fruta en el campo hasta la limpieza de las ciudades o la recolección y reciclaje de residuos.

Esta toma de conciencia respecto de lo que es esencial también afectará la percepción de lo que puede no serlo. El parón económico ha obligado a vivir sin casas de apuestas y sin fábricas de armamento, sin que hayan aparecido razones de peso para echarlo de menos. Igualmente, el confinamiento ha permitido descubrir que parte del trabajo o de los estudios –sobre todo en la educación superior– que hoy exigen grandes desplazamientos podrían realizarse telemáticamente con un impacto energético menor. Este mundo teleconectado se intensificará en el futuro. Pero si no quiere dejar nadie atrás, es crucial que venga acompañado de condiciones habitacionales dignas, programas de alfabetización digital y del acceso igualitario y energéticamente sostenible a dispositivos tecnológicos y a conexión de calidad.

Naturalmente, el encierro en las casas también ha servido para valorar actividades esenciales que no pueden satisfacerse entre cuatro paredes de manera virtual. Y que una vida sin escuelas donde los más pequeños convivan y se toquen, sin huertos comunitarios, sin espacios verdes para caminar o practicar deportes, sin librerías y teatros de barrio, sin ríos en los que poder bañarse, sin cafés, sin centros cívicos, sin conciertos y salas de baile, puede ser una vida lóbrega y amarga.

2) Revalorizar lo público, lo común.

La revalorización de lo esencial propiciada por la pandemia está trayendo consigo una revalorización de lo público, de lo que no es común. La conmoción provocada por la entrada súbita y extendida de la muerte en nuestras vidas, por ejemplo, ha mostrado que bienes básicos como la atención sanitaria no pueden quedar al albur del mercado. Y que es inadmisible que los poderes públicos permitan que se especule con otros como los servicios funerarios, la alimentación o las residencias de atención a personas mayores. 

Bajo ese ánimo de época, gobiernos de diferente signo político como el de Irlanda o Noruega, y grandes ciudades como Nueva York, han colocado bajo control público hospitales, hoteles, fábricas, y otros espacios de titularidad privada para hacer frente a la crisis socio-sanitaria.

Estas decisiones se han vinculado a la excepcionalidad de la pandemia. Pero bien podrían dar pie a fórmulas estables de economía mixta similares a las que tuvieron lugar durante la reconstrucción de posguerra del siglo pasado. No estamos hablando solo de un regreso a lo público estatal, sino de fórmulas de titularidad y  gestión muy diversas, que permitan asegurar con eficacia la alimentación de proximidad, la suficiencia energética o la soberanía tecnológica: desde nuevas empresas públicas regionales o municipales, hasta iniciativas económicas público-cooperativas o público-comunitarias.

3) Garantizar el derecho a la existencia

La perspectiva de un mundo expuesto a nuevas pandemias también está planteando de manera radical la cuestión de la supervivencia material de la especie. A estas alturas, en efecto, nada parece justificar que el derecho a la existencia, a una seguridad material mínima para satisfacer las necesidades y desarrollar los propios planes de vida, no tenga un estatus similar al del derecho de voto o a la educación básica.

Durante la pandemia, gobiernos de distinto signo están adoptando medidas sociales para intentar asegurarlo: desde la garantía de la totalidad o de parte del salario a trabajadoras y trabajadores confinados, hasta ayudas para personas desocupadas, para pequeñas y medianas empresas o para el pago de  alquileres o suministros.

El problema de muchas de estas ayudas es que suelen ser temporales, fragmentarias, y a menudo están condicionadas a rigurosas pruebas de falta de recursos. Esto pone entredicho su eficacia e incluso su capacidad para llegar sus destinatarios con la urgencia que la situación requiere. De ahí que en diferentes países del mundo se haya reabierto el debate sobre la necesidad de medidas más simples y menos burocráticas, como un ingreso mínimo garantizado a todas las personas que carezcan de uno o como una renta básica directamente universal.

Estas propuestas, en efecto, no son nuevas y existen en torno a ellas importantes debates: sobre su carácter incondicional o no, sobre su financiación, sobre la compatibilidad entre renta monetaria e ingresos en especie, o entre la garantía de ingresos y otras medidas imprescindibles, como la inversión en servicios públicos o la distribución del trabajo social y ambientalmente necesario. 

En todo caso, distan de ser utopías lejanas. Hong Kong, por ejemplo, acaba de anunciar la concesión durante 2020 de un pago único de unos 1145 euros a todos los mayores de 18 años. El propio Trump dijo a finales de marzo que aprobaría una renta de emergencia de 1200 dólares a cada estadounidense, y en un sentido similar se pronunció el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Habrá que ver en qué acaban estas propuestas. Pero lo cierto es que  en un horizonte de recesión, esta garantía de ingresos básicos está apareciendo no solo como una forma de asegurar el derecho a la existencia sino de sostener la propia economía.

4) Sortear las trampas de la deuda 

Naturalmente, la clave de estas medidas sociales e incluso de la apelación a nuevos Planes Marshall o a un New Deal similar al propuesto por Roosevelt en su tiempo, tiene que ver con su financiación. Abrir líneas de ayuda a cooperativas o a empresas innovadoras que apuesten por la reconversión energética, realizar expropiaciones de suelo para construir vivienda asequible, invertir en ciencia y alfabetización tecnológica, poner en marcha ayudas al alquiler o tarjetas de alimentos. Todo tiene un precio. Y exige saber quién lo asumirá.

En un contexto como el actual, una flexibilización razonable del déficit resulta indispensable para afrontar las ingentes inversiones que una economía dañada por una pandemia requiere. Sin embargo, esta herramienta no está igualmente disponible para aquellos países y territorios con soberanía monetaria –pensemos en el papel de la Reserva Federal en los Estados Unidos– que para quienes dependen en gran parte de los precios del mercado.

Es obvio, por ejemplo, que un endeudamiento sometido a intereses abusivos o condicionado a planes de austeridad como los impuestos a Grecia o a tantos países de América Latina, Asia y África, puede agravar aún más los problemas derivados de la emergencia sanitaria, social y económica. De ahí la necesidad de evitar las trampas de la deuda. Por ejemplo, a partir de la financiación directa por parte de los bancos centrales o de la mutualización de deudas, como están defendiendo algunas voces en Europa, con la férrea resistencia de los gobiernos de Holanda o Alemania.

Pero esto no es suficiente. En un momento en el que el volumen de deuda mundial triplica el PIB global, es fundamental plantear algún tipo de jubileo:  moratorias, quitas y condonaciones de deudas, sobre todo a los países que más necesitan ese dinero para hacer frente a una emergencia social y económica que viene de lejos y que la pandemia no ha hecho sino agravar.        

5) Impulsar una fiscalidad social y ambientalmente progresiva

Obviamente, resulta muy difícil pensar en una reconstrucción social y ambientalmente justa de la economía si el debate sobre la emisión de dinero o sobre la flexibilización del déficit no viene acompañado de un debate sobre una política fiscal alternativa.

Ya en 2019, el historiador y economista holandés Rutger Bregman recordó en Davos que la reactivación económica exigía hablar, no de filantropía de los millonarios, sino de impuestos progresivos. Y que ello suponía varias medidas impostergables: desde una batalla decidida contra la corrupción, la evasión y los paraísos fiscales, hasta el despliegue de medidas fiscales que no ahoguen a las clases populares y medias y que sean incisivas, en cambio, con las rentas más altas, las empresas tecnológicas, los fondos de inversión, los grandes tenedores de vivienda y, en general, el bloque de los grandes rentistas y especuladores.

En contra de lo que podría pensarse, estas propuestas de justicia fiscal están siendo impulsadas no solo por economistas progresistas como Thomas Piketty, sino por medios conservadores como el Financial Times, e incluso por millonarios como Georges Soros o William Buffet. Y no en vano algunos políticos de alta responsabilidad, como el presidente de Portugal, están recordando que los bancos deberían devolver a la sociedad el dinero con el que fueron rescatados tras la crisis financiera de 2008.  

6) Federar y democratizar las decisiones

La necesidad de tomar decisiones económicas y médicas urgentes durante la pandemia también ha venido justificando una concentración de funciones en los poderes ejecutivos de los estados. Esta concentración se ha presentado como una condición indispensable para la eficacia de las medidas adoptadas. Es innegable que este principio tiene algún sentido en un contexto de emergencia sanitaria. Sin embargo, existen múltiples razones para matizarlo.

La principal es que en situaciones de gran complejidad como las que implica una pandemia, la eficacia de una decisión está muy vinculada a la información de que se disponga. Es decir, a la posibilidad de contar con elementos suficientes para poder anticipar consecuencias sociales, económicas y políticas no previstas a simple vista.

Nada de esto puede ser realizado por un planificador central único. Por el contrario, oír opiniones disímiles y voces críticas, federar las decisiones y el intercambio de información con otras instancias gubernamentales –regionales, municipales, supraestatales– así como con diferentes actores sociales –gente del mundo de la ciencia, sindicatos, economistas, organizaciones de base– son básicos para minimizar errores.La democratización de los medios y la batalla contra las noticias deliberadamente falsas en las redes será fundamental en el mundo poscoronavirus

Se ha dicho –con razón– que el avance brutal del virus en el Brasil de Bolsonaro y en los Estados Unidos de Trump es la consecuencia del negacionismo abierto de estos gobiernos. Y que incluso algunas de las medidas drásticas adoptadas por China, tienen que ver con el intento inicial del gobierno de tapar el problema y de no oír las advertencias provenientes de las autoridades locales. Por eso, muchas de las críticas que reciben los poderes públicos pueden ser exageradas o inmerecidas, pero es mejor que existan y que se produzcan en un marco de auténtico pluralismo.

La democratización de los medios y la batalla contra las noticias deliberadamente falsas en las redes será fundamental en el mundo poscoronavirus. Para fiscalizar a los políticos, pero también para controlar y limitar a grandes monopolios y oligopolios privados que a menudo tienen más poder que los propios gobiernos y que se aseguran de que las únicas opiniones que circulen sean las que cuentan con la fuerza del dinero.  

7) Preservar las libertades y la privacidad digital

Lo que vale para la libertad de expresión y de crítica debería valer para otras libertades personales.

Es lógico que la irrupción de una pandemia suponga limitaciones a la libertad de movimiento. De hecho, en el caso del Covid-19, estas restricciones han asumido con frecuencia la forma de autolimitaciones que el grueso de la ciudadanía ha llevado adelante de manera ejemplar y responsable. Precisamente por eso, será central luchar para que las emergencias sanitarias no se utilicen para militarizar la vida cotidiana, para normalizar abusos y detenciones arbitrarias o para imponer sanciones económicas desproporcionadas.

Salvo en situaciones de riesgo extremo, en efecto, el confinamiento debería admitir variantes flexibles y sostenibles en el tiempo, como ha ocurrido en Suecia y otros países. Impedir un mínimo de actividad física al aire libre, obligar a una mujer que padece violencia sexista a convivir con su agresor, o prohibir que los niños o personas con autismo puedan caminar y airearse, puede ser más dañino para la salud física y mental que una epidemia vírica.

Es verdad que en una pandemia, la ausencia de vacuna obliga a combinar la flexibilización del confinamiento domiciliario con otras medidas de contención del contagio.

Además de aquellas de seguridad personal, como el uso de mascarillas o la higiene, y de la disposición de residencias y centros sanitarios de calidad, esto supone evaluar otras fórmulas como la geolocalización digital y el control público de datos personales. Pero debe hacerse con precaución, sobre todo en un tiempo donde los gigantes privados como Google o Facebook ya se han hecho con muchos de ellos, con nuestra propia aquiescencia. Es verdad que en países como Corea o Singapur la utilización del Big Data, debidamente anonimizado, ha permitido un equilibrio razonable entre la detección de infecciones y el respeto a la intimidad y a las libertades personales. Pero esto no debería ser un argumento para bajar la guardia o para aceptar brazaletes biométricos las 24 horas del día. Por el contrario, el uso de datos personales para objetivos de salud pública no debería justificar injerencias abusivas en la intimidad y en libertades personales que, cuando se resignan, difícilmente vuelven a recobrarse.

8) Afianzar el municipalismo y la solidaridad internacional

El miedo generado por el Covid-19 pandemia también está facilitando la aparición de discursos favorables al repliegue en un Estado fuerte. Sin embargo, en un momento en que la pandemia ha pulverizado nociones como la seguridad nacional, parece más realista y deseable pensar en fórmulas federales y confederales de toma de decisiones, que permitan combinar diferentes escalas, comenzando por las más pequeñas. 

No es casual que en diferentes rincones del mundo se haya valorado de manera positiva el papel de las instituciones locales en la gestión de la emergencia. La actuación de ciudades como Nueva York, Barcelona, Cádiz, Bilbao, Ciudad de México o Valparaíso, han demostrado que los gobiernos locales suelen detectar con más eficacia problemas concretos, cotidianos, que las instancias más altas no advierten o tardan en procesar.

Un municipalismo robusto, económicamente bien dotado, sería una herramienta fundamental de democratización política y económica y un elemento de prevención y reacción 

En muchos casos, esta posición privilegiada del mundo local para acometer situaciones de estas características contrasta con la falta de competencias y de financiación (en España, por ejemplo, la financiación del mundo local sigue siendo la misma que en el tardofranquismo). Sin embargo, un municipalismo robusto, económicamente bien dotado, sería una herramienta fundamental de democratización política y económica y un elemento de prevención y reacción eficaz frente a epidemias y otras  emergencias similares.  

Las redes municipales, en cualquier caso, no tienen por qué ser incompatibles con el desarrollo de otras escalas de coordinación más amplias. Por el contrario, partiendo del principio de subsidiariedad, pueden facilitar formas de articulación de abajo hacia arriba e insuflar nueva fuerza a redes estatales, regionales o internacionales ya existentes o que se están gestando.

Si algo está enseñando la crisis del Covid-19 es que médicas, científicas, sindicalistas, cooperativistas, gente del mundo de la empresa, agricultores de diferentes rincones del mundo, tienen mucho que aprender unos de otros. Que del mismo modo que después de la segundo guerra mundial se nacionalizaron industrias clave, hoy podrían universalizarse otras para compartir medicinas, prototipos replicables de equipamientos esenciales, programas agroecológicos y de gestión energética sostenible, y otros proyectos comunes.

9) Articular redes que nos transformen y que cambien el mundo   

Obviamente, los argumentos favorables a un mayor internacionalismo no acabarán por si solos con las desigualdades, el calentamiento global o los golpes y guerras por el control del petróleo, del litio o del cobre. Nada impide de hecho, que una pandemia como la que atravesamos no sea aprovechada por alternativas reaccionarias, autoritarias y excluyentes. Pero la historia está abierta. Como en otros momentos, lo decisivo será la movilización de todos aquellos que han entendido que el virus no es un agente exógeno que viene a invadirnos, sino el resultado interno de un capitalismo colonial, voraz, que hace tiempo se ha convertido en una amenaza para la biodiversidad en el planeta. 

Si bien la reclusión en nuestras casas nos ha aislado temporalmente, también nos ha permitido construir redes nuevas, impensables hasta hace muy poco. Esas redes desafían fronteras físicas que la propia noción de pandemia ha tornado artificiales e inútiles y podrían permitir organizarnos mejor. Habría que aprovechar esta tregua para tomar conciencia del enorme reto que tenemos por delante. Eso y asumir que los cambios que estamos experimentando en nuestras vidas podrían ser el motor de una transformación más amplia, en común, hacia un mundo más igualitario, libre y cooperativo.

¿Con qué economía salimos del coronavirus?

«Hay que aprovechar esta inédita situación de vulnerabilidad compartida para construir colectivamente una economía que cuide, que proteja y que salve la vida

Publicado en ElDiario.es 28/03/2020

El agravamiento de la crisis del COVID-19 está mostrando de manera cruda que no hay una única manera de resolver el dilema entre confinar y mantener la actividad económica. Sin embargo, algo va quedando claro: la responsabilidad y la determinación con la que se afronte decidirán la vida de muchísima gente, así como la posibilidad de salir de esta pandemia con maneras de relacionarnos muy diferentes a las que nos han traído hasta aquí.

Los negacionistas de la emergencia

Los negacionistas de la gravedad del virus, como Bolsonaro o Trump, están siendo los más reticentes en asumir el confinamiento como forma de frenar el contagio y de no saturar a los sistemas sanitarios. Y para justificarlo están apelando, precisamente, a la necesidad de «salvar la economía». No parece, empero, que su preocupación sea la situación económica de la mayoría. Bolsonaro no ha tenido problemas en pedir el abandono la cuarentena argumentando que los brasileños no debían temer al contagio porque son gente «que bucea en una alcantarilla y no les pasa nada». Se puede encontrar una colección de citas de Trump en la misma dirección. Y las consecuencias están a la vista. En pocos días, las muertes en Brasil se están disparando y los Estados Unidos se han convertido en el país con más personas infectadas del mundo –unas 81.000–, lo cual es especialmente preocupante si se tiene en cuenta que en su privatizado sistema sanitario un tratamiento por COVID-19 puede costar unos 35.000 dólares.

Los negacionistas de la emergencia

Los negacionistas de la gravedad del virus, como Bolsonaro o Trump, están siendo los más reticentes en asumir el confinamiento como forma de frenar el contagio y de no saturar a los sistemas sanitarios. Y para justificarlo están apelando, precisamente, a la necesidad de «salvar la economía». No parece, empero, que su preocupación sea la situación económica de la mayoría. Bolsonaro no ha tenido problemas en pedir el abandono la cuarentena argumentando que los brasileños no debían temer al contagio porque son gente «que bucea en una alcantarilla y no les pasa nada». Se puede encontrar una colección de citas de Trump en la misma dirección. Y las consecuencias están a la vista. En pocos días, las muertes en Brasil se están disparando y los Estados Unidos se han convertido en el país con más personas infectadas del mundo –unas 81.000–, lo cual es especialmente preocupante si se tiene en cuenta que en su privatizado sistema sanitario un tratamiento por COVID-19 puede costar unos 35.000 dólares.

En algunos casos, esto ha llevado a iniciativas de nacionalización o de control público de sectores privados que el neoliberalismo consideraba anatema hasta hace dos días. En España, la emergencia sanitaria reveló a muchos que existía un artículo de la Constitución, el 128, que subordina la riqueza, «sea cual fuere su titularidad», al interés general, y que tiene por delante un campo importante de aplicación. En Irlanda, de hecho, el primer ministro democristiano Leo Varadkar ya ha nacionalizado temporalmente 2000 camas, nueve laboratorios y miles de empleados para incorporarlos al sistema de salud estatal para luchar contra el COVID-19.

Deslindar lo esencial de lo que no lo es

Algunos países, como Italia, Nueva Zelanda y ahora España, están dando un paso más allá y están detallando qué actividades deberían cerrar temporalmente y cuáles deberían mantenerse. Italia ha redactado un decreto donde el funcionamiento temporal de la economía se ciñe a ámbitos concretos. Sin embargo, esto dista de suponer un cierre brusco o una paralización extendida del sistema productivo. El decreto aprobado por el gobierno de Giuseppe Conte mantiene como esenciales… ¡unos 80 sectores de la economía! Esto incluye industrias auxiliares, estratégicas, sin las cuales el propio sistema sanitario quedaría en entredicho: químicas, farmacéuticas, aluminio, goma, sector alimentario, ópticas, empresas de recolección y tratamiento de residuos, reparación de industrias básicas, distribución de agua y gas, y un largo etcétera.

Esto muestra que en todos estos países, en realidad, lo que se está imponiendo es un equilibrio de fondo: poder enviar a casa a un número importante de trabajadoras y trabajadores para contener el contagio, pero sin abandonar por ello la realización de actividades esenciales, estratégicas, sin las cuales la triple emergencia sanitaria, social y económica, se agravaría aún más.

Reorientar la economía para proteger la vida

En un contexto así, no hay solución perfecta. Pero el desafío es claro: maximizar el aislamiento durante la cuarentena mientras se establecen las bases de una economía orientada a la proteger la vida de manera sostenible en el tiempo. Algo para lo que hace falta atender las urgencias actuales, pero también mantener la mirada en el ecosistema productivo, comercial, energético, del día después.

Es aquí donde, al igual que en el crack de 2008, vuelve a constatarse que la economía necesaria para afrontar estas pandemias no puede ser la economía capitalista que nos ha traído hasta aquí: precarizadora del trabajo, destructora de los servicios públicos, especulativa y depredadora en sus impactos sobre la naturaleza. Por lo tanto, ya no se trata, como de manera tan altisonante como hipócrita proclamó Nicolás Sarkozy hace una década, de «refundar el capitalismo». Se trata más bien de escuchar lo que están planteando movimientos como el feminismo o el ecologismo y de aprovechar la crisis para poner los cimientos de una economía distinta: más cooperativa, que priorice lo público, lo común, y que se plantee la reversión urgente del calentamiento global, de la desigualdad social y de la proliferación de los recursos de destrucción masiva.

Cuidar a la gente confinada y a quienes trabajan fuera

En el plazo inmediato, esto exige proteger tanto a las personas confinadas como a las que deben trabajar fuera de casa. Por más importantes que sean los confinamientos para evitar la saturación de servicios médicos, es difícil obligar a todo el mundo a recluirse cuando el punto de partida es una desigualdad social estructural en la que no todos están en iguales condiciones de hacerlo. Basta con mirar a grandes países como la India o México, pero también ciudades Lesbos y otras de Europa, para advertir la dimensión de la tragedia.

Si se tiene vivienda digna e ingresos asegurados, un confinamiento largo puede ser difícil pero llevadero. Si se vive en condiciones de hacinamiento o no se tiene empleo, confinarse puede implicar exponer a los propios a otras enfermedades, no poder pagar un alquiler o sencillamente no poder alimentar a los hijos. Por eso es urgente que se refuercen los servicios de atención domiciliaria –algo a lo que ciudades como Barcelona, Cádiz, Valencia o Bilbao están volcando ingentes recursos– o que se introduzcan rentas básicas de emergencia, como la que la oposición acaba de arrancar a Bolsonaro en Brasil. Y por eso urge, también, que se pongan límites claros a los despidos, como está planteando el gobierno PSOE-UP, o que se suspenda el pago de hipotecas y alquileres para familias vulnerables y comercios, algo que obliga a asumir el conflicto con la banca y los grandes tenedores.

Y lo mismo ocurre en la economía que sigue funcionando fuera de las casas. Una economía sana dispuesta a velar por quienes se confinan, no puede dejar desprotegidas a sus pequeñas y medianas empresas, a las cooperativas, al mundo de la cultura, a las residencias de ancianos, y desde luego, a quienes realizan trabajos esenciales en términos socio-sanitarios. De poco sirve aplaudir a limpiadoras, médicas, enfermeras, cajeras de supermercado, o cuidadoras de personas mayores, si luego no se protegen, con la misma determinación, sus derechos laborales, sus turnos de trabajo y su salud.

La cuestión de fondo: ¿y esto quién lo paga?

Claro que esto tiene un coste, y la obligación de los poderes públicos –de todos ellos– es que no lo paguen los de siempre. En Europa, la propia Unión se está jugando su credibilidad y su supervivencia en ello. Es todo un síntoma que –a diferencia de lo que ocurrió con la crisis griega- Portugal, España e Italia estén cuestionando juntos las mezquinas resistencias de Holanda y Alemania a emitir coronabonos y a

facilitar a los países del Sur un financiamiento no condicionado por especuladores y buitres. Y es todo un síntoma, también, que una parte creciente de la ciudadanía comience a preguntarse por qué sus gobiernos no son fiscalmente más exigentes con las grandes fortunas y con los grandes rentistas que fueron rescatados en innumerables ocasiones y no han devuelto aquel esfuerzo a la sociedad.

Obviamente, que la crisis no sirva para apuntalar aún más la economía de casino que se ha impuesto en las últimas décadas, también depende de la capacidad de organización de la ciudadanía y de la gente que vive de su trabajo. Esto no es sencillo en un contexto de aislamiento, pero el desafío es ineludible: organizarse, crear espacios de ayuda mutua, enredarse más allá de las fronteras físicas, para que los anhelos que hoy resuenan en los balcones se abran camino a pesar de la pandemia. La lucha contra el COVID-19 no puede concebirse como una empresa belicista. Lo que hace falta no es matar a nadie ni militarizar la vida cotidiana, sino aprovechar esta inédita situación de vulnerabilidad compartida para construir colectivamente una economía que cuide, que proteja y que salve la vida.