Entrevista de Pablo Elorduy para El Salto

Gerardo Pisarello: “El PSOE quiere a la monarquía como un escudo contra la derecha pero el precio es garantizar su impunidad”

El diputado de Unidas Podemos, Gerardo Pisarello, desarrolla en su último libro la idea de que, a pesar de que se nombra así en la Constitución, la española no es una monarquía parlamentaria.

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Gerardo Pisarello es Secretario primero del Congreso de los Diputados y responsable de relaciones políticas e internacionales de Catalunya en Comú. DAVID F. SABADELL

Pablo Elorduy  @pelorduy

El Salto 1 AGO 2021 06:07

El secretario primero del Congreso de los Diputados, Gerardo Pisarello (Tucumán, Argentina, 1970), ha escrito Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica (Akal, 2021). En esta obra, Pisarello recorre la historia de la monarquía en España y cómo esa historia ha estado marcada por pelotazos, traiciones y deslealtades. Cuando se cumple un año de la salida/fuga de Juan Carlos I a Emiratos Árabes Unidos, todas las opciones permanecen abiertas. Hay un contragolpe de las fuerzas de la derecha que priorizan la supervivencia de la monarquía a la de la democracia pero, opina Pisarello, no está agotada la vía republicana, pese a le evidente descoordinación de las distintas pulsiones que existen en el conjunto del territorio.

Tras casi una década de escándalos en torno a la Casa Real queda claro que hay un espacio republicano amplísimo pero, ¿hay fuerzas para ocuparlo?
Primero, hay muchas tradiciones republicanas peninsulares invisibilizadas, que se desconocen. Para construir esas tradiciones republicanas del futuro es necesario conocerlas. Por eso, para mí era importante visibilizarlas en el libro, que seamos conscientes de estas tradiciones gallegas, andaluzas, catalanas, vascas, que hay un republicanismo feminista, por ejemplo, que se hizo poco vivibles pero que fue muy fuerte durante el siglo XIX. Creo que para reconstruir, para plantear un republicanismo o una coordinación de los diferentes movimientos republicanos peninsulares a la altura de los retos del siglo XXI, hay que partir de eso. Me parece que, más allá de la necesidad de que los republicanismos democráticos, populares, de izquierdas, intenten ese acompasamiento o coordinación de sus relojes (y para eso tienen que conocerse), también es importante que vaya apareciendo un republicanismo democrático moderado y conservador que entienda que la monarquía es un obstáculo incluso para la modernización económica tal y como la entienden ellos. Hay sectores del PNV que representan eso.

¿Es posible que emerja ese republicanismo de derechas?
Para que exista la posibilidad tienen que aparecer incluso más Ortegas y Gasset —Ortega era un elitista demófobo en muchos sentidos pero es alguien que en un momento determinado escribió un artículo que acababa con aquella frase “Delenda est monarchia» [la monarquía debe ser destruida]. Hay que destruir a la monarquía si queremos un régimen mínimamente regenerado, que sea capaz de superar unas prácticas clientelares y rentistas que son un lastre para el progreso económico, social y cultural.

Estamos ante la irrupción de un partido del rey y ante un rey que se deja querer por esas fuerzas de extrema derecha

Una especie de “partido del Rey” ha conseguido reforzarse. Vox nace con esa misión, usa el color verde, que tiene un simbolismo tan claro en la historia de España y ha conseguido que el adversario a la idea de la república aparezca como muy agrupado y muy fuerte.
Hay una cierta coincidencia en la emergencia de Vox y el declive del juancarlismo. Cuando, con el caso Nóos, se acaba la omertá y comienza la debacle del juancarlismo es cuando la extrema derecha comienza a irrumpir, con la idea de ofrecerle a la monarquía una salida primorriverista. Es decir, si la monarquía se ve investigada, ve peligrar su estabilidad, aparece un partido de extrema derecha, autoritario, que reivindica abiertamente el franquismo, que está dispuesto a darle cobertura. La cuestión es que Felipe VI no reacciona rechazando esa oferta. En el entorno de la monarquía hemos visto cómo los sobrinos del rey —Froilán, Federica— han asistido a actos de Vox, sin que reciban una reprimenda especial por parte de la Casa Real y cómo las inclinaciones ideológicas de Felipe VI son más derechistas que las de su padre.

¿Qué pruebas hay?
Esas ideas se manifiestan de distintas maneras, no solo en el discurso del 3 de octubre de 2017, también en la llamada por teléfono a Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial. En el Tribunal Supremo, entre otras cosas, está aforado su padre Juan Carlos, y la cúpula de un poder judicial desempeña hoy un papel muy importante para consolidar las agendas de la derecha extrema y para frenar agendas más progresistas. Felipe VI tampoco ha condenado los crímenes franquistas. En efecto, estamos ante la irrupción de un partido del rey y ante un rey que se deja querer por esas fuerzas de extrema derecha, lo cual hace que no podamos descartar en un contexto como el que estamos que una de las posibles salidas a la crisis de la monarquía sea una salida autoritaria.

Los pueblos y las gentes peninsulares no van a poder decidir libremente su destino, de forma clara y de forma limpia mientras haya monarquía

¿Qué ha supuesto Catalunya para Felipe VI?
Creo que supone un problema enorme. De hecho, me parece que las dudas de la monarquía frente a la operación del indulto, son un intento propagandístico de intentar reparar lo que significó el discurso del 3 de octubre. Por eso Díaz Ayuso marca el terreno diciendo que el rey tendría que cuestionarse si firma o no esos indultos. La escenificación que se hace entonces no es simplemente que firme, sino que una parte importante de los sectores empresariales catalanes piden la presencia del rey en Catalunya. Consideran que hay una figura que hay que dar por perdida y hay que dejar caer, que es Juan Carlos I, pero que es posible inventar un nuevo ‘felipismo’ que venga a suceder al juancarlismo.

¿Va a funcionar?
Esa operación tiene muchos límites. Porque en la configuración que el propio franquismo le da en la transición y que no se revierte del todo con el dibujo constitucional, el papel del rey como garante de la indisoluble unidad de la nación española —“patria común e indivisible de todos los españoles” como dice el artículo 2— imposibilita que la monarquía pueda dar una respuesta adecuada al desafío plurinacional que tenemos sobre la mesa. Puede haber avances, en algunos elementos tímidos de descentralización, en algunos elementos económicos, puede intentar coser algunas relaciones con parte de ese empresariado en Catalunya, pero creo que los pueblos y las gentes peninsulares no van a poder decidir libremente su destino, de forma clara y de forma limpia mientras haya monarquía, y eso es parte del problema.

Veníamos de una fase de desbordamiento, en Catalunya pero antes también en el conjunto del Estado. Ahora se ha dado esta fase de reacción que ha dejado inerme al desbordamiento, en ambos lugares. Has querido reflejar que todos los escenarios permanecen abiertos. ¿También los de un segundo momento de desbordamiento?
Lo que indica lo que está pasando en otros puntos del planeta, también frente a esta ofensiva global de la extrema derecha —que es una versión más violenta, incluso neofascista, del neoliberalismo— es que hay reacciones diversas y muy duras. Como en el caso de Chile, por ejemplo, donde frente a un régimen constitucional blindado, con una Constitución que parece irreformable, de pronto hay un tipo de movilización popular que lo desborda todo —movimiento feminista, movimiento de trabajadores— y se abre un proceso constituyente. Nosotros seguimos, me parece, instalados en la paradoja de que la crisis de régimen continúa estando abierta, es una crisis muy profunda, pero crece por un lado una opción de extrema derecha que lo que plantean son alternativas que son casi prerrégimen del 78, acercándose a lo que era el franquismo.

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DAVID F. SABADELL

Sin alternativas claras.
Pero las fuerzas republicanas democráticas existen y tienen un papel. En el Congreso se expresan de formas diferentes —fuerzas republicanas independentistas o no independentistas, desde Bildu a Esquerra, CUP, Más País, Compromís…— es un arco muy amplio, pero no tienen la fuerza suficiente para imponer ese cambio. Lo mismo ocurre con la monarquía.

El precio que el PSOE paga por tener a la monarquía a su lado es garantizar la impunidad de unos casos de corrupción que son tan escandalosos hoy, que están a la vista de gran parte de la ciudadanía

¿En qué sentido?
Uno tiene la sensación de que está en una situación de debilidad que no experimentaba desde la Transición. Para muchos sectores conservadores Felipe VI parece incluso amortizado y ya quieren acelerar el ascenso de Leonor. Pero por otro lado tampoco se visualiza un movimiento republicano lo suficientemente fuerte como para generar una transformación socioeconómica que debilite a los poderes fácticos, que son los aliados de la monarquía. Por tanto creo que estamos en esa tensión, ni el viejo régimen se consolida, o puede salvar su crisis —la monarquía no puede ocultar el cráter enorme que estalla con el comunicado de la Casa Real del 15 de marzo de 2020— pero todavía las fuerzas republicanas democráticas no tienen la suficiente fuerza.

¿Es el PSOE el muro que impide visualizar una república?
Creo que es un elemento contradictorio. Por un lado hay una memoria socialista antimonárquica que muchas veces se expresa en las propias bases del PSOE, que son claramente republicanas. Cuando en las encuestas se pregunta sobre la monarquía, la gente de adscripción socialista, especialmente la más joven, dice que tendría que haber una comisión de investigación por los delitos que se atribuyen a Juan Carlos I y es sumamente crítica con la monarquía. Hay gente mayor que no se olvida de que Indalecio Prieto y Julián Besteiro casi llevaron a Alfonso XIII a sentarse en una comisión de investigación por el caso Annual.

Ha llovido mucho…
Por otro lado, efectivamente está el Partido Socialista que ya con el felipismo pensó que la monarquía podía ser un escudo para protegerse de los movimientos destituyentes de la derecha. Que si la monarquía estaba con el Partido Socialista y el PSOE protegía a la monarquía, la derecha franquista no iba a poder consumar sus proyectos destituyentes. Algo de eso veo todavía, pero me parece una estrategia que tampoco se sostiene. Porque el precio que el PSOE paga por tener a la monarquía a su lado es garantizar la impunidad de unos casos de corrupción que son tan escandalosos hoy, que están a la vista de gran parte de la ciudadanía, y que degradan el propio proyecto de transformación social que el PSOE quería encarnar. Me parece que están atrapados en esa contradicción. Quieren utilizar a la monarquía como un escudo para protegerse de la derecha pero el precio es garantizar la impunidad de la monarquía y finalmente el apoyo a muchos sectores económicos que están detrás de la monarquía y que, por su parte, tampoco quieren que gobierne el PSOE.

Creo que desde el interior no hay voluntad alguna de sentar a Juan Carlos I ante una comisión de investigación en el Congreso

En las últimas semanas han salido a la luz nuevas informaciones sobre el papel de Juan Carlos I como intermediario para la venta de armas. ¿La monarquía ha convertido al Reino de España en un país mucho más militarista de lo que por su posición podía haber sido?
Absolutamente. Me parece que una de las tentaciones que hubo después del comunicado de la Casa Real en el que se atribuía a Juan Carlos I el vínculo posible con paraísos fiscales, con los casos de evasión y blanqueo de capitales, es pensar que lo suyo era solo una cuestión económica. Pero hay que ver que eso va vinculado a una concepción de la geopolítica. Uno de los primeros viajes que Juan Carlos I hace cuando es nombrado rey es al Chile de Pinochet, a la Argentina de Videla. Sus vínculos con el rey de Marruecos arrancan también desde un inicio. Por tanto, esos vínculos con estas políticas de tráfico de armas, están en el momento constitutivo de la llamada monarquía parlamentaria. No es algo que haya pasado hace dos días. Son actitudes que son vergonzosas económicamente pero que también lo son desde el punto de vista político. La monarquía ha facilitado que el Reino de España se haya convertido en una potencia militarista hacia afuera, que saca adelante operaciones neocoloniales en sus relaciones con otros países, sobre todo en América Latina —con el famoso episodio del “por qué no te callas”—. Y, desde el punto de vista de política interior, ha amparado algunos momentos tremendos como fue el momento del terrorismo de Estado con los GAL.

Una de las cosas que destacas en el libro es que la cultura del pelotazo no nace con Juan Carlos I.
Ahora están saliendo muchos libros contra Juan Carlos I, como si se hubiera levantado una veda y en los medios se permitiera un tipo de crítica hoy que era impensable con posterioridad al 23 de febrero de 1981, entendido el 23F como hecho legitimador del “todo vale” para el juancarlismo. Pero claro, el problema no es solo Juan Carlos. Cuando estudias en términos históricos las actuaciones de Juan Carlos es inevitable pensar en Alfonso XIII, en su bisabuela Isabel II, pensar en Fernando VII. Los borbones son un problema, pero no solo ellos. También durante los Austrias ocurrían muchas de estas cosas. Y en realidad con los Reyes Católicos también se daban, porque la construcción del reino hispano, como reino que quiere ser unificado, está muy vinculada a la conquista y al expolio de América. Y por lo tanto al dinero fácil.

Una parte del progresismo siempre ha confiado en que se podía limitar a la monarquía, pero en realidad, cuando se manifestaron con más claridad las energías democratizadoras peninsulares fue cuando hubo momentos más claramente republicanos

¿Qué supone cultural y a lo largo de la historia ese momento de “descubrimiento”?
Esa construcción del reino hispano está ligada a un modelo económico que ampara el rentismo y un modelo extractivista, en el que la corte sirve de pegamento a este tipo de sectores., Como esa corte se define como católica, no solo es incompatible con la modernización económica tal como se concibe en otros países, sino que es incompatible con el respeto a la diversidad lingüística, con el respeto a la diversidad étnica, con un componente profundamente sexista y machista y homófobo, como se ve durante la Inquisición. Sin pretensión de exagerar, uno ve que hay un hilo que se mantiene a lo largo de la historia en el que la monarquía es una pieza fundamental, porque es garante de los intereses de esas oligarquías rentistas extractivistas. Y, para llevar adelante su proyecto, necesita de una concepción muy autoritaria desde el punto de vista cultural, de la tolerancia religiosa, de la tolerancia de las ideas.

¿Qué consecuencias tiene esa concepción?
Una de las ideas del libro era mostrar que el problema fundamental, tal como se configuró la monarquía hispánica, es que ésta es un elemento de freno a los procesos de democratización en todos los ámbitos. Y también un elemento de freno a la modernización. Ha habido intentos de ponerle cotos, de poner límites. Una parte del progresismo siempre ha confiado en que se podía limitar a la monarquía, pero en realidad, cuando se manifestaron con más claridad las energías democratizadoras peninsulares —esas energías modernizadoras y creativas desde un punto de vista artístico e innovadoras en términos científicos— fue cuando hubo momentos más claramente republicanos.

Por más que lo diga la Constitución española, nunca ha habido en España una monarquía parlamentaria

¿Dónde pueden acabar los casos que actualmente sacuden a la Casa Borbón?
Mis esperanzas las tengo puestas, simplemente, en lo que pueda pasar en Suiza. Si el fiscal Yves Bertossa, que es independiente y garantista, decide avanzar en las investigaciones, me parece que puede ocurrir algo. Creo que desde el interior no hay voluntad alguna de sentar a Juan Carlos I ante una comisión de investigación en el Congreso. No hay voluntad alguna de sentarlo en el banquillo de los acusados en un Tribunal. Soy bastante pesimista en que la Fiscalía y en el Tribunal Supremo permitan que eso ocurra. Hemos visto que incluso Hacienda ha hecho una cierta dejadez de funciones a la hora de actuar en los casos de irregularidades fiscales. Pero eso no quiere decir que no hay que seguir insistiendo en esa línea, que no haya que seguir mostrando que el rey y que la monarquía parlamentaria están desnudos.

¿Va a servir para algo la Ley de la Corona que se anunció a finales del año pasado?
La conclusión a la que hemos llegado muchas personas que nos sentimos republicanas es que finalmente somos nosotros los que estamos exigiendo que la monarquía se comporte parlamentariamente. Y lo que estamos haciendo es mostrar que en realidad, por más que lo diga la Constitución española, nunca ha habido en España una monarquía parlamentaria. Porque los borbones son una dinastía muy maleducada en términos constitucionales, muy caprichosa, que nunca ha aceptado ningún tipo de límites. Pero precisamente por eso sus límites son importantes. Si el presidente dice que le genera inquietud y perturbación el comportamiento de la monarquía y que hay que garantizar transparencia y que no haya opacidad, creo que hay que batallar al máximo para que esa transparencia exista, para que se deroguen los delitos contra la imagen de la corona, para que efectivamente se pueda criticar.

¿Serviría al fin de los republicanos?
Hay algo en el funcionamiento de la monarquía que está emparentado con el modus vivendi de los vampiros que, cuando los expones a la luz, apenas pueden sobrevivir. Hemos llegado a un punto donde la sola transparencia puede tener un papel muy transformador. Porque el principal actor histórico de erosión de la monarquía ha sido la propia dinastía borbónica. Simplemente con poder hacer visible, con que no se criminalice a quienes intenten hacerlo visible ya tendríamos muchas posibilidades de que, más temprano que tarde se pueda abrir una vía republicana.

La imagen que más esperanza me genera es alguna que se parezca al Pacto de San Sebastián, que implica que las diferentes fuerzas republicanas puedan coordinar los relojes

Entre bambalinas se ha comentado que esa reforma incluiría la renuncia a la jefatura de las fuerzas armadas. Esto puede generar un problema de procedimiento importante, puesto que sería necesaria una reforma constitucional ¿Es factible?
Yo me imagino muchas reformas que serían posibles, pero no acabo de verlas viables porque continúa habiendo un problema de fondo. Las dos constituciones que más han durado en la historia de España son la de 1876 —para la primera restauración— que es una Constitución que tuvo muchos intentos de reforma. ¿Por qué no se reformaba nunca? Entre otras cosas por lo que decía [José] Canalejas, porque abrir la cuestión de la reforma constitucional implica indirectamente la posibilidad de que se reforme la forma del Estado, y que se cuestione la monarquía. Y es lo que está pasando ahora.

La segunda Constitución que más ha durado es la de 1978.
Sí, ¿por qué no se abre un debate sobre la reforma constitucional? Porque cualquier debate que no sea simplemente una cuestión cosmética, en el que se discuta algún elemento de algún artículo aislado, abriría el debate sobre la forma de Estado. Y a lo que hay pánico es a que eso se pueda plantear. Estoy convencido de que si se abre ese debate y finalmente se sometiera a referéndum ese tipo de cambios constitucionales —separar la figura del rey de la jefatura de las fuerzas armadas, por ejemplo, como pasa en la monarquía sueca— finalmente se sometería a la voluntad popular la supervivencia o no de la monarquía.

Gerardo Pisarello entrevista - 1
Gerardo Pisarello en los pasillos del Congreso de los Diputados. DAVID F. SABADELL

¿Se puede llegar a ese punto?
Si eso se produjera en el contexto de una campaña en la que se pudieran defender abiertamente las diferentes posiciones, creo que probablemente volvería a pasar lo mismo que pasó con Adolfo Suárez: que el responsable político de turno se taparía el micrófono y diría “no salimos a hacerlo porque lo perdemos”.

¿Cuál es el escenario que más optimismo te genera como republicano? 
Mi experiencia en el Congreso es que a pesar de los enormes obstáculos, a pesar de las reticencias, y a pesar de la armadura jurídica que existe alrededor de la Corona —que impide que sea investigada formalmente, que se planteen según qué preguntas— he visto intervenciones en el pleno, en las comisiones, enormemente críticas, de diputados y diputadas republicanas de diferente signo. He visto gente que expresa las diferentes tradiciones republicanas del Estado. Diputadas vascas, diputados de origen andaluz, gente de ERC, de la CUP, de Más País, de nuestro grupo confederal, incluso del PNV. Hay muchas fuerzas republicanas que cuestionan abiertamente la monarquía. La imagen que más esperanza me genera es alguna que se parezca a lo que fue el Pacto de San Sebastián, que implica que las diferentes fuerzas republicanas —no solo las de izquierdas sino fuerzas republicanas moderadas, democráticas— puedan coordinar los relojes y ponerse de acuerdo en que la superación de la monarquía tiene que ser un paso necesario para poder impulsar un concepto del que hablaba Xosé Manuel Beiras, que es el de proceso de procesos constituyentes. Porque la vía de la reforma constitucional minimalista está agotada. Por tanto hay que construir esa vía.

No creo que vaya a haber un republicanismo legalista que encuentre la solución técnica correcta

¿Es un escenario al que ir de la mano de la nostalgia, de la bandera tricolor, o es un libro blanco para que integre también a quienes no se sienten interpelados por esos referentes?
Para construir eso hacen falta materiales del pasado. Porque si dejamos que nos invisibilicen las tradiciones republicanas que existieron y que fueron enormemente plurales —libertarias, socialistas, comunistas, de autoorganización popular, con ateneos, bibliotecas, distintas formas sindicales, etc—, si borran eso va a ser muy difícil. Haciendo visible eso, creo que tenemos que hacerlo pensando en que ese nuevo republicanismo que hay que construir —cercano a lo que planteaba Pi i Margall, o lo que se planteó en la gran revuelta cantonalista de 1873— naturalmente tendría que incorporar elementos de futuro. En ese sentido, con modestia y sin arrogancia, creo que debemos mirar un poco más al sur. Chile está dando un ejemplo de eso.

¿En qué sentido?
El republicanismo del siglo XXI tiene que partir de cosas como que una asamblea constituyente, como mínimo, solo puede ser paritaria, que tiene todo el sentido del mundo que quien presida la asamblea constituyente sea, como en el caso de Chile, una mujer mapuche que representa a las olvidadas de siempre. Creo que las nuevas generaciones pueden aportar mucho para conectar con eso sin perder las diferentes memorias, que se parecen a las del futuro mucho más de lo que nos imaginamos.

Pero en Chile la Constitución ha llegado por una cuestión material como es el precio del transporte.
Es importante tener eso presente. A veces nos ponemos ansiosos, queremos fórmulas “será reformando la Constitución…”. No creo que venga por cambios jurídicos elaborados en un despacho. No creo que vaya a haber un republicanismo legalista que encuentre la solución técnica correcta. Históricamente, las caídas de la monarquía se produjeron por situaciones de insatisfacción material de la ciudadanía que estaban conectadas con la conciencia de los privilegios y de los enormes abusos que suponía la existencia de la monarquía. Cuando la gente ha pasado una pandemia, no tiene para pagar el alquiler, no tiene trabajo fijo o tiene trabajos enormemente precarios, tolera mucho menos los abusos y la prepotencia y los atropellos del poder. 24 horas antes de caer Isabel II, los diarios publicaban que era la reina más querida por todos los españoles, por su casticismo y por su gracia. Y al día siguiente la gente estaba arrojando cuadros de Isabel II por los balcones de los Ayuntamiento y organizando hogueras con figuras monárquicas.

Gerardo Pisarello “Mentre hi hagi monarquia a Espanya, no hi haurà dret a decidir a Catalunya”

Entrevista per Sergi Picazo @sergipicazo 28/07/2021 Crític

Gerardo Pisarello (Tucumán, l’Argentina, 1970) proposa si fa no fa una via de treball per a tots els republicans de, com li agrada dir a ell, la península Ibèrica: enderrocar la monarquia borbònica com a clau de pas per alliberar les energies atrapades pel Règim del 78. Per això porta anys estudiant les caigudes i restauracions de la monarquia a Espanya, i ho acaba de publicar al llibre Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica (Akal, 2021). Membre del nucli impulsor de Barcelona en Comú, va ser primer tinent d’alcaldia de l’Ajuntament de Barcelona i ara és diputat i membre de la Mesa del Congrés dels Diputats. Pisarello segueix sent avui una de les ments pensants dels Comuns. Gerardo Pisarello: “Mentre hi hagi monarquia a Espanya, no hi haurà dret a decidir a Catalunya”

Són, realment, els últims dies de la monarquia a Espanya?

Les monarquies hereditàries estan en crisi al món. Al segle XVIII eren la forma majoritària d’Estat, i ara hi ha només un 8% de monarquies. I, en el cas del Regne d’Espanya, els Borbons tenen un problema enorme: pateixen una crisi molt gran, creada per ells mateixos, i a la qual no saben quina sortida trobar. El joancarlisme funcionava perquè hi havia uns interessos econòmics i polítics que permetien sobreviure a la monarquia. Però això està trontollant.

L’establishment espanyol està intentant fer una bona jugada: cremar la figura de Joan Carles per salvar Felip.

De moment, podria estar funcionant, sí. La valoració de Felip VI a les enquestes, fins i tot a l’enquesta de la Plataforma de Mitjans Independents, és millor que la del seu pare en totes les facetes. L’objectiu és fer veure que Felip VI no té res a veure amb el seu pare. Però és una idea molt discutible: bàsicament, perquè Felip, per una qüestió d’edat, ja no era un nen quan es produeixen totes les operacions financeres i el cobrament de comissions del seu pare. El problema és que el PSOE no vol estirar aquest fil. Em fa la sensació que la direcció socialista pensa que mantenir i defensar la institució monàrquica és un bon escut contra els atacs de la dreta i de la ultradreta.

Hi ha gent que ha conegut Felip VI i diu que és més de dretes, molt més de dretes, que Joan Carles.

Joan Carles, que va ser designat per Franco, va començar a regnar en un moment en el qual l’antifranquisme i les esquerres eren molt fortes. Va haver de negociar amb el PSOE o, fins i tot, amb Santiago Carrillo per a la legalització del Partit Comunista. Malgrat les seves inclinacions personals, va haver de mostrar-se com un rei modern i va haver de garantir que pogués haver-hi un Govern del PSOE l’any 82 després del cop d’Estat. A més, va acabar tenint una bona relació amb Felipe González. En canvi, Felip ja creix en un moment de declivi del moviment antifranquista i envoltat d’amistats que venen de l’extrema dreta o que han acabat com a empresaris vinculats a casos de corrupció. Ell, per la seva formació, és més conservador que el seu pare i se sent més còmode amb la dreta que el seu pare. 

Foto: IVAN GIMÉNEZ

“Si les coses es compliquen, Espanya podria patir un gir autoritari com el de Primo de Rivera”

Si hi ha una regressió política a Espanya cap a l’extrema dreta… què passaria amb la monarquia?

Al llibre explico justament que la monarquia espanyola podria sobreviure en el marc d’un gir autoritari amb un Govern, posem per cas, del PP i de Vox. Jo crec que podria haver-hi una sortida a la Primo de Rivera si les coses es posen complicades. Això podria passar. Per això, cal vigilar bé la monarquia. Quan Felip VI truca a Lesmes, el president del Consell General del Poder Judicial, s’ha de denunciar. Quan Felip VI fa el discurs que va fer el 3 d’octubre de 2017 sobre Catalunya, s’ha de dir que està incomplint fins i tot el marc constitucional.

Quina funció política de fons han tingut els Borbons al llarg dels últims dos segles: la unitat d’Espanya, mantenir l’statu quo, empènyer cap al conservadorisme?

Això és important. No ens hem de quedar amb la crítica a les malifetes actuals de Joan Carles. El problema amb els Borbons és històric, i ve fins i tot d’abans, en l’origen de l’intent de creació d’una nació espanyola i en el que Bartolomé de las Casas anomenava la destrucció de les Índies. La monarquia és un dels agents impulsors a Espanya d’un model econòmic basat en l’espoli de les Amèriques i en el diner fàcil d’un model extractivista i rendista que, potser exagerant, es manté vigent fins avui. La monarquia actua com a cola d’enganxar els diferents sectors vinculats a l’economia rendista des del temps de la colònia fins a l’actualitat, des de la plata fins al petroli, i que ha impedit els avenços democràtics i modernitzadors del país.  

“El gran tema és poder demostrar si Felip VI estava al cas de tot el que feia el seu pare i se n’ha beneficiat”

Per què la monarquia ha caigut en països propers com Itàlia, Grècia o Portugal, i no a Espanya? De fet, a Espanya es va aconseguir enviar a l’exili diversos reis… però sempre han acabat tornant-hi.

El jurista Javier Pérez Royo, al pròleg del llibre, parla de la restauració permanent. Sempre hi tornen! El primer problema és que ni a Espanya, ni a Catalunya, hem tingut una revolució victoriosa com a França contra les estructures polítiques i econòmiques que mantenien viva la monarquia. Després, cal recordar que, després de la Segona Guerra Mundial, Itàlia aconsegueix espolsar-se la monarquia després que s’aliés amb el feixisme, i a Espanya el franquisme va triomfar i va comportar el retorn de la monarquia. Durant els últims dos segles, els moviments republicans espanyols han aconseguit forçar a l’exili uns quants reis i reines, però mai van aconseguir posar fi a les estructures econòmiques que sustentaven la monarquia. De vegades sembla que les tradicions republicanes peninsulars sempre s’hagin acabat espantant davant la possibilitat d’un vessament de sang. Amb algunes excepcions, eh, com el republicà català Abdó Terrades i la seva famosa expressió de la “cuchilla niveladora de la democracia”.

És curiós, aquest fenomen dels republicans espanyols. Molta gent d’esquerres que s’identificava com a joancarlista. El PSOE que es declara republicà però partidari dels Borbons. I, fins i tot, aquell primer Podem, que potser per càlcul demoscòpic, no volia atacar directament el rei i protagonitzava moments com aquell de Pablo Iglesias regalant sèries de televisió a Felip VI.

Noooooo… La meva impressió és que el que va passar és que, quan parles de republicanisme a Espanya, sovint s’identifica amb els anys trenta i, per a una bona part de la població, remet a una època conflictiva i a la Guerra Civil. El primer Podem volia crear un imaginari polític nou i volia crear una experiència republicana de futur, i no de passat, i crec que això era un encert. Aquella batalla per la república, però, s’havia d’haver donat des de bon inici i, al final, es va acabar donant d’una manera molt natural. Fins i tot ara Podem ha entès que la seva manera de mantenir el seu impuls és vincular-se totalment a la tradició republicana. Les victòries municipalistes del 2015, des de Cadis fins a Barcelona passant per València, la Corunya o Saragossa, es donen justament en tot l’arc de ciutats tradicionalment republicanes i, a partir d’allà, es produeix una desborbonització generalitzada. El republicanisme espanyol no mata mai els reis… però sí que és molt dur destruint els símbols. Quan es produeix la caiguda d’Isabel II, ja es cremen quadres de la reina a la plaça de Sant Jaume!

Sovint els Borbons no han caigut per la seva actitud “política”… sinó que per errors inesperats han acabat gairebé tots a l’exili: Ferran VII, la regent Maria Cristina, Isabel II, Alfons XIII, Joan Carles. Quin podria ser l’error que precipiti una caiguda de Felip?

Els Borbons sempre han caigut quan la gent ha pres consciència dels seus abusos, sobretot quan els abusos han arribat a un punt insuportable. Històricament, amb Ferran VII o Isabel II o Alfons XIII, els abusos s’han vist com a insuportables quan tenien motivacions econòmiques. Però no només han caigut pels diners…; també han tingut problemes greus per les seves aventures polítiques com ara guerres colonials o el suport a governs corruptes. Ara ho estem veient amb Joan Carles: el problema no són només els diners… sinó també la seva possible implicació en el tràfic d’armes o el seu suport a governs dictatorials. Aquí el gran tema és poder demostrar si Felip VI estava al cas de tot el que feia el seu pare i si Felip VI se n’ha beneficiat. Quan això es torni insuportable per a la majoria de la societat, la monarquia tindrà un problema. Per tant, el republicanisme ha de seguir denunciant tota aquesta foscor.

Foto: IVAN GIMÉNEZ

“Si vols destruir el règim monàrquic has de tenir aliances amb tots els pobles de l’estat”

A Catalunya hi ha un sentiment republicà i contrari a Felip VI més gran que a la resta d’Espanya, segons es va veure a l’enquesta sobre la monarquia impulsada per la Plataforma de Mitjans Independents. Com a republicà, no seria millor impulsar la independència de Catalunya?

El Regne d’Espanya està construït sobre una realitat plurinacional. No és que hi hagi Catalunya i Espanya, i res més. Hi ha el País Basc, hi ha Galícia, hi ha Andalusia. La meva idea és que els pobles peninsulars no podran decidir el seu destí mentre hi hagi monarquia. La monarquia és un impediment. Per això, crec que la prioritat hauria de ser la coordinació de les diferents tradicions republicanes, de les perifèries i de Madrid, per criticar el règim monàrquic. Això no vol dir que no hi hagi un mentrestant en el qual es puguin fer coses.

Diuen els independentistes que, si tu vols una república i d’esquerres, la via més directa seria la independència.

Però ja s’ha vist que no hi ha prou forces per fer això. En la pràctica, això no és cert. Si vols destruir un règim monàrquic, militar, judicial i econòmic com l’espanyol, el mínim que necessites és tenir aliances republicanes fortes amb tots els pobles de l’Estat. Honestament, no crec que amb la consigna del “Nosaltres sols” es pugui dur a terme la independència… i això ja es va demostrar a la tardor del 2017. Les forces republicanes catalanes s’haurien d’implicar en la batalla contra la monarquia coordinant les seves iniciatives socials, feministes i ecologistes amb la resta de les forces republicanes de l’Estat.

Foto: IVAN GIMÉNEZ

“El 15-M o el moviment sobiranista no van tenir tanta força ni aliats com pensàvem”

El 15-M, primer, Procés Constituent després, i fins i tot els textos d’aquella època que fèieu gent com Xavier Domènech, Jaume Asens o tu, parlàveu molt que calia iniciar “processos constituents o desconstituents” en plural i alhora a Catalunya i a Espanya. No era un procés independentista, sinó un procés desconstituent, però… això al final Podemos i els Comuns ho van alentir o aturar?

El 15-M o el moviment sobiranista no van tenir tanta força ni tants aliats com nosaltres pensàvem. L’onada no ha estat tan forta. Això, però, no va impedir que es produïssin canvis importants polítics i socials impensables des de la Transició. Va haver-hi un canvi en les agendes i, fins i tot, un canvi de polítiques públiques en favor de les persones més dèbils. El règim, tal com estava abans del 2015, no es podrà mantenir sense canvis.

En clau global, en realitat, tu sovint has parlat que vivim en un “llarg Termidor”. S’ha d’assumir que els valors progressistes, republicans o d’esquerres, com vulguem anomenar-los, viuen una època de retrocés històric des dels anys noranta, la caiguda del bloc soviètic i el final de les revolucions?

Vivim una època de neoliberalisme salvatge. De fet, aquest neoliberalisme va ser una reacció termidoriana i conservadora contra els canvis que el món s’havia plantejat, des del Maig del 68 fins a les revoltes anticolonials africanes o la guerra del Vietnam. Avui el sistema s’ha tornat més violent que mai perquè se sent amenaçat. D’aquí ve l’aparició del trumpisme, de Bolsonaro al Brasil, de la nova extrema dreta europea… i tot això té com a funció evitar que sortim de la crisi amb uns mínims de redistribució de la riquesa i uns mínims de valors socials republicans. Aquesta nova extrema dreta és enormement violenta, però alhora, per mi, és una mostra de feblesa del capitalisme financer globalitzat.

I què creus que cal fer?

El que necessitem ara és recompondre les nostres forces. Tota l’energia republicana i progressista que van despertar aquí tant el 15-M com el moviment sobiranista s’ha de reconstituir. S’han de tornar a reconstruir els moviments municipalistes, el teixit social i els espais d’ajuda per a la gent que està més desesperada amb la crisi, l’habitatge, l’accés a la salut o a l’educació pública…

I en el front institucional, què?

Les institucions tenen una tasca principal a fer: bloquejar les normes regressives i intentar impulsar les alternatives més progressistes possibles que es puguin fer. Però, ho reitero, la tasca més important a fer pel republicanisme és contribuir a l’autoorganització de les majories socials i de les classes populars per poder enfrontar-nos amb forces contra el replegament reaccionari i violent que defensa el model d’economia rendista i capitalista.

Foto: IVAN GIMÉNEZ

“L’independentisme va ser una utopia disponible per a molta gent, però va acabar generant una gran frustració”

Quin futur albires, sent realista però òbviament fent política ficció, al llarg impasse post-1-O i post-DUI que viu Catalunya en clau nacional?

Som en una època de ressaca i de frustració. Però també encara som en una època de criminalització i de judicialització. La mobilització sobiranista a Catalunya, però també el que passa al País Basc i a Galícia o la reacció que hem vist des de l’Espanya buidada, mostren el grau de cabreig amb el procés de recentralització que es fa des de Madrid. Per això, insisteixo que les energies republicanes i anticentralistes s’haurien d’implicar en una batalla contra la recentralització i l’autoritarisme creixent. Això comporta donar suport a iniciatives concretes, com l’impuls dels canvis concrets i de les conquestes socials que no poden esperar ni un minut, sense renunciar a l’objectiu de fons. Per mi, però, aquest objectiu de fons segueix sent, com diu Xosé Manuel Beiras, “un proceso de procesos constituyentes”. Tot és possible: mira l’exemple de Xile i la seva nova Assemblea Constituent, la més plurinacional, paritària i progressista de la història del país.

Catalunya està, com diu Andreu Mayayo, en “decadència” després del Procés o, com deia Josep Ramoneda, encara som en la “utopia disponible”?

L’independentisme va ser una utopia disponible per a molta gent; però, com hi havia plantejaments per part dels independentistes no realistes, ha acabat generant una gran frustració.  A casa meva tinc un cartell penjat d’Amílcar Cabral, líder independentista africà, que diu si fa no fa: “No enganyem la gent, no demaneu victòries fàcils” [Claim no easy victories; vegeu la fotografia de dalt]. I ell ho sabia perquè s’enfrontava a forces polítiques i militars colonialistes tremendament fortes. Ara el republicanisme és una utopia disponible que, tanmateix, no impedeix fer avenços concrets en les coses que es toquen, les coses de menjar, que es poden fer en el curt termini. El que m’agrada del republicanisme és que, en el cas peninsular, pot aconseguir molts aliats, entre forces que no són independentistes, però que són federals o confederals, i que podrien entendre’s en aquesta batalla comuna. Al Congrés, avui dia, hi ha una amalgama de partits que poden coordinar els seus rellotges per empènyer en una direcció: des de Bildu, passant per ERC i la CUP, fins al BNG, amb el grup confederal d’Unidas Podemos, Más País, Compromís i, fins i tot, una part dels diputats del PSOE.

Gerardo Pisarello: «Para la extrema derecha, Felipe VI puede ser una buena cobertura para su proyecto político»

  • El diputado de En Comú Podem y secretario de la Mesa del Congreso publica ‘Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica’, en el que dibuja una crisis de sistema sin cerrar que puede conducir a una salida progresista y republicana, o a una reaccionaria de extrema derecha
El secretario primero del Congreso y diputado de En Comú Podem, Gerardo Pisarello, en la tribuna del Hemiciclo.
Foto de Marta Jara

Aitor Riveiro 16 de julio de 2021  Diario.es

La crisis de la monarquía que llevó a la abdicación de Juan Carlos I en junio de 2014 no solo no se ha cerrado, sino que se ha profundizado con la publicación de los escándalos económicos en los que está supuestamente implicado el exjefe del Estado y que salpican al actual, Felipe VI, quien no logra desembarazarse del legado de su padre. Esta crisis, que no es la primera vez que afecta a los Borbones, puede desembocar en una salida progresista y republicana. Pero también en una reaccionaria.

Así lo expone Gerardo Pisarello (1970, Tucumán, Argentina) en Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica (Akal). El secretario primero del Congreso recibe a elDiario.es en su despacho del Congreso, donde repasa someramente la complicada relación de los Borbones con el pueblo español («cuando los abusos y los atropellos resultan insoportables, acaban en el exilio»), las diferentes restauraciones de la dinastía, así como la situación actual, en la que la ultraderecha podría recurrir al rey para justificar su programa. O viceversa: «No se puede descartar la hipótesis de una regresión autoritaria si la monarquía se ve amenazada».

Pisarello, doctor en Derecho y profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona, lamenta que la monarquía parlamentaria que propugna la Constitución se escape precisamente del control del Congreso, algo de lo que responsabiliza al PSOE: «Si cambiara de actitud sobre la monarquía, las posibilidades de un camino republicano serían mucho más claras». Además, analiza los últimos cambios en el Gobierno y los cambios internos en Unidas Podemos tras la salida de Pablo Iglesias.

No es el primero que dice que la monarquía en España puede tener los días contados. ¿Por qué esta vez tendría que ser la definitiva?

No es necesariamente la definitiva, pero estamos asistiendo a una crisis de la monarquía, que la monarquía no puede cerrar. Es una forma de gobierno que está muy desprestigiada en el mundo, donde quedan 40 monarquías. Que alguien sea jefe de Estado por ser simplemente el hijo de alguien es algo que no casa con el principio democrático y con una idea mínimamente moderna de lo que debe ser la política.

Y en el caso de la monarquía borbónica, el tipo de escándalos que han salido a lo largo de estos meses sobre Juan Carlos I comportan la debacle absoluta del juancarlismo, sin ningún tipo de dudas, mientras los sectores monárquicos y la propia Casa Real tienen muchas dificultades para legitimar de la figura de Felipe VI. A veces tengo la impresión de que hay sectores conservadores que dan por amortizado a Felipe VI y que buscan ya legitimar a Leonor como posible reina. Todo eso me parece que es un signo de debilidad.

Tampoco es la primera vez que la dinastía se sobrepone a situaciones de dificultad. Desde Felipe V han perdido el trono o la legitimidad del pueblo varias veces. Y ha conseguido sobreponerse. ¿Qué diferencia hay esta vez? 

En el prólogo del libro Javier Pérez Royo habla de una «restauración permanente». Los Borbones siempre vuelven y ya estaríamos en la cuarta restauración. Pero se puede ver desde otro punto de vista, que tiene que restaurarse la dinastía borbónica porque los Borbones caen. Cuando los abusos y los atropellos resultan insoportables, los Borbones acaban en el exilio. Así pasó con Cristina de Borbón, con Isabel II, con Alfonso XIII, el abuelo del rey emérito, también acabó exiliado. Y en un cierto sentido, Juan Carlos I está en un exilio forzoso. De lujo, en una monarquía absolutista, pero un exilio forzado. 

En el libro intento seguir la idea de Benito Pérez Galdós. Puede pasar que durante siglos no se destrone y en España, un día, se destrona. Y el pueblo que durante siglos se acostó con reyes, un día se despierta en la cama del pueblo. Yo no digo que sea inminente, pero en un contexto de pandemia con una crisis muy importante, donde se ve a la monarquía vinculada a casos de evasión fiscal, de blanqueo de capitales, en un momento donde hay muchas dificultades económicas, hace que para una parte importante de la ciudadanía la monarquía sea parte del problema.

Señala que hay cuatro escenarios posibles de salida de esta crisis del sistema. Uno de ellos pasa, como ya ocurrió también en el siglo pasado, por un giro reaccionario. Y en vez de transitar hacia una república que pudiera dotar de mayores mecanismos democráticos a la sociedad, se fuera hacia todo lo contrario. ¿Ese riesgo es real en la España del siglo XXI?

Uno querría pensar que Europa es un antídoto, pero vemos lo que pasa en Polonia, en Hungría, o en España, con la normalización de una extrema derecha que tiene aliados golpistas en el mundo, en América Latina; una extrema derecha abiertamente trumpista

Que esa extrema derecha, junto con la derecha extrema, puedan estar en el Gobierno no es una hipótesis fantasiosa. Y para esa extrema derecha la monarquía es una pieza importante. Por eso los intentos de apropiarse de la figura de Felipe VI, porque creen que puede ser una buena cobertura para su proyecto político.

Y Felipe VI no hace demasiado por despegarse de esos sectores, de los sectores más reaccionarios del Poder Judicial o cuando se manifiestan exmilitares. No hay reacción por parte por parte de la Casa Real. Y Felipe VI comparte el pecado de su padre, que es no haber condenado nunca la dictadura franquista. Cómo puede ser rey de una monarquía parlamentaria alguien que nunca critica a una de las dictaduras más sangrientas que existió en Europa, como la franquista.

La hipótesis de una regresión autoritaria si la monarquía se ve amenazada no se puede descartar. Alfonso XIII se asustó cuando diputados socialistas como Indalecio Prieto pedían que hubiera una comisión de investigación por sus casos de corrupción con Marruecos. Y recurrió a Primo de Rivera. Está por verse si Felipe VI, por su propias inclinaciones ideológicas, se vería o no tentado a dar cobertura a una opción de derecha extrema.

Esa poción reaccionaria aparece como viable por la presencia de la ultraderecha en el Congreso. Pero cuando abdicó Juan Carlos I había un sentimiento casi opuesto. Había un sentimiento antimonárquico y además un empuje progresista. Sin embargo, su espacio político decidió no entrar en ese debate. ¿Se perdió una oportunidad de haber recogido ese sentimiento antimonárquico y haberlo convertido en una ola republicana?

En el ámbito municipal se dio de manera muy espontánea. Si uno se fija en las políticas que se llevaron adelante en Barcelona, Cádiz, Valencia, A Coruña o Pamplona, hubo un florecimiento de iniciativas republicanas y de iniciativas incluso anti borbónicas desde el punto de vista simbólico y memorial. Pero en el ámbito estatal sí hubo conciencia de que para que el republicanismo pudiera crecer tenía que ser del siglo XXI, que no simplemente podía apelar a la memoria sesgada de la I o la II República. Había que construir un republicanismo de mayorías, no solo el de las izquierdas clásicas. 

Y ahora el hecho inédito de que la propia Casa Real reconozca que Juan Carlos I estaría involucrado en delitos graves de evasión fiscal y de blanqueo de capitales, abre una nueva oportunidad en un contexto muy diferente, donde la extrema derecha ha crecido, donde hay un giro reaccionario en muchos sitios del mundo. Y por eso yo veo las dos oportunidades. Una situación de degradación autoritaria, pero también podría profundizarse la crítica a la monarquía, cada vez más cuestionada por sectores de la juventud, por las mujeres y sobre todo en determinados lugares del Estado.

Catalunya, en concreto, ha tenido siempre una relación muy compleja con los Borbones, desde Felipe V, que eliminó determinadas leyes propias, hasta hoy. No hay grises, amor o rechazo absoluto. Esto se ha acentuado con el procés, el discurso del 3 de octubre de 2017 es un momento muy concreto. ¿Tiene marcha atrás el aumento del rechazo a la monarquía borbónica en Catalunya?

Lo veo muy difícil. El 3 de octubre de 2017 Felipe VI actúa de manera bastante parecida a Felipe V. Se erige como el rey soldado, y en lugar de actuar como como árbitro actúa como un rey de parte. Pero el tema de fondo es que la dinastía borbónica no es capaz de ofrecer una solución a los grandes dilemas que se plantean en España. No puede ofrecer una alternativa a la cuestión de la corrupción. O a la cuestión social. Nadie ve que la monarquía vaya a servir para reforzar la sanidad pública, para reforzar la vivienda pública, etcétera. Y tampoco ofrece una solución a la cuestión territorial. Se ha mostrado como incapaz de favorecer el reconocimiento de la realidad plurinacional.

Con monarquía se podrían producir algunos avances o revertir medidas perjudiciales para la convivencia que se adoptaron en los últimos tiempo. Por ejemplo los indultos, que son un paso en ese sentido. Pero tengo muchas dudas de que la cuestión de fondo de la articulación plurinacional pueda resolverse mientras haya monarquía.

Establece en el libro una dicotomía entre monarquía y democracia. Más allá de España, ¿las monarquías que existen en Europa no democracias? 

Hay una tensión muy clara entre entre el principio democrático y las monarquías hereditarias. Porque hubo monarquías selectivas, reyes que fueron elegidos en un referéndum. El problema es que alguien pretenda ser jefe de Estado por ser hijo de alguien. 

Eso no quiere decir que haya monarquías que sean más genuinamente parlamentarias que otras, que están sometidas a controles parlamentarios y constitucionales, como la monarquía sueca o la noruega, como consecuencia de revoluciones políticas que hubo en eso en esos países. 

¿Qué hemos descubierto nosotros? Que mientras los Borbones reinaron nunca hubo una monarquía parlamentaria. Ni siquiera ahora que tenemos una Constitución que dice que la forma política del Estado es una monarquía parlamentaria. ¿Por qué? Porque la dinastía borbónica ha demostrado ser muy maleducada en términos constitucionales, muy reacia a que se le impongan límites básicos, a actuar con transparencia, a renunciar a determinados privilegios, como ocurre en otras monarquías parlamentarias. Y yo creo que ese es el problema de fondo que tenemos. Nosotros, siendo una fuerza republicana, nos dimos cuenta en el Congreso de que el funcionamiento de la monarquía con Juan Carlos I, e incluso ahora, no responde a lo que debería ser una monarquía parlamentaria.

Recordaba antes que Indalecio Prieto en su momento reclamó una investigación parlamentaria de las corruptelas, los negocios privados, de Alfonso XIII. El PSOE de hoy rechaza esa esa posibilidad y sin el PSOE, siempre se estrellan en un muro el resto de grupos que exigen esa investigación parlamentaria. ¿Qué tiene que pasar para que el PSOE cambie de su posición? Porque si cambiara su posición, cambiaría completamente el escenario.

Si el PSOE cambiara de actitud respecto de la cuestión monárquica las posibilidades de un camino republicano serían mucho más claras. Mi impresión es que hay una parte del PSOE que piensa que no cuestionar a la monarquía puede servir de escudo para frenar los movimientos destituyente de la derecha. Lo que ocurre es que el precio es muy alto. Si para que la monarquía permita que haya gobiernos que no sean claramente de derechas lo que hay que hacer es consentir la impunidad, consentir la opacidad, se acaban degradando las propias posiciones.

Y es algo que entre sus bases no es fácilmente comprensible. Ahí hay un problema que el PSOE tiene que resolver, y yo estoy convencido de que si continúan saliendo casos de corrupción como están saliendo ahora, que ya no solamente afectan a Juan Carlos I, sino que incluso podrían proyectarse sobre el rey actual, va a ser muy difícil que el PSOE pueda pueda oponerse al menos a que se investigue.

En marzo de 2020, un día después de que el Gobierno decretara el estado de alarma, la Casa del Rey lanzó un comunicado en el que asumía que había cuestiones cuando menos no del todo regulares en las finanzas de Juan Carlos I, y que el actual jefe del Estado formaba parte de la estructura societaria de esas supuestas irregularidades del rey emérito. Usted sostiene Felipe VI establece un parteaguas, intenta separarse de su padre. ¿Puede escaparse el jefe del Estado actual de lo que supuestamente hizo su padre?

Es muy difícil porque es un movimiento enormemente opaco. Se aprovecha una pandemia en la que la ciudadanía estaba confinada para activar esa especie de bomba. La propia Casa Real confiesa lo que no ha confesado ninguna casa real europea, que el rey emérito podría estar implicado en el caso grave de corrupción y que el propio rey, su hijo, conocía desde hace un año, al menos, la existencia de estas fundaciones y de estas cuentas que no habían sido o que no habían sido declaradas.

Hoy sabemos, por ejemplo, que una de las transferencias de los 100 millones de dólares que se hicieron por parte de Arabia Saudí a unas cuentas que estarían vinculadas al rey emérito se produjeron en 2008. En 2008, Felipe VI no era un niño pequeño correteando por los pasillos de la Zarzuela. Era una persona formada, que sabía que iba a ser rey. Vuelve a plantearse lo que se planteó en relación con la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, cuando ella firma y luego dice que no sabía. Hoy se está intentando reproducir esa operación para establecer un parteaguas entre Juan Carlos y Felipe. 

¿Era ajeno a lo que venía ocurriendo? Las dificultades de la Casa Real para responder afirmativamente hace que aparezca con tanta insistencia Leonor como una figura cuya irrupción en la vida política habría que acelerar. Es prueba de que no se puede cerrar en falso ese vínculo entre Felipe VI y su padre.

¿Cree entonces que Leonor podría ser reina antes de lo que biológicamente pudiera pudiéramos esperar?

Cuando se aceleró la decadencia del régimen de Cristina de Borbón como reina regente, se intentó hacer eso con Isabel II. Pero no funcionó. Los sectores digamos monárquicos están desconcertados. Después de muchos años de autocensura en los medios, después de muchos años de presiones para que no se hablara sobre sobre Juan Carlos I, sobre su fortuna, sobre sus actuaciones privadas que no tenían que ver con sus funciones constitucionales, de pronto la investigación en Suiza y las publicaciones del Daily Telegraph hace que se levante esa veda y que haya una mayor crítica pública.

Pero el objetivo de eso es mantener a salvo a Felipe VI. Su imagen pública es mejor que la de su padre, pero no es fácil que eso se pueda cerrar. Es muy difícil pensar que no existían esos vínculos, que no existía ese conocimiento. Uno de los grandes problemas es ese. No es que estemos discutiendo de monarquía ahora porque a las personas republicanas se nos haya ocurrido. Es la propia monarquía la que genera este debate con sus actuaciones. Puede pasar lo que pasó en en otros momentos en la historia de España, que la propia dinastía borbónica propicie la erosión y la crítica de la institución monárquica.

Hablaba de la investigación en Suiza, que es la que está ahora mismo más avanzada. ¿Cree que Juan Carlos de Borbón puede acabar juzgado en Suiza, por ejemplo, o incluso en España?

En Suiza es donde tengo más esperanza de que pueda ocurrir algo. Que el fiscal [Yves] Bertossa, que es muy valiente, no se detenga en la línea de investigación que tiene abierta.

En el caso de España soy mucho más escéptico. En el Parlamento no hay voluntad de hacer lo que sería normal en una monarquía parlamentaria, que el rey emérito se siente en una comisión a explicar lo que sabe, a que nos aclare todas las noticias que están apareciendo sobre él. Pero es que tampoco veo esa voluntad clara en el ámbito judicial. Por eso creo que el aforamiento en el Tribunal Supremo de Juan Carlos I era tan importante y se hizo con tanta prisa, porque es muy probable que en el Supremo no haya tampoco la voluntad para juzgar al rey emérito. Y tampoco he visto siquiera esa voluntad en algunas de las actuaciones de Hacienda, donde hubo técnicos que dijeron que cuando se sospecha que una persona puede haber cometido evasión fiscal por encima de unas cantidades tiene que haber una actuación proactiva por parte de Hacienda. Eso tampoco ocurrió. 

Hay sectores para los cuales el mejor de los escenarios sería que Juan Carlos I acabe sus días en el exilio, y que de esa manera se cierre esa carpeta y se pueda comenzar una etapa nueva. Ni siquiera la monarquía tiene asegurado ese final, pero es verdad que cuenta con aliados económicos, judiciales y mediáticos muy fuertes.https://www.dailymotion.com/embed/video/k13Er8pxhW5dW8x2Zac?ads_params=partners&api=postMessage&apimode=json&autoplay=false&embed_index=3&id=f15d317db1fb7e4&mute=true&origin=https%3A%2F%2Fwww.eldiario.es&pubtool=cpe&queue-autoplay-next=true&queue-enable=true&ui-highlight=false

Algunas preguntas sobre el momento político justo cuando llega el final del curso político. ¿Cómo han recibido en En Comú Podem la crisis de Gobierno?

Hay algo de reacción del PSOE frente a los cambios que se estaban produciendo en el propio espacio confederal. El hecho de que se produzca una reorganización que apunta a un liderazgo de mujeres, con el papel de Yolanda Díaz, de Ada Colau o de Ione Belarra, una propuesta con un contenido feminista muy claro, también hace que el propio PSOE tenga que mover ficha.

¿Es una reacción entonces?

Creo que hay algo de eso. El PSOE reacciona con inteligencia, reforzando el papel de las mujeres dentro del Gobierno, mujeres con experiencia municipal. Yo espero que en algunos ámbitos concretos sirva también para avanzar en algunos temas que son fundamentales y que todavía tenemos bloqueados.

¿Los cambios permitirán avanzar en el cumplimiento de algunas partes del acuerdo de gobierno que están bloqueadas? La ley de vivienda es un ejemplo, que además en Catalunya tiene una importancia mayor. ¿Está más cerca de lo que estaba con Ábalos al frente de Transportes?

No lo sabemos todavía. Es una incógnita, sin que eso suponga un juicio sobre ministros anteriores, por el que además tengo un respeto personal. Tener en un ministerio encargado de los temas de vivienda una alcaldesa que en su propio ayuntamiento tuvo que exigir que se pusiera coto a los incrementos de los precios del alquiler da indicios de que va a haber una cierta sensibilidad para tratar esta cuestión y una actitud más clara de lo que significa convertir la vivienda en un lujo accesible solamente para unas pocas personas o en un bien sometido a la especulación.

En el ámbito de justicia, donde estamos viendo que la derecha más dura se está atrincheran en determinados sectores del Poder Judicial e incluso dentro del propio Tribunal Constitucional, que haya una ministra como Pilar Llop puede permitir o esperamos que permita que algunos temas que tenemos encallados sobre la reforma del CGPJ, del delito de sedición para contribuir a una cierta normalización de la situación en Catalunya; la ley mordaza, etcétera, también pueden experimentar un avance. Y como portavoz en la Comisión de Asuntos Exteriores creo que el nuevo ministro, con experiencia diplomática, también puede ser interesante a la hora de pensar en una nueva fase de la geopolítica mundial donde ya no existe la tutela directa de Trump y sobre cómo España puede llevar adelante una política exterior que realmente sea autónoma.

Sólo ha habido cambios en el sector del PSOE. ¿Podría haber aprovechado Unidas Podemos para afrontar algún relevo?

Veníamos de un cambio muy reciente con Yolanda Díaz como la ministra más valorada según las encuestas y con un papel muy importante en lo que fue uno de los temas claves de la pandemia, que era cómo proteger a la población trabajadora en un momento en que la actividad económica estaba suspendida. El caso español debe mucho al papel de Yolanda Díaz y su equipo, y su papel actual dentro del Gobierno ya es una novedad. O el hecho de que Ione Belarra, que ya venía teniendo un papel importante en la negociación de la Ley de Vivienda para conseguir que esté a la altura de los retos del siglo XX, pase a ser también ministra, ya implica un cambio importante.

Igual las demás ministras y ministros de Unidad Podemos. No tendríamos ley trans si no fuera por la persistencia y el empeño de Irene Montero. Con Manuel Castells experimentó un crecimiento exponencial del número de becas no universitarias para personas en dificultades sociales y se consiguió que bajaran las tasas en la Universidad. Alberto Garzón ha protagonizado un debate importante sobre el nuevo tipo de consumo sostenible que debería tener un país que se plantee de manera seria la transición ecológica y la transición energética. El espacio confederal, sin perjuicio de los cambios que siempre pueden producirse, está liderando algunos de los grandes proyectos para salir de esta crisis con un programa que realmente sea transformador y que no nos devuelva a una nueva vieja normalidad.

El gran debate que hay dentro de Unidas Podemos desde la salida de Pablo Iglesias, que además se ha demostrado que ha sido una salida real, es dibujar o determinar hacia dónde debe ir Unidas Podemos. ¿Cuál cree que debe ser de aquí a 2023, cuando afrontaremos un montón de procesos electorales en un espacio muy corto de tiempo?

Cuando uno no tiene detrás a los grandes poderes económicos, a los grandes medios de comunicación, lo único que tienes la organización. Ahora se abre un reto organizativo enorme que tiene que consistir en poder dar cobijo a la gente que ya formaba parte de ese espacio del cambio, pero también en abrirse a otros sectores de la sociedad. Y para que eso sea posible hay que hacer una cosa que nos planteábamos al comienzo, que no es simplemente crear partidos. 

Hay que crear instrumentos políticos que tengan liderazgos plurales, que tengan diversidad. Que ni siquiera sean partidos, que sean como semipartidos, instrumentos que faciliten la autoorganización democrática de la gente. El poeta y pensador ecologista Jorge Riechmann decía que esa especie de semipartido de nuevo tipo tenía que parecerse a un arrecife de coral, que fuera capaz de cobijar mucha diversidad y mucha vida debajo de sí. Eso tenemos que poder ser capaces de hacerlo como parte de lo que ya es nuestro espacio confederal, pero con relaciones muy abiertas con el resto de fuerzas progresistas y plurinacionales que hoy son las que están manteniendo las principales políticas transformadoras que están impulsando este Gobierno.

Pero una cosa es una relación política y otra una orgánica. Habrá fuerzas con las que se pueda tener una relación política muy fluida. Pero eso es, digamos, un apoyo político. A nivel orgánico, ¿hay posibilidad de dar cobijo a más gente, a más proyectos?

El 2023 va a tener un cariz muy municipalista. Hay experiencias territoriales muy distintas, y nosotros lo hemos experimentado, que han dado combinación a fórmulas muy diferentes. Hay que tener un instrumento organizativo que sea lo suficiente abierto como para, de manera política o de manera orgánica, poder tener contacto y poder tener una relación cercana con todas esas fuerzas políticas que comparten programas similares. 

Lo que no tiene sentido es que ahora simplemente nos planteamos una especie de repliegue identitario que no tuviera la audacia que tuvimos en 2014 y en 2015, y de intentar reconectar con mucha gente, incluso con generaciones jóvenes que están esperando que demos una salida a la altura de los retos que tenemos. 

La extrema derecha que tenemos encima no es la que existía cuando aparecieron Podemos, los comunes, etcétera. Hoy tenemos que dar otra respuesta, y creo que tiene que parecerse más al arrecife de coral del que el que hablaba, del que hablaba Riechmann, que sepa cobijar muchas cosas y que esté pensado para reconectar con la sociedad. El hecho de que ahora tengamos mujeres con clara capacidad de liderazgo y de empatía me parece que es un elemento fundamental para conseguir eso. 

Pero el objetivo principal no debe ser cuántos escaños consigues, sino en qué medida contribuyes a que la gente común pueda auto organizarse para poder cambiar las cosas en los centros de trabajo, en sus escuelas o en sus barrios. Porque la clave de la profundización democrática y de la batalla contra la extrema derecha está ahí.

Pisarello contra la monarquia per Jaume Bosch

PSOE, PP, VOX i Cs impedeixen sistemàticament qualsevol intent del Congrés de Diputats d’investigar la Casa Reial. El diputat Gerardo Pisarello ha trobat una forma intel·ligent de lluitar contra aquesta limitació a la qual es veu sotmès el poder legislatiu: escriure un llibre analitzant la tensió històrica que ha marcat la relació de la monarquia espanyola amb la democràcia. Una tensió que continua existint avui.

Per Jaume Bosch. El Temps.

Jaume Bosch i Gerardo Pisarello durant la presentació del llibre a Barcelona

Alguna cosa s’ha mogut a l’Estat espanyol perquè el secretari primer de la Mesa del Congrés de Diputats publiqui un llibre titulat Dejar de ser súbditos: El fin de la restauración borbònica (Akal, 2021). L’autor, el diputat d’En Comú Podem, Gerardo Pisarello, és doctor en Dret i professor de Dret Constitucional de la Universitat de Barcelona i es nota: pel rigor i per la visió jurídica que desprèn l’obra que ell defineix com un assaig històric.

Pisarello va néixer a Tucumán (Argentina), i explica que és net de republicans andalusos exiliats, fill d’una mestra rural i d’un advocat assassinat per la dictadura militar. I afegeix que, ara a Barcelona, ciutat de la qual va ser tinent d’alcalde, és pare de dos joves republicans catalans.

Les visions crítiques amb la monarquia estan d’actualitat: mai des de 1978, aquesta institució havia estat tan qüestionada per un sector de la societat, tot i que, excepte canvis de guió inesperats, la reivindicació de la república pot semblar una utopia. Però deia el sociòleg cristià i comunista Joan García-Nieto que “la utopia necessària és allò que encara no existeix però que demà sí que serà possible de realitzar”. Si més no, la monarquia està essent objecte d’escrutini des d’alguns mitjans de comunicació, ja que l’aliança entre el PSOE i la dreta ho impedeix a les Corts. Ja existia també una certa tradició d’obres que analitzen el paper de la Corona, però els darrers mesos n’estan apareixent de noves: L’armadura del rei, d’Albert Calatrava, Elder Hurtado i Ana Pardo de Vera (Ara Llibres, 2021) o El rey al desnudo del periodista Ernesto Ekaizer (B Ediciones, 2021) en són dos exemples. Com explica el llibre de Pisarello, els Borbons són especialistes a posar en crisi la monarquia, i la seva actuació els darrers anys és el factor decisiu, més que la tasca de convenciment dels republicans, que explica que hagin augmentat les opinions contràries a Joan Carles I i Felip VI.

Gerardo Pisarello va més enllà de la crítica al paper del monarca emèrit i de l’actual cap de l’Estat. Se submergeix fins a les arrels mateixes del debat entre monarquia i república. I ho fa, en paraules del catedràtic de Dret Constitucional de la Universitat de Sevilla, Javier Pérez Royo, que ha escrit el pròleg, amb “un assaig provocador en el millor sentit del concepte”, fent “una important contribució a un debat inexorable”. La periodista Olga Rodríguez rebla el clau en l’epíleg, afirmant que és un llibre “imprescindible que ens ofereix història i context per entendre què representa la monarquia a Espanya” i la seva relació amb sectors reaccionaris del poder judicial, de l’Exèrcit o de determinats mitjans de comunicació.

Ara, especialment a Catalunya, ha crescut un sentiment contra la monarquia simplement perquè és espanyola, però aquest no deixa de ser un feble argument. Les sospites de corrupció del rei emèrit han incrementat el percentatge de la ciutadania que exigeix un referèndum que permeti al poble decidir entre monarquia i república. Benvingudes siguin les investigacions periodístiques (i tant de bo, judicials) destinades a posar llum en un assumpte tan tèrbol. Però Pisarello va més enllà: vol proporcionar als sectors antimonàrquics, sentimentals, reactius o reflexius material de primer ordre per justificar allò que cada vegada més gent té clar: que una república aporta, tot i que cap sistema polític és perfecte, un valor democràtic infinitament superior al d’un règim hereditari que té la voluntat de perpetuar-se políticament i d’assegurar-se recursos econòmics per gaudir sumptuosament del present i preveure un futur incert.

Un reino por encima del rey. Reseña de ‘Dejar de ser súbditos’, de Gerardo Pisarello

Xavier Calafat y Xavier Granell para Sin Permiso

El libro de Gerardo Pisarello es una magnífica introducción a los dilemas de la democratización social en España. En todos los grandes retos de nuestra historia moderna y contemporánea, siempre han chocado dos principios: el principio monárquico y el principio democrático, o lo que es lo mismo, el poder -tal y como se ha constituido en España- y la libertad. Esto se puede observar atendiendo a la redacción de los textos constitucionales y al lugar que ocupaba la soberanía nacional y la soberanía regia.

Los textos más conservadores hicieron derivar el poder del monarca de un principio divino, configurando una tradición conservadora -encarnada entre otros en Donoso Cortés y las constituciones de 1845 y 1876-, que concebía la monarquía por encima del pueblo soberano. Es más, para Donoso, marqués de Valdegamas, la fuente de legitimidad de todas las cosas era la voluntad de la corona y las cortes, descartando toda posibilidad de fundar un orden social en la legitimidad democrática. El pueblo, para los liberales doctrinarios y los conservadores, no fue más que populacho sin razón, sujeto pasivo que vivía en una eterna minoría de edad. 

Aquellos textos constitucionales que se inclinaron más hacia el progresismo, como la Pepa o la Constitución de 1869 fruto de la Revolución Gloriosa, procedían de manera contraria. El poder constituyente del pueblo daba fruto a unas Cortes Generales, y éstas, posteriormente, decidían el papel que jugaría la monarquía. Así, el pueblo se situaba por encima del monarca buscando su control y sometimiento a la ley. 

Al contrario que otras monarquías como las de los países nórdicos o la inglesa, en España la dinastía borbónica ha demostrado una tendencia innata a resistirse a su “parlamentarización”. Los sectores progresistas cercanos a los postulados democráticos y, evidentemente, los republicanos, tendieron a desconfiar permanentemente de una corona que huía de los mecanismos de control popular y escapaba de las limitaciones institucionales que pudieran cercar su poder arbitrario. Quien fuera el primer presidente de la Primera República, Estanislau Figueras, afirmaría en 1855 que, en las monarquías parlamentarias, las constituciones no son más que pactos de desconfianza del pueblo para con la corona, y la ciudadanía armada -en su caso, la Milicia Nacional- “una bayoneta puesta al pecho del Monarca para que observe la Constitución”. 

Si en Gran Bretaña permanecía el principio de que el “rey no puede actuar mal (the King can do no wrong) porque no “puede actuar solo” (the King cannot act alone), en España los reyes han demostrado un abuso constante de su inviolabilidad, utilizándola para amasar gran fortuna a costa de los ciudadanos -como bien ha descrito, para el caso del emérito, Rebeca Quintans en su libro Juan Carlos I. La biografía sin silencios (Akal, 2016), aun a costa de la censura-.

Por esta tendencia y sus vínculos con las élites históricas del país, ya sean feudales, absolutistas o empresariales, la monarquía siempre ha sido una monarquía de parte: la clave de bóveda de todo un sistema de privilegios. Como dijo Azaña de Alfonso XIII, éste nunca dudó en tomar partido: “¿Es que no sabemos todos que un día don Alfonso pudo decir “sí” y no lo dijo, y que otro pudo decir “no” y tampoco lo dijo?”.

Esto nos recuerda al propio papel que ha jugado Felipe VI durante el conflicto catalán. El rey actual también tomó partido por un determinado status quo. Esta es la propia opinión del reputado exmagistrado del Tribunal Constitucional, Joaquín Urías, a quien Gerardo cita en su libro para explicar el papel que asumió el rey los días posteriores al referéndum del 1 de Octubre. A decir de Gerardo, “el monarca se asumía como rey-soldado, como ‘guardián coronado de la Constitución’ y se arrogaba un poder de reserva que el marco legal no le reconocía” (p. 237).

El libro de Gerardo nos invita a dejar de ser “súbditos”. Recogiendo toda una larga tradición republicana que, ante los abusos y arbitrariedades del rey, siempre presentó una alternativa: ante la centralización política, proponía la federación, y ante la patrimonialización de las instituciones, proponía la democratización del Estado.

Ante un modelo de Estado que nunca permitió la expresión de la diversidad regional y nacional de España, el republicanismo puso siempre por delante la fraternidad de todos los pueblos de la Península, e incluso despertó las simpatías de los pueblos latinoamericanos, llegando a pensar en una confederación con los mismos. Pisarello destaca figuras como la de Dionisio Inca Yupanqui, diputado de ultramar en las Cortes de Cádiz, quien advirtió a los demás diputados de la injusticia con la que la metrópolis trataba a las colonias, abriendo la puerta a la independencia de las mismas:

La mayor parte de los diputados y de la Nación apenas tienen noticia de este dilatado continente [americano]. Los Gobiernos anteriores la han considerado poco, y solo han procurado asegurar remesas de precioso metal, origen de tanta inhumanidad, del que no han sabido aprovecharse […]. Un pueblo que oprime a otros no puede ser libre […]. Napoleón, tirano de Europa, su esclava, apetece marcar con este sello a la generosa España. Pero esta, que lo resiste valerosamente, no advierte […] que se le castiga con la misma pena que por el espacio de tres siglos hace sufrir a sus inocentes hermanos. Como Inca, Indio y Americano, ofrezco a la consideración de vuestra majestad un cuadro sumamente instructivo. Dígnese hacer de él una comparada aplicación, y sacará consecuencias muy sabias e importantes.[1]

Aquí late toda la tradición republicana democrática española: desde la primera Escuela de Salamanca y la recuperación del aristotelismo clásico, pasando por Juan de Mariana y la defensa del regicidio hasta Bartolomé de Las Casas y su indignación ante “la destrucción de las indias”. Como bien nos recordaba Miguel Martínez, todo esto no hizo sino configurar una veta republicana[2], bien visible ya en 1520-1521 con la revolución comunera.

En las luchas que recoge Gerardo en su libro, la democracia siempre encontró en los municipios un espacio privilegiado para defender las libertades ciudadanas. Sobresalen mujeres como Natividad Yarza Planas, vallisoletana, hija de zapateros y la primera mujer de España y Cataluña en acceder al cargo de alcaldesa por sufragio universal.

Así, algunos municipios pudieron convertirse ya antes de la llegada de la II República en auténticos espacios de libertad, como la Figueres republicana de Abdó Terrades a inicios de la década de 1840, o la València blasquista de principios del siglo XX. Frente a un poder estatal despótico que concebía la soberanía y la administración desde el centro hacia la periferia, los municipios trataron de ofrecer una imagen de cómo podría ser una sociedad distinta. De esta forma, el municipalismo ha sido (y es) fundamental en todos los procesos democratizadores, “ya fuera en 1873 con la I República, en 1931 con la II República o en 1979 tras la ebullición movilizadora del antifranquismo” (p. 235).

Después de la crisis económica del 2008, el drama de los desahucios, los recortes y la pérdida de derechos, la ciudadanía respondió en las plazas de todo el país. El 15-M fue un nuevo anhelo democratizador que, ante la ruptura del pacto social por parte de las élites, reivindicó los derechos robados al tiempo que ayudaba a imaginar un país distinto -cuando se desalojó Plaça Catalunya, en la Puerta del Sol se decía: “si Barcelona no tiene miedo, Madrid no té por”-. El municipalismo volvió a resurgir otra vez como parte de esos momentos constituyentes con las primeras confluencias que, recogiendo esos anhelos, llegaron a los principales ayuntamientos del país, como Barcelona, Madrid, Zaragoza, Cádiz, València o Santiago. Lo que se vivió fue una especie de reedición del viejo combate entre la tentación centralizadora del partido monárquico y aquella federal y/o descentralizadora encarnada por los diferentes rostros del partido del pueblo: las políticas del Partido Popular de Rajoy y la tristemente famosa “Ley Montoro” fueron dirigidas precisamente a sesgar la autonomía financiera municipal y asegurar el control político de estos municipios republicanos.

Actualmente nos encontramos en un momento muy difícil, como es el que nos deja la pandemia. Asistimos a un cruce de, por una parte, la quiebra del modo de proceder neoliberal por lo que respecta al poder económico y político y el sistema de valores que lo dotaba de legitimidad (el sociólogo César Rendueles utiliza la acertada metáfora de “zombie político” para referirse al estado actual del neoliberalismo), y, por otra, la ofensiva cultural de la derecha reorganizada que pretende dar una salida regresiva a los anhelos legítimos de querer dejar de vivir en pandemia (quien introdujo, desde sectores progresistas, el marco de “nueva normalidad” parece que no calculó bien los ecos que podía tener). 

Ante esta coyuntura, dentro de la cual se enmarcan los escándalos de corrupción y la huida de Juan Carlos I, Gerardo sitúa como horizonte “un nuevo Pacto de San Sebastián, similar al de 1930”, que nos lleve a un “proceso de procesos constituyentes capaz de profundizar la democracia en sus diferentes ámbitos” (p. 258). Para que esto se haga realidad, es necesario un paso previo: caminar hacia una federación de izquierdas ibéricas -no necesariamente orgánica-, como reconocen ya diversos dirigentes y muchos líderes de opinión. Esto debería pasar por el reconocimiento de espacios políticos asentados en territorios con algún grado de complejidad nacional, al tiempo que se tejen alianzas perdurables con los mismos y se abandona la lógica de competición por la de colaboración.

Para caminar hacia ese objetivo, el libro de Gerardo es un fantástico compañero de viaje. Cargado de memoria y rigor histórico, nos brinda algunas pistas sobre una de las disputas centrales de nuestro tiempo: la libertad. Y es que, solo dejando de ser súbditos, podemos ser realmente libres.

Notas:

[1] Citado en Pisarello, G. (2020). “12 de octubre. Por un republicanismo anticolonialista”, Públicohttps://blogs.publico.es/otrasmiradas/38814/12-de-octubre-por-un-republicanismo-anticolonialista/

[2] Véase la entrevista realizada al autor en Agon. Qüestions Polítiques: https://www.agoncuestionespoliticas.com/entrevista-miguelmartinez

‘Dejar de ser súbditos’, de Gerardo Pisarello: vivan los libros. Por Eloisa Piñeiro

Gerardo Pisarello nos regala un libro. Un libro sobre el pasado que apunta al futuro y que, a la vez, tiene mucho de performativo, buscando transformar nuestra realidad presente. Pisarello es un artesano de la narración del republicanismo democrático, escoge el material para moldear el deseo de una república emancipadora, anticolonial y feminista.

Eloísa Piñeiro Orge Profesora de Ciencia Política Publicado en :Soberanies 21/06/2021

Hamlet: Tal vez un hombre puede pescar con el gusano que ha comido a un rey y comerse después el pez que alimentó aquel gusano.

Claudio: ¿Y qué quieres decir con eso?

Hamlet: Nada más que manifestar cómo un rey puede pasar progresivamente a las tripas de un mendigo.

Esta historia de reyes y reinas no es una historia de la monarquía, sino de aquellos que empujan la democracia más allá de las bóvedas sobre las que se asienta su orden.

Esta historia se cuenta y se escribe poco tal y como lo hace hoy Pisarello, a la manera republicana, sin dejar a nadie atrás.

Esta historia se escribe cuando se necesita, o cuando se atisba la pertinencia de contarla otra vez. Solé Tura y Eliseo Aja advirtieron en las páginas de Constituciones y periodos constituyentes en España (1808-1936) repasando, como lo hace también Pisarello constitución tras constitución, reinado tras reinado, que el 78 ofrecía una oportunidad única para superar los escollos que mantenían a una sociedad europea encerrada en el Antiguo Régimen en pleno siglo XX. Estos dos constitucionalistas, igual que Pisarello, escribieron su ensayo en un momento necesitado de impulso constituyente, de remoción de placas tectónicas políticas. ¿A qué nos impulsa hoy este libro? Pregunta retórica, ya que el autor lo deja claro desde el principio, antes de hacer repaso histórico de repúblicas que se abrieron camino a base de reyes caídos: “la limitación del poder monárquico como la de cualquier otro poder concertado nunca fue una concesión espontánea y generosa”, pero la historia indica que un rey déspota, imprudente o mentecato, despojado de legitimidad divina, puede acabar por acción u omisión y antes de tiempo, en las tripas de un mendigo.

La cultura de la legislación que diría Linda Colley, con sus tecnologías propias, como las Constituciones, esa modernidad que surge cuando la alfabetización creciente permite la circulación de las ideas escritas y de la política comparada a través de la sistematización de los gobiernos en las cartas magnas, supuso en España la sistematización del orden conservador oligárquico cuando el poder de la palabra escrita cambió los espadones por el turnismo, y a su vez, esa circulación de ideas permitió la organización de una pertinaz resistencia republicana democrática que tal y como nos explica Pisarello en su recorrido histórico, ha llegado hasta nuestros días. En España, dice, “la Carta Magna y la Monarquía parecen indisociables”, -así como lo son también la monarquía y el nacionalismo español-. Por eso, repetimos, a cada generación su constitución.

Este libro llega en un momento inmejorable, al final de una dura pandemia que nos obligó a retirarnos y a replegarnos en el miedo desde donde, vimos, florecían discursos de odio y desprecio envueltos en marcos trumpistas y una política de la desconfianza escondida en confusas conspiranoias. La indolencia propia del verano que está al caer nos deja tiempo para imaginar sobre las repúblicas posibles y para volver a juntarnos, bien despiertas otra vez, para perseguir el sueño de dejar de ser súbditas, ayudándonos del impulso de este ofrecimiento generoso de Pisarello, increíblemente bien documentado, como toda buena genealogía. El repaso de textos jurídicos, de ensayos, de películas, de documentales, de teatro… empujan un relato contracultural de la monarquía hispánica tremendamente erudito y pedagógico. Pisarello ofrece, generoso, expandir el conocimiento más allá de sus páginas y de lo estrictamente academicista, siendo estas fuentes variadas una parte importante de la interpretación y de la lectura de la historia, y sobre todo del futuro, que es a donde apunta, esperanzador, este libro. 

Pero no demos por hecho una amalgama informe de citas presuntuosas. Pisarello es un artesano de la narración del republicanismo democrático y escoge cuidadosamente el material para moldear el deseo de una república emancipadora, anticolonial – “la monarquía española nació como régimen imperialista, colonial y genocida”- y feminista. La erudición enorme que rebosa este ensayo es personal y política. Es profusa en bibliografía y específica sobre la acción de las mujeres en el siglo de las revoluciones y sobre su contribución a la historia hasta el día de hoy. ¿Cuántas veces, ávidas por entender y conocer, hemos leído genealogías y recorridos históricos de tradiciones propias en las que buscar reflejo, y tradiciones ajenas en la que buscar inspiración, sin ver en ellas a una sola mujer? Por eso, llama la atención, y no nos acostumbramos ni aun viniendo del flanco izquierdo que haya autores como Gerardo que tiñan su relato de perspectiva de género. Y digo “teñir” porque las mujeres están, como están y han estado siempre, no a modo de “añadir mujeres y remover”, sino siendo agentes de sus propios destinos y del de los demás. La historia es nuestra. Por eso, este libro sobre algo que puede sonar tan arcaico como la monarquía hispánica es tremendamente actual, hijo de su tiempo y de esta cuarta ola maravillosa que el autor vivió desde las instituciones y que aun así o por eso, fue notoriamente impregnado por ella.

En esta revisión anticolonial y feminista conmueve la forma de denunciar el “enorme machismo a la hora de relatar la historia de la monarquía incluso en historiadores de izquierda”. Así, Gerardo empatiza incluso con la figura humana de Isabel II y arremete contra el machismo impreso en la interpretación de la sexualidad de la Reina, generalmente sujeta al chascarrillo y al juicio moral aun en autores tan reputados y robustos como podría ser, por ejemplo, un Hugh Thomas molesto con la promiscuidad de esta mujer reina. “Esta curiosa etapa finalizó en 1868 cuando la Reina Isabel, que era ninfómana, fue destronada por Prim, el más grande de los generales liberales de España”. Esta antítesis entre Prim y la Reina, entre la monarca y el liberal, mediada y reforzada por el efecto de la sexualidad irrefrenable de Isabel, evidencia como irremediable el golpe de estado frente a tamaño despropósito de adulterio y promiscuidad “por otro lado, tan promiscua como cualquier otro miembro de la aristocracia europea en aquel momento”, como ha señalado el propio Pisarello. Sólo un ejemplo de uno de los más grandes resbalando en la trampa del sesgo sexista, para ilustrar lo que es más que habitual entre casi todos los que nos han relatado la historia desde las grandes tribunas y los grandes ensayos.

En esta misma línea de revisión y reconocimiento desde el republicanismo democrático, llama también la atención cómo Gerardo se detiene en señalar una genealogía de los “males” de la corona española cuyo pecado originario surge de la violencia colonizadora desde el establecimiento del Imperio. Contar lo que hasta ahora era un relato marginal, como algo central y constitutivo del régimen en el que vivimos, es también una decisión republicana que reclama y abre ese espacio de reconocimiento y relectura desde el pensamiento anticolonial que convierte la propuesta republicana de Pisarello en democrática e interseccional.

Así que este libro sobre el pasado, que apunta al futuro y que a la vez es tan contemporáneo, tiene mucho de performativo, y su mera escritura, circulación y lectura transforma la realidad haciéndola más republicana.

Una o dos generaciones después de la pedagogía preventiva y propositiva de Solé Tura y Eliseo Aja, ¿qué nos advierte esta vez Pisarello? ¿Qué nos propone con este ensayo en este momento de interregnos?: El anhelo de Arcadi Oliveres: “Vosotros sí lo veréis”

Por eso, y por el poder performativo, “vivan los libros”.

Gerardo Pisarello: «Es inadmisible que no le hayamos escuchado a Felipe VI ni una sola frase de condena del franquismo»

El secretario primero de la Mesa del Congreso y diputados de Unidas Podemos, Gerardo Pisarello, en una imagen de archivo. Verónica Povedano
El secretario primero de la Mesa del Congreso y diputado de Unidas Podemos, Gerardo Pisarello, en una imagen de archivo.  Verónica Povedano

20/06/2021 Público.es

PILAR ARAQUE CONDE@PILARAC4

La crisis de la última restauración borbónica, agravada por las graves acusaciones que pesan sobre el reinado de Juan Carlos I, condiciona la mirada crítica y contextualizada de Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica (Akal), el nuevo libro del secretario primero de la Mesa del Congreso y diputado de Unidas Podemos, Gerardo Pisarello. En una entrevista a este medio, el también doctor en Derecho y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona cuestiona el sentido de las monarquías hereditarias en el mundo, especialmente la monarquía borbónica española. Todas ellas tienen los «días contados», asegura. «Estoy convencido de que Leonor no acabará reinando en España». Asimismo, afea la protección del PSOE hacia el emérito para que no sea investigado en el Congreso, un mal que degrada la propia idea de monarquía parlamentaria y que, al mismo tiempo, acerca el horizonte republicano como única alternativa para superar los retos del siglo actual.

¿Se puede ser democráta y monárquico al mismo tiempo?

Tratándose de las monarquías hereditarias, no. Es injustificable desde el punto de vista democrático que alguien sea jefe de Estado por ser hijo de alguien. Lo que se puede es intentar que una monarquía hereditaria esté sujeta a más o menos controles, que sea más o menos transparente, que no tenga zonas de opacidad y limitar sus privilegios. Y lo que sí se podría hacer es tomarse en serio la necesidad de que, incluso, una monarquía hereditaria tenga que estar sometida a un referéndum y si la ciudadanía, en un momento dado, no quiere saber más de ella, decidirlo. 

En su libro afirma que «España nunca ha tenido una monarquía parlamentaria», un principio recogido en la Constitución. ¿Qué falla ahí?

Las cosas fallan desde el comienzo. El propio descubrimiento y conquista de América ya supuso la entrada de dinero fácil, facilitó la economía del pelotazo. La monarquía dio cobertura a eso y además, fue una monarquía profundamente católica, que por lo tanto la hizo muy intolerante frente a las disidencias religiosas y sexuales; persiguió a los moriscos, a judíos, a la población gitana y a los protestantes; quemó a las mujeres acusándolas de brujas a través de la Inquisición, etc. Hay un defecto de origen en esa composición que fue denunciada por muchísima gente en aquella época, desde Bartolomé de las Casas hasta Francisco de Vitoria. «Ni en el siglo XIX ni en el siglo XX hemos podido tener una monarquía parlamentaria»

Luego, más adelante, con los Austrias, pero sobre todo, con los Borbones, la monarquía continuó siendo una especie de pegamento de esa forma de organizar la economía rentista, extractivista, poco vinculada a la Industria y a la Ciencia, utilizando la Religión como un principio de Estado, autoritaria y protectora de esos sectores. A diferencia de otros países europeos, lo que no hubo en España fueron revoluciones que acabaran con ese absolutismo monárquico. En Inglaterra hubo una revolución, en Francia hubo una revolución y en el caso español, Fernando VII, que era una rey mucho más cruel que Carlos I de Inglaterra o Luis XVI, acabó muriendo en su cama. Por lo tanto, ni la monarquía ni el sistema económico y político al cual la monarquía dio cobertura, pudieron ser parlamentarizados en un sentido pleno. Y, por eso, ni en el siglo XIX ni en el siglo XX hemos podido tener una monarquía parlamentaria

Como comenta en el libro, hay sectores progresistas que apuestan por «republicanizar» la monarquía borbónica. ¿Sería esto una vía para alcanzar el horizonte republicano?

No, son dos vías diferentes. Los sectores progresistas moderados o menos retrógrados, a lo largo de la historia, pensaron que se podía republicanizar la monarquía al imponerle algunos límites. Eso no fue posible ni con los Reyes Católicos, ni con los Austrias y, mucho menos, con los Borbones. Esta última dinastía no se ha dejado nunca educar en términos republicanos. Y casi todos esos intentos acabaron siempre en fracaso. O bien dieron salida a alternativas autoritarias, por ejemplo Fernando VII o Alfonso XIII apoyando la dictadura de Primo de Rivera, o bien dieron salida a alternativas directamente republicanas. «Ni la Corona ni la dinastía restaurada por el franquismo tiene voluntad de aceptar controles de transparencia»

Hoy hay quienes creen que es posible introducir mayor transparencia y mayores controles en la monarquía actual. Nosotros hemos pedido eso en varias ocasiones, pero siempre nos hemos encontrado con una barrera enorme: ni la propia Corona ni la propia dinastía restaurada por el franquismo tiene voluntad de aceptar esos controles ni ha habido la fuerza para hacerlo. Por eso, en el contexto en el que estamos, o bien puede haber una salida autoritaria, si la monarquía no se parlamentariza, o bien puede ocurrir que haya un nuevo horizonte republicano, que es lo que desearía. 

El republicanismo democrático, tal como señala, como cultura política y como visión del mundo «ha tenido una fuerza y una capilaridad notables». ¿Ha aumentado su impacto con la crisis actual que atraviesa el régimen?

En la Península ha habido diferentes tradiciones republicanas que, en diversos momentos, no solo se enfrentaron a los abusos de la monarquía, sino que intentaron impulsar otra forma de organización de la economía y de la vida política basada en la tutela de los bienes públicos, en los avances de la Ciencia, en la modernización y democratización de la economía y que logró algunos cambios importantes en materia de educación, ateneos, cooperativas, grupos de autoayuda… Generó cambios importantes, aunque las experiencias de gobierno republicanos fueron efímeras. De los últimos grandes movimientos republicanos que tuvimos en los últimos tiempos, uno de los principales fue el movimiento antifranquista que, aunque el dictador muriera, en la calle se consiguió arrancar cambios importantes a esa dictadura con la conquista de derechos fundamentales.»La monarquía es el gran problema del Estado»

El 15M fue también una expresión de un movimiento republicano que se expresó en las ciudades cuando de pronto, en 2015, candidaturas republicanas se abrieron camino en A Coruña, Cádiz, Barcelona, Madrid o Pamplona. Lo que está por ver ahora es si ese impulso republicano puede volver a cobrar fuerza, pero la clave de una salida democrática a la crisis del régimen es que las tradiciones republicanas peninsulares vuelvan a articularse y que, a diferencia de otros momentos históricos, esta vez lleven los relojes acompasados, que sean capaces de mirarse de reojo y de tejer estrategias conjuntas. La principal es entender que la monarquía es el gran problema del Estado, es el gran tapón y que si ese tapón cae pueden abrirse muchas de las tareas de democracia económica, de género y política que están pendientes. 

¿Se podrá garantizar la verdad, justicia y reparación de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura mientras que el actual rey mantenga la equidistancia en este asunto, igualando a franquistas con sus víctimas?

De ninguna manera. Los Borbones en sí fueron una dinastía nefasta para España, pero sobre todo, en el caso de la restauración de la dinastía borbónica por Franco, su dependencia del franquismo impiden, efectivamente, que sean un factor no solo de de garantía de justicia y reparación a la víctimas, sino de democratización en general. La monarquía británica parlamentaria sobrevivió porque en un momento dado, su rey se vio obligado a condenar el nazismo que estaba en guerra con el Reino Unido. Lo mismo pasó con muchas monarquías nórdicas;: la monarquía noruega tuvo un rey que se enfrentó al nazismo. «Los monarcas que hemos tenido hasta ahora tienen un vínculo con el régimen franquista»

En el caso español, estamos ante una enorme anomalía que, como los monarcas que hemos tenido hasta ahora tienen un vínculo con el régimen franquista, no han sido capaces de condenar el franquismo en ningún caso. Felipe VI se puede hacer una foto en Auschwitz como si fuera un souvenir que se conserva en una postal, pero lo que es totalmente inadmisible es que no le hayamos escuchado ni una sola frase de condena del franquismo. Por tanto, va a ser muy difícil que la cultura democrática antifranquista se abra camino sin un cuestionamiento fuerte del papel de la monarquía. 

¿Cualquier tipo de república es por definición preferible a cualquier clase de monarquía?

No, porque el republicanismo puede ser democrático, pero también hay variantes del republicanismo conservador y elitista. En países que son repúblicas, como Portugal, Italia o Francia, las tradiciones republicanas democráticas tienen que enfrentarse a tradiciones republicanas conservadoras y elitistas. Incluso, puede pasar que haya regímenes disfrazados de república que en realidad sean auténticos despotismos, como el Chile de Pinochet o la Argentina de Videla. «Puede pasar que haya regímenes disfrazados de república que en realidad sean auténticos despotismos»

Y puede ocurrir que haya monarquías parlamentarizadas, como en el caso de Suecia o de Noruega, que en la práctica sean más democráticas que algunas repúblicas conservadoras, autoritarias y despóticas. Dicho esto, incluso la monarquía más parlamentarizada, si se trata de una monarquía hereditaria, incluye elementos de privilegios, elitistas y de opacidad que en una república democrática no se tolerarían. 

A pesar de las graves acusaciones que pesan sobre el reinado de Juan Carlos I, el PSOE se resiste a que el Congreso investigue las acciones presuntamente ilícitas cometidas por el emérito. ¿Cree que algún día el PSOE accederá a dar el visto bueno a una comisión de investigación sobre el emérito si de verdad quiere identificarse como un partido republicano?

Siempre le recuerdo al PSOE que quienes más insistieron a principios del siglo XX en que Alfonso XIII tenia que acabar en una comisión de investigación en el Congreso por el desastre de Annual fueron socialistas como Indalecio Prieto o Julián Besteiro. Teniendo en cuenta su tradición y que muchas de sus bases son republicanas, no se entiende cómo el PSOE ha actuado como protector de Juan Carlos I en el Congreso al precio de degradar la idea de monarquía parlamentaria.

Cada vez que se niega la posibilidad de que el rey emérito se siente en una comisión de investigación, cada vez que se impide que se tramite una ley de la Corona para acabar con los privilegios que supone la inviolabilidad, cada vez que se impide que se hagan preguntas sobre la Corona, la propia idea de monarquía parlamentaria se está degradando y cada vez más gente comienza a ver que la única alternativa es la república.

¿Qué más se necesita para que el Gobierno de coalición, formado por PSOE y Unidas Podemos, retire el título de rey emérito a Juan Carlos I

Nunca había sucedido en la Historia española un comunicado como el del 15 de marzo de 2020 donde es la propia Casa Real, y ningún conspirador o conspiradora republicanos, la que dice que Juan Carlos I podría haber cometido delitos de evasión fiscal y blanqueo de capitales. Ese hecho fue un terremoto porque no se podía seguir ocultando, primero, y en segundo lugar, a cuyos efectos se le quiso poner límite haciéndolos públicos al día siguiente de declararse el Estado de alarma como consecuencia de la pandemia. Si no hubiéramos tenido pandemia, posiblemente no se hubiera hecho esa declaración de la Casa Real, o si se hubiera hecho, hubiera generado una movilización ciudadana de consecuencias inimaginables.»Cualquier otra operación restauradora, sea en Felipe VI o Leonor, está destinada a no generar credibilidad»

Esa confesión de la propia Casa Real fue tan grave que el declive de la dinastía borbónica es irreversible. Después de esa declaración del 15 de marzo de 2020, cualquier otra operación restauradora, sea en Felipe VI o Leonor, está destinada a no generar credibilidad entre la ciudadanía. Sobre todo, entre las generaciones más jóvenes.

Con la crisis actual que atraviesa la Corona, ¿la monarquía ha sellado su declive?

En la Historia siempre está todo abierto, pero sí creo que es un proceso irreversible. Son los propios monárquicos quienes así lo admiten. Las monarquías hereditarias en el mundo tienen los días contados. Pero, sobre todo, la monarquía borbónica en España, después de lo que ocurrió con Juan Carlos I, yo creo que le queda poco tiempo. Estoy convencido de que Leonor no acabará reinando en España.»Estoy convencido de que Leonor no acabará reinando en España»

Podríamos pasar por un interregno autoritario en el que la extrema derecha y la derecha extrema utilicen a la monarquía para blindar sus propios privilegios e intereses. Si bien, estoy convencido, como diría Benito Pérez Galdós, de que la Historia es un ser vivo y que, cuando durante siglos no destronó, de pronto un día destrona y cuando durante siglos durmió en la cama de reyes, un día se despierta en la cama del pueblo.

En un Estado democrático y de derecho, llama la atención que exista un delito de injurias a la Corona mientras que, por otro lado, los miembros de esta institución son inviolables. ¿Rompe con el principio democrático de que todos somos iguales ante la ley?

El sentido de la inviolabilidad de las monarquías parlamentarias es que el rey no era responsable de sus actos porque quien asumía la responsabilidad era el gobierno o la mayoría parlamentaria que representaba al gobierno de turno. Lo que ocurre es que cuando el rey se aparta de sus funciones constitucionales y comete actos privados que pueden ser delictivos, no tiene ningún sentido que se diga que esté protegido por la inviolabilidad. Cuando un rey roba, defrauda a Hacienda, o actúa como comisionista por encima de la ley, no tiene ningún sentido que se aplique la inviolabilidad como cobertura de esas actuaciones.»Un rey que comete actos ilícitos en sus actuaciones privadas pierde esa inviolabilidad»

Pero creo que fue un plus que la monarquía borbónica consiguió, sobre todo, después del 23F. La visión idealizada del papel de Juan Carlos I en el intento de golpe de Estado le permitió valerse de la inviolabilidad como si fuera una carta blanca para actuar fuera de ley e, incluso, para delinquir. Eso no debería ser aceptable en ninguna monarquía parlamentaria digna de ese nombre. Un rey es inviolable solo en lo que son sus funciones constitucionales y cuando la asume un responsable político, pero un rey que comete actos ilícitos en sus actuaciones privadas pierde esa inviolabilidad y debería ser responsable, o al menos, debería abdicar para ser juzgado. Abdicar o renunciar.

En su libro, menciona que la actuación de Felipe VI, sobre todo a raíz de ese discurso del 3 de octubre, fue el detonante para cuestionar aún más la utilidad práctica de la Corona. Casi cuatro años después, esas dudas siguen más latentes que nunca a raíz de los indultos y de las apelaciones de la derecha para que no firme el decreto de la concesión de la medida de gracia (cosa que no puede hacer porque está obligado por ley). ¿Qué debería hacer el rey si de verdad quiere reivindicar su utilidad como jefe de Estado?

El 3 de octubre de 2017, el rey renunció a cumplir con su función constitucional de mediador y actuó como un actor de parte, incluso a espaldas del Gobierno de Rajoy que se enteró en el último momento del discurso que iba a hacer. Cuando la derecha le sugiere al rey que no firme los indultos, lo que está haciendo es defender una concepción de una monarquía partidista defensora de los intereses más retrógrados de la sociedad, pero no sujeta a la legalidad. Eso coloca sobre la mesa una pregunta fundamental: ¿para qué sirve una monarquía hereditaria hoy, aquí y ahora?»Con la dinastía borbónica no hay solución posible»

Es decir, si la monarquía no sirve para erradicar el problema de la corrupción porque lo tiene dentro de sí mismo; si la monarquía no garantiza que se avance en materia de equidad social, de justicia social porque es una institución elitista; si no permite la convivencia plurinacional de las gentes y pueblos del Estado, la pregunta es para qué sirve. Solo en el siglo XIX se planteó la hipótesis de que un rey republicano de otra dinastía que no fuera la borbónica y se intentó traer a Amadeo de Saboya. Con la dinastía borbónica no hay solución posible y dudo que en pleno siglo XXI esa solución pueda provenir de una forma de Estado que para las mujeres y la mayoría de los jóvenes, como dicen las encuestas, ya es inasumible.

Sánchez anunció a finales de 2020 una hoja de ruta para una renovación de la Corona. Aunque de momento ha trascendido poco sobre estos planes, ¿sería suficiente para dar transparencia a una institución tan opaca? Sobre todo, teniendo en cuenta que Unidas Podemos pide directamente una Ley de la Corona.

Como mínimo, debería poder desarrollarse el artículo 57.5 de la Constitución que prevé que una ley aclare, por ejemplo, en qué un rey puede ser inviolable o no. Ya es hora de decir que cuando un rey roba o defrauda a Hacienda no puede considerarse inviolable. Pero desgraciadamente, las propuestas que estamos viendo en el PSOE son propuestas cosméticas, de maquillaje, que no están queriendo entrar en el fondo del asunto.

Tuvimos un posicionamiento muy crítico sobre lo poco incisiva que fue la Agencia Tributaria, la Inspección de Hacienda o la propia Fiscalía cuando tuvo que investigar los delitos fiscales por parte de Juan Carlos I y muchas veces tenemos la impresión de que hay ciertos sectores, incluso dentro del PSOE, que querrían que esto se cierre con alguna vía de impunidad tanto para Juan Carlos I como para Felipe VI.»No se va avanzar si no hay presión política y si no hay un republicanismo de calle»

Lo que nos dice la experiencia es que aunque el PSOE tenga entre sus bases y diputados personas genuinamente republicanas, no se va avanzar si no hay presión política y si no hay un republicanismo de calle, es decir, un republicanismo organizado, que se movilice contra los abusos de la monarquía. Y también, por qué no decirlo, un cierto republicanismo conservador de gente que no necesariamente se perciba de izquierdas, pero que haya llegado a la conclusión de que una monarquía hereditaria es una forma de gobierno y de Estado anticuada que no ayudará a modernizar ni a democratizar la economía ni a resolver los grandes retos que podrá tener cualquier sociedad en el siglo siglo XXI. 

¡Nuevo libro! Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica.

Por Gerardo Pisarello. Akal

¿Qué sentido tienen las monarquías hereditarias en el mundo contemporáneo? ¿A qué fines e intereses concretos ha servido la monarquía en España? Partiendo de una mirada histórica, contextualizada, Gerardo Pisarello analiza críticamente el devenir de las monarquías modernas y de manera concreta el de la dinastía borbónica hispana, desde Fernando VII al actual rey Felipe VI. Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica es un ensayo penetrante, que muestra de forma convincente por qué la monarquía podría haber sellado su declive irreversible, posibilitando la apertura de nuevos horizontes republicanos.

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Alfonso XIII: el Borbón que precipitó la República

La idea de gobernar constitucionalmente, con límites, nunca le haría gracia. Es más, le parecía incompatible con la persecución de la propia gloria, económica, militar e incluso sexual

Publicado en CTXT – Gerardo Pisarello 19/11/2020

Hace unos días, el diario ABC, uno de los más connotados de la derecha monárquica española, abría su sección sobre la Casa Real con un titular provocador: “Un libro acredita el fraude en las elecciones que provocaron el exilio de Alfonso XIII”. En realidad, el trabajo de marras, del profesor Julio Ponce Alberca, solo se refería a la provincia de Sevilla y sus conclusiones distaban de abonar la tesis del “fraude”. Sin embargo, el diario conservador aprovechaba la ocasión para sugerir que el Gobierno de la II República –¿al igual que el actual?– también podía considerarse un Gobierno ilegítimo, hijo de un levantamiento arbitrario contra la Monarquía y merecedor, acaso, de una represalia como la de julio de 1936. Recordar, sin embargo, quién fue y cómo gobernó Alfonso XIII, y por qué fueron sus andanzas y corruptelas las que acabaron precipitando la llegada de la República, puede arrojar más luz sobre el presente y sobre el papel de los Borbones en la política actual.

1- Un rey frívolo que puso al Ejército al servicio de sus negocios privados

Alfonso XIII de Borbón –abuelo de Juan Carlos I y bisabuelo de Felipe VI– nació en 1886 en el Palacio Real de Madrid. Como hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena, su reinado empezó desde su nacimiento, aunque su madre ejerció como regente hasta 1902. Ya por entonces, temerosa de que su hijo no llegara a reinar, comenzó a invertir los dineros que recibía del Estado en inmuebles y solares dentro y fuera de España.

De origen austríaco, pero muy consciente de que se trataba de una práctica común entre la dinastía Borbón, la reina abrió cuentas en bancos de media Europa: el Lloyd, en Londres; el Rothschild, en Viena; el Crédit Lyonnais, en París; o el Crédit Suisse, en Berna, entre otros. Por otro lado, asesorada por administradores ávidos, invirtió en acciones de empresas norteamericanas y se dedicó a comprar deuda austríaca, alemana, húngara y japonesa.

Cuando Alfonso XIII cumplió 16 años, los ingresos que había ido cobrando desde su nacimiento ascendían ya a nueve millones de pesetas. Muy rápidamente entendió dos cosas. Primero, que su principal misión como rey era rehacer complicidades con el mundo aristocrático y financiero para restaurar plenamente el negocio monárquico. Segundo, que la consecución eficaz de dicho cometido exigía seguir la estela de su madre, diversificando sus inversiones lo máximo posible, dentro y fuera de España. 

A lo largo de su reinado, Alfonso XIII se dedicó con empeño a esta tarea. Nada lo apartó de ello. Siendo muy joven, su madre le colocó como preceptor al catedrático de Derecho Político Vicente Santamaría de Paredes, que intentó trasmitirle la importancia de que la Jefatura de Estado actuara como un “poder armónico”. Sin embargo, esa exigencia de autocontrol no se compadecía bien con su pertenencia a una dinastía caracterizada por la desmesura, por la hybris, y por escasa predisposición a aceptar límites constitucionales en el ejercicio de sus funciones. 

Con solo 16 años, Alfonso apuntó en su diario la disyuntiva que tenía por delante con palabras significativas: “Yo puedo ser un rey que se llene de gloria regenerándose la Patria […] Pero también puedo ser un rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y, por fin, puesto en la frontera”. La idea de gobernar constitucionalmente, con límites, nunca le haría gracia. Es más, le parecía incompatible con la persecución de la propia gloria, económica, militar e incluso sexual. De ahí que desde muy pronto se asumiera como un monarca desenfadadamente intervencionista. Por intervenir, lo hizo de manera directa en el nombramiento y cese de sus gobiernos y en la disolución de las Cortes, casi siempre de corta duración. Y también intervino, de manera señalada, en los asuntos militares –designación del ministro de Guerra, ascensos, honores, recompensas–, un ámbito que consideraba un coto clave para apuntalar sus propios negocios.

Muy dado al deporte, a las aventuras extramatrimoniales e incluso a la producción de películas pornográficas, Alfonso XIII se dedicó activamente a engrosar su fortuna personal, que en los años veinte del siglo pasado ya había pasado de 9 a 30 millones de pesetas. Durante la Primera Guerra Mundial, viendo la disminución de la rentabilidad de fondos que tenía en bancos franceses e ingleses, invirtió en el Metro de Madrid, la Hispano-Suiza y la Compañía Transmediterránea. Para no ser descubierto, muchas de estas inversiones las llevaba a cabo con el seudónimo “Duque de Toledo”.

Lo más oscuro de sus negocios provino de las inversiones que tenía en Marruecos. Concretamente, con la explotación de unas minas de hierro en Nador siguiendo el modelo colonial

Lo más oscuro de sus negocios provino de las inversiones que tenía en Marruecos. Concretamente, con la Compañía Española de Minas del Rif S.A., que explotaba unas minas de hierro en Nador siguiendo el modelo colonial. Un monopolio que, con mano de obra prácticamente esclava, pretendía rivalizar con la industria siderúrgica vasca y convertir Melilla en la Bilbao del norte de África. Alfonso XIII tenía acciones de la empresa y cuando los caudillos rifeños pusieron el negocio en peligro con sus acciones bélicas, no dudó en enviar tropas.

Lo hizo en 1909, impulsando un reclutamiento que indignaría a las clases populares, desencadenado huelgas y protestas –“¡Abajo la guerra! ¡Que vayan los ricos! ¡Todos o ninguno!”– que desembocarían en la Semana Trágica. Y volvió a hacerlo en 1921, encomendando al general Manuel Fernández Silvestre que desembarcara en Marruecos e invadiera los territorios del caudillo rifeño Abd el-Krim. Esta última operación condujo al Desastre de Annual –nombre de la localidad marroquí situada entre Melilla y Alhucemas–, una derrota sin paliativos del Ejército español en la que murieron 8000 hombres.

2- El “Expediente Picasso”: una Comisión de investigación parlamentaria que casi acaba con el Rey

El Desastre de Annual dañó enormemente el prestigio de Alfonso XIII. De pronto, comenzó a extenderse la tesis de los “obstáculos tradicionales” a la regeneración, que el progresista vasco Salustiano Olózaga había situado en la Corona, el Ejército y la Iglesia. Los desmanes de la Monarquía, de hecho, habían hecho crecer las posiciones “accidentalistas” que entendían que lo importante era la regeneración, y si la Corona no la facilitaba, pues no había que descartar que ocurriera con una república.

El asturiano Melquíades Álvarez, fundador del Partido Reformista, ya había declarado en 1913 que su propósito era “servir a la regeneración del país, con la monarquía, si el rey persigue el mismo objetivo [o] contra la monarquía, si la Corona, por un egoísmo mal entendido, se divorciara del interés general”.  El desastre militar en Marruecos fue la gota que colmó el vaso. Entre quienes de manera más dura criticaron aquella operación se encontraban los dirigentes del PSOE Julián Besteiro e Indalecio Prieto. Ambos emprendieron una ofensiva implacable contra el “ejército inepto y corrupto” y contra el Rey, “su gran valedor”. Prieto llegó a trasladarse a Melilla, al lugar de los hechos, y desde allí escribió una serie de “Crónicas de la Guerra”. Estas crónicas se publicaron en el periódico El Liberal, de Bilbao, y luego fueron reproducidas asiduamente por El Socialista, un boletín del partido, entre agosto y octubre de aquel año. Más tarde, como diputado, Prieto intervino como miembro de la Comisión Parlamentaria constituida para estudiar el informe del general de división asignado al caso, Juan Picasso. En el debate del “Expediente Picasso”, Prieto apuntó directamente a la responsabilidad del rey, que comenzó a acusar las críticas vertidas en el Parlamento.

Para el PSOE, la actuación española en Marruecos venía determinada por los intereses económicos de la Corona y por la necesidad de apuntarse un éxito en el terreno internacional después de la pérdida de Cuba y Filipinas. Al igual que Prieto, el propio Besteiro señalaría al rey como responsable último de lo ocurrido: “Por el camino que vamos –sostuvo en un célebre discurso en las Cortes– se va a la ruina y la deshonra ante el mundo entero; yo creo que si se ama a España ha llegado el momento de establecer una línea divisoria y decir lo que es verdad: que España no ha ido a Marruecos; a Marruecos ha ido la monarquía española, ha ido el rey; nosotros no”.

3- El apoyo real a la dictadura de Primo de Rivera y el desenlace republicano

Asediado por una impopularidad creciente, Alfonso de Borbón no dudó en seguir el ejemplo de Víctor Manuel II con Benito Mussolini en Italia. Así, haciendo oídos sordos a las fuerzas más dinámicas de la economía, incluidas las burguesías vasca y catalana, apoyó la salida golpista perpetrada por el capitán general Miguel Primo de Rivera en 1923.

Una vez más, Indalecio Prieto fue de los primeros en denunciar los motivos profundos del rey para avalar el nuevo gobierno dictatorial. En su opinión, una de las razones principales que había llevado a Alfonso XIII a sumarse al golpe de Primo de Rivera había sido sortear las responsabilidades por la hecatombe de Melilla y evitar sentarse ante una Comisión de investigación parlamentaria. “Quizás este espectáculo demoledor –escribió Prieto– hiciera surgir el motín en las calles. La sedición militar, amparada y tutelada desde arriba podría frustrarlo. Y surgió la extraña sublevación, una sublevación de Real orden”.

La campaña “Con el Rey o contra el Rey”, que se extendería a lo largo de la dictadura, había comenzado. Primo de Rivera prometió liberar a la patria “de los profesionales de la política, de los hombres que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que comenzaron en el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso”. Y no solo eso. También dejaba claro que el movimiento que encabezaba era “de hombres”, de manera que quien “no sintiese la masculinidad caracterizada [sic]” debía “esperar en un rincón”.

Alfonso XIII decidió sumarse a ese patético llamado protofascista. Sin embargo, la dictadura fue enajenándose, poco a poco, no solo el apoyo de las clases populares, sino de sectores medios, incluidos algunos prestigiosos intelectuales y escritores como Ramón del Valle-Inclán, Vicente Blasco Ibánez o Miguel de Unamuno.

Desde el extranjero, apoyó con fervor al bando sublevado, se declaró “falangista de primera hora” y llegó a pedir apoyo a Mussolini para que encabezara un golpe en España que permitiera restaurar la monarquía

Unamuno llegó a ser condenado a 16 años de cárcel y a pagar una multa de 1000 pesetas (unos 30.000 euros de ahora) por injurias a Alfonso XIII y a su madre, María Cristina. Los agravios a la Corona aparecían en tres columnas que Unamuno escribió en El mercantil valenciano, un periódico que daba voz al republicanismo moderado. Los dardos lanzados por el entonces rector de la Universidad de Salamanca contra el régimen de la Restauración fueron especialmente incisivos. “El problema político de España en lo que al régimen hace –escribió– no es tanto de monarquía cuanto de monarca […] La cuestión aquí y ahora es si el archiduque de España, el Habsburgo por línea materna y por educación, es capaz de hacerse republicano y reducirse al modesto pero abnegado papel que le correspondería en una España que se prepara a hacerse del todo dueña de sí”. Y más adelante: “O se acaba este régimen [la monarquía] o se acaba España. Es preciso que el rey busque nuevos servidores: que hombres no fracasados sean quienes gobiernen […] ¿Qué el rey está solo? ¡Más sola está España! Y de que España esté tan sola acoso es a él, al que le cabe más culpa”.

Espoleadas por la corrupción real y por su apoyo a la salida autoritaria planteada por Primo de Rivera, las voces antimonárquicas no pararon de crecer. En 1924, Manuel Azaña, en su vibrante Apelación a la República, recordaba que la dictadura, “incompatible con la libertad, de hecho y derecho”, había tenido “que pulverizar la Constitución” para abrirse camino. Como consecuencia de ello, nada quedaba aprovechable del Régimen consagrado en la Carta de 1876: “ni la estructura de las Cortes, ni la institución regia, ni menos aún los partidos de gobierno”. La única alternativa viable era la que años después, desde el Ateneo de Madrid, señalaría el propio Indalecio Prieto: “derribar la monarquía” y “abrir el palenque a la ciudadanía”.

Las invocaciones de Unamuno, de Azaña, de Prieto, o del propio Ortega y Gasset, quien desde su liberalismo elitista había pedido llanamente la destrucción de la Monarquía (Delenda est Monarchia) encontraron un movimiento popular, democrático, que les dio fuerza. El 12 de abril de 1931, las candidaturas de la coalición de republicanos y socialistas obtuvieron un triunfo rotundo en 41 de 50 capitales de provincia. Los monárquicos pensaron hasta el último momento que iban a ganar, acostumbrados como estaban a amparar el fraude y a controlar la maquinaria gubernamental. Muy pocos, sin embargo, cuestionaron los resultados. Los militares se negaron a intervenir. El conde de Romanones reconoció la derrota. Y lo mismo hizo el último jefe de gobierno de la Monarquía, Juan Bautista Aznar. Niceto Alcalá Zamora exigió a Alfonso XIII que abandonara el país. Antes de embarcarse a Marsella y a París, este reconoció las consecuencias de los resultados con una frase que haría historia: “no tengo hoy el amor de mi pueblo”.

Alfonso XIII pasó su exilio alojado en hoteles de lujo de diferentes ciudades europeas, que sufragó con el dinero previamente depositado en cuentas bancarias suizas e inglesas. Desde el extranjero, apoyó con fervor al bando sublevado, se declaró “falangista de primera hora” y llegó a pedir apoyo a Mussolini para que encabezara un golpe en España que permitiera restaurar la monarquía. El dictador Francisco Franco le agradecería a su manera, décadas después, reinstaurando la dinastía borbónica en cabeza de Juan Carlos I, un monarca cuyas similitudes con su abuelo sería muy difícil pasar por alto.

12 de octubre. Por un republicanismo anticolonialista

Por Gerardo Pisarello. Publicado en Público.es 12/10/2020

Los actos evocatorios del 12 de octubre de 1492 tendrán este año un significado singular. Por el propio contexto de pandemia, que sitúa cualquier reflexión pública en una suerte de niebla espesa, por momentos irreal. Pero también por la emergencia, a uno y otro lado del océano, de una extrema derecha descaradamente negacionista de lo que de crueldad y expolio tuvieron aquellos choques sociales y culturales. 

Esta realidad obliga a prestar atención a las ciento de miles de voces que, en medio de una dramática violencia racista estatal y paraestatal se están movilizando contra el neofascsimo en diferentes rincones del mundo. Y constituye una buena ocasión, también, para articular un republicanismo del siglo XXI con anticuerpos suficientes para repeler, entre otras cosas, el virus letal del racismo y del colonialismo.

1- Bartolomé de las Casas y las semillas del republicanismo anticolonial

Sin dudas, una de las figuras más interesantes para acometer esta tarea es la del humanista y fraile dominico, Bartolomé de Las Casas. Nacido en Sevilla hacia 1474 en un familia de mercaderes, Las Casas representa a una generación que por su propia vivencia de la conquista en América reaccionó a las atrocidades que él mismo describiría indignado en su «Brevísima relación de la destrucción de Indias», de 1542. Su experiencia de la brutalidad colonial –Las Casas calculó que en cuatro décadas más de 12 millones de amerindios habían muerto como consecuencia de malos tratos, matanzas, epidemias– no fue vana. Por el contrario, fue lo que le permitió convertirse en una figura clave de la teorización moderna de los derechos humanos y del republicanismo democrático.

Las Casas vivió unos 82 años. Llegó a La Española –hoy Haití– cuando tenía poco más de veinte. Una década más tarde, hacia 1514, tomó conciencia plena de lo que suponía el sistema de esclavitud y saqueo practicado por conquistadores, colonos y encomenderos contra las poblaciones originarias. A partir de entonces, dedicó el resto de su vida a denunciarlo y a proponer medidas para acabar con este sistema. La más radical fue la supresión total y definitiva de lo que consideraba el peor de los crímenes:  la «encomienda perpetua», piedra angular del régimen de explotación económica y de vejaciones sobre el que se sostenía el edificio colonial.

En 1542, con las Nuevas Leyes de Indias, dictadas por Carlos V, Las Casas vio como sus esfuerzos se traducían en algunas reformas. Sin embargo, la reacción de los encomenderos fue tan brutal que el propio monarca acabó retrocediendo y revirtiéndolas. Con la transición monárquica de Carlos V a Felipe II, Las Casas vio menguada su influencia en la Corte. Eso le valió una soledad creciente, pero en sus últimos años, lejos de amilanarse, se radicalizó en sus posiciones. Agudizó sus críticas a la Corona. Defendió de manera explícita el derecho democrático de los pueblos indios colonizados a su autodeterminación y a ser restituidos en lo que por justicia les correspondía. Solo se arrepintió de una cosa: haber aceptado en su juventud que la esclavitud indígena fuera reemplazada con esclavos africanos para morigerar la tragedia que le estaba tocando presenciar. 

El escritor republicano cubano, José Martí, llegó a escribir, refiriéndose al coraje político, a la empatía y a la firmeza ética de Las Casas: «Empezó su medio siglo de pelea para que los indios no fueran esclavos; de pelea en las Américas; de pelea en Madrid; de pelea contra el Rey mismo; contra España toda, él solo, de pelea». Unas de estas batallas, precisamente, fue la llamada «Controversia de Valladolid», una polémica que lo enfrentó entre 1550 y 1551 a Juan Ginés de Sepúlveda. En dicha discusión, Sepúlveda defendió las guerras de conquista contra los «bárbaros» amerindios. Las Casas se opuso con argumentos contundentes: ¿era justa pues, la guerra de los romanos contra los españoles para liberar a estos de su barbarie? ¿no fueron más bárbaros, en tanto crueles y estólidos, conquistadores y encomenderos que los pueblos amerindios? ¿cómo es posible hablar sin más de razas o naciones bárbaras?

Pero la formación política y filosófica de Las Casas le permitió ir más allá. Como conocedor de Aristóteles que era, su crítica del genocidio americano le llevó a esbozar una teoría republicana y democrática del buen gobierno que se anticiparía a autores como Rousseau. En su tratado sobre El poder de los reyes y los derechos de los súbditos (De Regia Potestae…, en el original en latín) llegó a consagrar un principio anticolonial básico: que ningún Estado -ni rey, ni emperador- puede enajenar territorio ni cambiar su régimen político sin consentimiento expreso de sus habitantes. Las razones eran evidentes: el poder de soberanía procede del pueblo, y al elegir a sus gobernantes, el pueblo no pierde nunca su propia libertad. Los reyes y gobernantes –continuaba Las Casas- no son señores de los reinos. Son administradores de intereses comunes. De ahí que, citando a Bartolomé de Brescia, acabara defendiendo que los reyes fueran nombrados por voluntad popular, «aunque por costumbre se venga haciendo lo contrario» (De Regia Potestae…)

2- «Que se pierdan las colonias y se salven los principios». El republicanismo anticolonial en la Revolución francesa y más allá del Atlántico

La admirable radicalidad democrática y anticolonial con la que Bartolomé de Las Casas afrontó el tremendo «choque de mundos» en pleno siglo XVI le granjearía el reconocimiento –hasta el día de hoy – de pueblos indios en Chiapas y otros sitios de América. Pero su influencia se proyectaría sobre la propia Europa, comenzando por la Revolución Francesa.

La cuestión colonial generó un importante debate en la Asamblea Constituyente francesa de mayo de 1791. Pierre-Victor Maloüet, dueño de plantaciones de azúcar en Santo Domingo y reputado portavoz del sector esclavista, reclamó una Constitución específica para las colonias con el fin de que la Declaración de derechos no se aplicara en ellas. Algunos diputados más desvergonzados, como Moreau de Saint-Méry, propusieron directamente que fuera el esclavismo en las colonias lo que resultara constitucionalizado.

El encargado de responderles fue el diputado Maximilien Robespierre. Y lo hizo de manera fulminante, en una memorable intervención el 13 de mayo. «Que perezcan vuestras colonias, si pretendéis conservarlas a este precio. Sí, si fuera necesario perder vuestras colonias o perder la felicidad, la gloria, la libertad, yo repetiría: ¡que perezcan vuestras colonias!»

La burguesía colonialista, girondina, insultaba a Robespierre y al Abad Grégoire llamándoles «Lascasistas». Sabían de lo que hablaban. Y sabían lo contagiosas que las ideas del fraile sevillano podían resultar. No en vano, al socaire de las ideas y movilizaciones que agitaban Francia, en 1791 se produjo en Haití un levantamiento de esclavos encabezados por el líder negro Toussaint L’Ouverture. Los trabajadores se declararon hombres y mujeres libres y atacaron las propiedades de los terratenientes.

En 1793, por disposición de los jacobinos, los esclavos de colonias francesas obtuvieron la emancipación. Toussaint, un ex esclavo que sabía leer y tenía 50 años, fue declarado presidente vitalicio de la isla. Con la caída de Robespierre, Napoleón intentó recuperar el control colonial sobre la isla. Sin embargo, fue derrotado por el general negro Jean Jacques Dessalines. En 1804, este proclamó la República de Haití, que suplantó al francés Saint-Domingue. Confiscó todas las plantaciones y estipuló una reforma agraria que repartió la tierra entre los ex esclavos. Haití se convirtió así en la primera República independiente de América y en la primera República negra del mundo.

3- Dionisio Inca Yupanqui en las Cortes de Cádiz: «un pueblo que oprime a otro no puede ser libre» 

Muchas de estas ideas viajaron también las Cortes de Cádiz. A la ciudad, asediada por la peste y la guerra, concurrieron no solo diputados de toda la península, sino también diputados americanos, de las colonias españolas de ultramar. No se trataba de simples aventureros. Eran personas que arriesgaban la vida y que tenían la certidumbre de que estaban ante una revolución que podía llegar a trascender el marco de la monarquía absolutista. Y así fue.

En diciembre de 1810, se escuchó en la sala de sesión de las Cortes un discurso inédito, que dejaría una honda impresión entre sus miembros. Ese alegato, poco conocido, hablaba de la igualdad entre españoles e indios americanos. Lo pronunció el diputado suplente por el Virreinato del Perú, Dionisio Inca Yupanqui. Sus palabras quedarían para la historia: «La mayor parte de los diputados y de la Nación apenas tienen noticia de [América] este dilatado continente. Los Gobiernos anteriores la han considerado poco, y solo han procurado asegurar remesas de precioso metal, origen de tanta inhumanidad, del que no han sabido aprovecharse […] Un pueblo que oprime a otros no puede ser libre […] Napoleón, tirano de Europa, su esclava, apetece marcar con este sello a la generosa España. Pero esta, que lo resiste valerosamente, no advierte […] que se le castiga con la misma pena que por el espacio de tres siglos hace sufrir a sus inocentes hermanos. Como Inca, Indio y Americano, ofrezco a la consideración de vuestra majestad un cuadro sumamente instructivo. Dígnese hacer de él una comparada aplicación, y sacará consecuencias muy sabias e importantes». 

Las palabras de Inca Yupanqui sacudieron las Cortes. En ellas, resonaba el eco lejano de las resueltas revueltas indígenas protagonizadas en América contra el partido de los encomenderos. Así, por ejemplo, la de Julián Apaza Nina, más conocido como Túpac Katari, hijo de un minero aimara, que había llegado a montar en el Alto Perú un ejército de indios, mestizos, mulatos y negros y había llegado a cercar la ciudad de la Paz, en 1781, junto a su compañera, Bartolina Sisa, y su hermana, Gregoria Apaza. O la de José Gabriel Condorcanqui, conocido como Túpac Amaru, quien se levantó contra el Corregidor español a resulta de los abusos que suponían los tributos, diezmos y el sistema de mita minera en Potosí. 

La mayoría de diputados peninsulares en Cádiz escuchó con atención pero la respuesta fue fría, cuando no airada. Y es que a las palabras de Inca Yupanqui se sumaron las de otros diputados de ultramar que reclamaron, sin ambages, autonomía política y competencias económicas para las provincias y municipios de América. Para los «serviles» partidarios de Fernando VII de Borbón, esto era inadmisible, puesto que suponía poner fin a las remesas americanas de las que se nutría la Monarquía. Entre los diputados liberales moderados, los recelos no eran menores, ya que veían en estas demandas americanas dos pulsiones inaceptables: el federalismo y el republicanismo. 

Esto hizo que los únicos en solidarizarse de manera abierta con las peticiones de ultramar fueran los sectores liberales más radicales y cercanos al republicanismo. Uno de los más decididos fue el diputado por Lugo, Domingo García Quintana. En su intervención, criticó duramente las vejaciones cometidas contra los amerindios, defendió la abolición de la esclavitud e incluso, en un momento de arrebato, llegó a sostener: «hablar y amenazar no nos sacará de apuro: cuchilla, cuchilla es lo que necesitamos y pronto». También el salmantino José Valcárcel Dato se pronunció en términos semejantes. Tras defender las exigencias americanas, denunció sin ambages a los jueces y funcionarios que «han presentado en aquellos preciosos dominios los más escandalosos y repetidos ejemplos de crueldad, de despotismo, de sobornos, de dilapidación […] habiendo quedado las injusticias más atroces, no solo sin castigo, sino que han sido premiados muchos autores de ellas». 

4- El anticolonialismo republicano y federal de Pi i Margall 

Las peticiones de autonomía y de una relación federal por parte de las colonias americanas chocaron una y otra vez contra el absolutismo monárquico, hasta que, frustradas, se convirtieron en independentismo. Sin embargo, las propuestas de un reencuentro libremente decidido y entre iguales, no desparecieron. El propio Simón Bolívar, a través de su ministro en Londres, Francisco Antonio de Zea,  hizo llegar a las Cortes de Cádiz, sin suerte, la propuesta de una confederación republicana de ambos hemisferios.  

No faltaron, sin embargo, las voces que a lo largo del siglo XIX entendieron que la única forma de mantener la unión entre la península y América era renunciar al colonialismo y reconocer formas federales y confederales de convivencia. Una de las más firmes fue la del republicano catalán Francesc Pi i Margall. En 1854, con solo 30 años, Pi escribió desde Madrid una de las críticas más crudas y duras de la colonización española. «Hemos procedido siempre con las colonias como con nosotros el antiguo pueblo de Roma. Nuestras leyes han levantado una valla eterna entre vencedores y vencidos; nuestros gobiernos las han entregado constantemente a la rapacidad y al despotismo de los capitanes generales […] ¿cuándo nos hemos ocupado de la suerte de los indios bravos? Nos hemos contentado con decir que no son hombres, para cohonestar nuestra vergonzosa e imperdonable incuria». 

Para Pi, la rapacidad y la ceguera colonialista no podían redimirse bajo el centralismo de los borbones. Por eso, como presidente de la I República española, fue partidario del federalismo interno y externo y de un amplio reconocimiento del autogobierno dentro y fuera de las fronteras estatales. En el proyecto de Constitución de 1873, influido por sus ideas, Cuba, Filipinas y Puerto Rico eran reconocidos como Estados dentro de una Federación republicana. 

Sin embargo, las ideas de Pi, así como las de muchos federales de libre adhesión, fueron derrotadas. Con la primera Restauración Borbónica, España reemprendió su política nacionalista y colonialista, pero el 1 de enero de 1899 ya había perdido tres colonias más. Poco años antes, cuando la criminalización de los rebeldes cubanos y filipinos acaudillados por José Martí y José Rizal arreciaban, Pi repetía los mismos argumentos de Bartolomé de Las Casas: «Nosotros, que así procedemos, ¿es justo que califiquemos ahora de bandoleros a los que contra nosotros se alzan por su independencia? […] Nación alguna tiene derecho a ocupar territorios que otros hombres pueblen, como éstos no se lo consientan. Si una nación los ocupa por la violencia, los vencidos pueden en todo tiempo combatirla hasta que la arrojen del suelo de su patria».

5- Por un republicanismo anticolonialista, fraternal e internacionalista

Si la Primera Restauración Borbónica solo ensanchó la herida colonial durante en el siglo XIX, la Segunda, impulsada por Franco y consumada durante la transición, tampoco la ha cerrado. No en vano, Juan Carlos I, nieto de Alfonso XIII, comenzó su reinado estrechando relaciones neocoloniales con las dictaduras de Videla, en Argentina, y de Pinochet, en Chile. Y lo acabó mandando callar a un presidente elegido democráticamente, precisamente por cuestionar esas relaciones de las que el Rey Borbón, como se está viendo ahora, sacaba provecho económico personal de forma descarada. 

Nada asegura, ciertamente, que un régimen republicano acabe de la noche al día con el lastre del racismo y del colonialismo institucionalizados. Son muchas, de hecho, las prácticas contradictorias, incoherentes, que sobre estas cuestiones, atravesaron también al republicanismo peninsular y americano. Con todo, esta tradición, en sus versiones democráticas, no oligárquicas, ha tendido, desde de Las Casas hasta Robespierre, desde Bartolina Sisa e Inca Yupanqui hasta Pi i Margall, a colocar la lucha anticolonialista entre sus principales preocupaciones.

En un momento en el que el Partido de los nuevos encomenderos, del despojo de los bienes comunes y del neo-supremacismo intenta imponerse con violencia voraz en Bolivia, Chile o Estados Unidos, con el visto bueno de Vox y tantos otros profetas del odio, repensar un republicanismo anticolonial e internacionalista, no es una cuestión secundaria. Es la más urgente de las batallas si de lo que se trata es de salvar de la barbarie más atroz a lo que otro Lascasiano, Francisco Fernández Buey, llamaba la humanidad sufriente. Eso y evitar, antes de que sea muy tarde, una degradación irreversible del planeta y sus especies.